28.1.12

Miscelánea (VI)

- Ya ha pasado más de una semana, pero aún sigo lleno de gozo. Ya era hora. Lo necesitaba. Ahora, a seguir por el buen camino y a empezar algo de lo mío de una vez por todas.

- Hace una semana precisamente andaba yo por Granada, y tampoco se ha ido de mi mente, como tantas otras veces. Difícil cosa. Verdaderamente soy alguien inquieto porque, a pesar de estar contento y tranquilo en Almería, he de reconocer sus limitaciones. Yo siempre la defenderé y nunca renegaré de mis orígenes, pero es cierto aquello de que si te gustan los museos, los monumentos, la historia, la vida bullendo por las calles, la variedad, cosas que ver...en fin, se te puede quedar pequeña. Granada sería perfecta para vivir porque además está cerca de Almería. Es una capital, pero a un nivel superior respecto a ella. Un nivel intermedio, prácticamente de capital de comunidad autónoma y más aún que otras capitales , pero sin llegar a la altura de las tres o cuatro grandes ciudades del país. Y ni siquiera Valencia y aun Barcelona pueden competir con Madrid. Es la capital de España y con todo lo que ello conlleva, bueno y malo. Pero es la capital. Allí está el pulso de la nación y siempre hay algo que ver o hacer en cualquiera de los grandes edificios o reconocibles espacios urbanos. Me encantaría vivir allí, lo reconozco. Pero de momento sigo siendo un provinciano. Y a mucha honra.

- Sherlock, la serie inglesa (cómo no) estrenada por Antena 3 hace unas semanas -aunque ya la programaban en otras cadenas privadas- es toda una agradable sorpresa. La primera temporada consta sólo de tres capítulos, si bien son capítulos de 90 minutos. Me ha sorprendido muy favorablemente, a mí, un purista, y más si hablamos de libros e historia. Y encima si es una de mis lecturas predilectas -tengo todas las aventuras y casos de Sherlock Holmes-. Películas y series del detective ha habido cientos, aunque es ésta una adaptación diferente, ya que está ambientada en la rabiosa actualidad y por tanto hemos de olvidarnos de bombines, levitas (aunque el protagonista de la serie lleve un largo abrigo negro), calesas (aunque la pareja va siempre en taxi, los carros de caballos de nuestra época), lentos y puntuales trenes y neblina victoriana. Pero, y esto constituye su mayor atractivo, han sabido transladar el espíritu de los personajes y los libros de Conan Doyle a nuestra época. Eran así. Holmes es frío, irritante, egocéntrico, misógino, antisocial, drogadicto y con una capacidad sobrehumana para la deducción aunque por ejemplo no tenga idea alguna de temas comunes para la gente de a pie. Tiene vista de lince y da sus explicaciones aceleradamente y sin que apenas pilles algo, y sólo cuando piensas más lentamente caes en la cuenta. Watson, algo más mayor que Sherlock, es un médico herido en Afganistán (en la actualidad y en los libros) con ciertos traumas de la guerra, pero tranquilo, más humano, despistado y mujeriego, y a la vez narrador de las aventuras de su nuevo compañero de piso, del cual Arthur Conan Doyle era sólo una especie de transcriptor de las memorias. En la serie Watson tiene un blog donde los va relatando, con las habituales críticas de Holmes. Luego están los secundarios, como el algo inútil inspector Lestrade, quien se exaspera con los métodos de Sherlock, aunque va reconociendo los méritos del "detective no oficial", para nada respetado por el cuerpo de policía londinense; o la señora Hudson, la simpática, afable y paciente propietaria de la casa de los protagonistas en el 221B de Baker Street. También el estirado y cargante hermano de Sherlock, Mycroft, o el maléfico genio del crimen, Moriarty. La serie está llena de referencias a las páginas de papel, y, pese a los detalles actuales como los sms por teléfono móvil (¿acaso no son una especie de telegramas?) e internet, tiene mucho más del espíritu de los libros de Conan Doyle que las últimas y exitosas entregas en largometraje protagonizadas por Robert Downey Jr. y Jude Law y dirigidas por Guy Ritchie, por ejemplo. Son películas innegablemente espectaculares y entretenidas, pero demasiado ruidosas y explosivas, por tanto alejadas de los casos de Sherlock, complicados enigmas más basados en la deducción y en la investigación soterrada, sesuda, silenciosa e invisible, que en el artificio y la pelea, aunque haya casos holmesianos que requieran esfuerzo físico y unos cuantos balazos. En cuanto a la serie, lo dicho. Todos los aspectos, desde las magníficas interpretaciones de los actores, sobre todo de la pareja principal, un buen guión con atrayentes tramas, una serie adulta y dramática pero con toques de humor (con bromas alusivas a la homosexualidad de la pareja, incluso) y hasta la música, con el pegadizo tema principal. Sí. Una estupenda revisitación desde la actualidad del clásico.

