13.3.11

Desde el corazón de las tinieblas

A mí me atraen mucho las hazañas de otros tiempos. Sigo siendo fantasioso y me inclino por las historias de valentía y esfuerzo sobrenatural. De grandes exploraciones y proezas. Eso sí, entre las páginas de un libro y en casa. Dudo mucho acerca de yo navegando algún día por este río. Bueno. Llevaba tiempo queriendo hablar aquí de otro hecho no demasiado bien conocido, o reconocido. La "aventura" del televisivo Jesús Calleja, en la cual ha estado a punto de morir ahogado, me sirve de perlas para traerla aquí ahora.

El hecho no es otro que la exploración del río Amazonas por parte de Francisco de Orellana en 1542. Su descenso desde los Andes hasta la desembocadura en el Océano Atlántico, después de 7 meses de viaje y casi 5.000 kilómetros de navegación. Una proeza olvidada, como casi todo lo pasado en nuestro país.

Orellana nació, como otros tantos conquistadores españoles de los primeros tiempos, en Extremadura. Concretamente en Trujillo, Cáceres, en 1511. También era normal la familiaridad entre los exploradores, y Orellana era posiblemente primo de Francisco Pizarro. Cansado de ver al gorrino revolcarse en el barro, llegó con 16 años a América y sirvió en el ejército de Pizarro en la conquista del Perú, donde perdería un ojo. En 1537 participó en la reconstrucción de Santiago de Guayaquil, asediada por los indios. Posteriormente se unió a los hombres de Gonzalo Pizarro, gobernador de Quito, en busca del mítico País de la Canela, en 1541. En total unos 4.000 indios y 220 españoles.

Así que traspasaron los Andes, pasando a la selva. Después de un año de infructuosa búsqueda, y diezmadas sus fuerzas,en febrero de 1542 la expedición acordó dividirse en dos: Pizarro regresaría a Quito y Orellana se adentraría río abajo en busca de alimentos, oro o el País de la Canela. Es entonces cuando comienza la odisea del extremeño. Descendiendo por el Napo,el Trinidad, el Negro y el Amazonas (que aún no se había bautizado, por supuesto), la expedición de Orellana (apenas treinta hombres) alcanzó el Atlántico el 26 de agosto. Una enorme desembocadura de 300 km de ancho. De vuelta en España, el rey Carlos le nombra gobernador y le da permiso para explorar y tomar posesión de tamaños territorios, y nuestro Orellana fallece en 1546, asaeteado con flechas venenosas, en el transcurso de otro viaje, en este caso remontando el gran río.

El primero no fue un viaje fácil, desde luego. Si es hoy día, después de cientos de años de industrialización y deforestación y en la era de la tecnología, cuando aún el gigantesco río es de difícil navegación y da miedo, no ya sólo por la fuerza de sus procelosas y oscuras aguas sino por todo lo que en el Amazonas hay dentro y le rodea. Desde luego no me quiero ni imaginar cómo debían de ser las noches en la expedición (y los días, a pleno sol, es igual) a bordo de las poco fiables embarcaciones para estos castellanos que la única idea que tenían de animales eran los vistos en sus campos, y menos aún, de indígenas. Unos habrían leído los relatos desde 1492. O sabrían algo de oídas. Otros, ni idea de nada. Es cierto que en la comitiva venían indios desde Quito, pero Orellana y sus hombres fueron atacados por infinidad de tribus nunca vistas, por supuesto. De ahí el nombre de Amazonas. Orellana, conocedor de historias reales e irreales, relacionó los indígenas de pelo largo que les atacaron con las amazonas de la mitología griega. Nunca se ha sabido si fueron mujeres o no los guerreros vistos por los castellanos; uno de los cronistas, expedicionario, siempre se decantó muy convencido por la opción femenina.

Mujeres o no, los indígenas de extrañas armas y dardos venenosos no eran el único problema. A la falta de víveres y provisiones (¿quién se fiaría de comerse un animal nunca imaginado ni en sus peores pesadillas? ¿Un tapir? ¿Qué demonios...?) la expedición no fue únicamente fluvial en su totalidad; se recorrieron tres o cuatro afluentes aparte del Amazonas, por tanto hubo trechos terrestres con los bártulos a cuestas. Los castellanos, acostumbrados a animales de granja o de monte, conocieron entonces al simpático jaguar, al discreto caimán, aves casi mitológicas, innumerables serpientes y reptiles venenosos, extraños monos o rarísimos insectos inexplicables poco amistosos (muchas especies aún siguen sin conocerse). Eso no era cazar jabalíes, conejos o lobos, debieron pensar. Eso en tierra. El agua estaba repleta de serpientes, miles y miles de tipos de peces (como las terribles pirañas) y multitud de anfibios. Ello unido a la extraordinariamente variada vegetación bien pudo hacerles creer a los aventureros que estaban en un sueño demasiado largo. Un sueño de siete meses en la jungla, nada y menos.

Desde luego se les pondrían de corbata innumerables veces a Orellana y sus muchachos. Eran valientes, desde luego. Pero en los exploradores españoles (y en el resto de exploradores, pero lo cierto es que los españoles lo hicieron antes, mejor y antes, que los de otras nacionalidades) aparte del factor pelotas cuenta mucho la codicia y el afán de oro. La inmensa mayoría de los exploradores eran hidalgos y propietarios empobrecidos de los campos de Castilla y de Extremadura. Sin otra salida que la de cuidar piaras de cerdos u obtener algún matrimonio provechoso, los aventureros buscaban oro y plata, el método más rápido de salir de la miseria. Por tanto llegaban a donde hubiera que llegar. Y en muchos casos se hallaban muy influidos por los relatos mitológicos o de los indígenas (quienes la inmensa mayoría de las veces les engañaron) acerca de tierras de inmensa riqueza. Si les hubieran dicho que el Reino de El Dorado estaba en el Everest, en Siberia o en el Polo Sur, por supuesto más de una expedición se habría lanzado a alguno de esos lugares. Y seguramente hubieran plantado la cruz y la bandera castellana en la cima del Himalaya o en la Antártida.

El río Amazonas mide poco más de 7.000 km, el mayor del mundo. Siempre se había creído como más largo el Nilo, pero las investigaciones de los últimos años relacionan al río con la fuente cerca del Monte Misti, en los Andes peruanos, a más de 5.000 metros de altitud. Rodeado por una enorme cuenca hidrográfica (casi la mitad de América del Sur) formada en su mayor parte de selvas (de 7 millones de kilómetros cuadrados; Europa, por ejemplo, tiene 10) , el Amazonas lleva más agua que el Mississippi (3.700 km) el Yangsé (6.300) y el Nilo (6.750) juntos. Su caudal no es moco de pavo. De hecho expulsa al oceáno la quinta parte de agua dulce del mundo, y desde la desembocadura el agua es potable hasta cientos de kilómetros mar adentro. A la importante ciudad brasileña de Manaus, a unos 1.600 km del océano, es posible llegar en transatlántico. Pese a la contaminación y deforestación, afortunadamente sigue siendo el principal pulmón verde del planeta y aún hay muchos aspectos desconocidos de la Amazonia, empezando por los miles de especies vegetales y animales sin catalogar.

Todo esto son datos abrumadores. Siempre ha existido, desde el principio de los tiempos, desde el comienzo del mundo. Y con la aparición del hombre quedó habitada de innumerables tribus indígenas, cada una en su aldea. Pero en 1542 Orellana y un puñado de locos castellanos se atrevieron a descender de los Andes para llegar al Atlántico. A cruzar un reino donde los reyes eran aún los árboles y sus siervos, bestias desconocidas. Una odisea desde el corazón de las tinieblas.

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