- Este lunes estrenan por fin Isabel, la esperada serie sobre los Reyes Católicos, centrada supongo desde la perspectiva de Isabel I de Castilla. Dada la edad de los actores elegidos, empezarán por los primeros y difíciles años del reinado y su boda (se casaron con apenas 18 años, antes de ser reyes, en 1469) y de ahí en adelante, al estilo de Los Tudor (por cierto el anuncio promocional es calcado a la de esta serie) y su lozano Jonathan Rhys Meyers, quien encarnó a Enrique VIII desde los 18 años hasta su muerte con 55 sin prácticamente cambios físicos. Únicamente en los últimos cuatro o cinco capítulos le pusieron la barba canosa, maquillaje de arrugas y una voz más cascada. Algo acelerado porque Enrique parecía más un Dorian Gray eternamente joven. Pero dejemos Los Tudor, pues ya hablé sobradamente bien de ella en su momento. Volvamos a Isabel. Le daré un "voto de confianza", a riesgo de equivocarme por completo, pero se lo daré. Es española y como tal cuenta con ciertos inconvenientes y taras, como el presupuesto, las interpretaciones de los actores, la endeblez de la historia a contar y el guión y una enorme tendencia hacia lo políticamente correcto (con solo un vistazo a las fotos promocionales me percaté de que en Isabel habían quitado el yugo y las flechas al emblema de los Reyes, entre otras cosas) , pero que a su vez deriva en una querencia por mostrar desnudos dignos del destape sin venir a cuento (véase Toledo). La verdad es que para mí, siendo de La Primera, tiene más fiabilidad que otras cadenas. A ver lo que sale. Pido mucho, pero sería estupendo que estuviera más cerca de Los Tudor o Los Borgia que de la susodicha Toledo, de Hispania (con personajes de nombres tan "íberos" como Paulo, Sandro o Alejo ¿Ein?) , de Eboli o de Águila Roja. La irrepetible época de los Reyes Católicos puede dar para una extraordinaria serie que dé a conocer mejor toda esa historia al público en general. O para un bodrio contemporáneo que sea suprimido al tercer capítulo o que, como las aventuras del español del siglo XVII que viaja a Japón como quien va a Mallorca y vuelve hecho todo un ninja (los cristianos eran martirizados en las islas niponas en esa época, pero eso poco le importa a nuestros simpáticos amigos del "te va a caer la del pulpo" y del escote hasta el ombligo). En fin. No soy tan excesivamente purista del rigor histórico, puesto que Los Tudor no siempre eran rigurosos, por ejemplo, y Braveheart es una de mis películas favoritas. Pero una cierta relajación en el rigor puede compensarse por la profundidad de personajes o calidad del guión, además de despertar interés por la historia, que desemboque en la curiosidad por la Historia, con mayúsculas. Veremos.

23.1.12

Granada, por todo el mundo nombrada


Hace pocos días escribía aquí sobre la toma de Granada, el fin de la Reconquista y las manifestaciones de una pequeña parte de la sociedad. Todo ello con el "¿Qu´es de tí, desconsolado?" de Juan del Encina de fondo:

"¡O Granada noblecida,
por todo el mundo nombrada!..."

Pues bien, este fin de semana he podido disfrutar de las maravillas y bondades de tan famosa ciudad; ¿qué voy a decir yo de Granada?

Evidentemente, no es lo mismo dejar Granada a la fuerza y prácticamente en soledad, como Boabdil, que acudir a ella con todas las ganas del mundo y la mejor de las compañías.
Hace pocas horas he llegado de ella, y uno tiene aún la sensación del frenesí y de los ríos de vida y de gente, de los acusados contrastes, de la innegable variedad y multiculturalidad y de la imperecedera belleza de la urbe, plácidamente abrigada además bajo las majestuosas alturas de Sierra Nevada.

Mi M. y yo llegamos en tren, desde luego. En tren se contemplan bastantes aspectos del paisaje que se escapan por otros medios de transporte. Subiendo desde Almería, como digo, se recorre el feraz y estrecho valle del Andarax, verdadero oasis entre las yermas tierras de la provincia, y se alcanzan las tierras altas de la misma, entre los picos nevados de los Filabres (blancos éstos a veces) y de Sierra Nevada (blancos siempre, cómo no). Ya dije en otra ocasión que en las estaciones y apeaderos de esta zona, como Fiñana, tengo la sensación de estar en un spaghetti western, con la típica escena de bajarse del tren y que te arrojen la maleta. Una vez en la provincia granadina se otea el castillo de La Calahorra, todo un búnker renacentista en medio de la estepa del Marquesado de Zenete, y se llega al polvoriento pueblo de Guadix (digo polvoriento no por criticar, sino porque de pequeño siempre me pareció así....y así se ha quedado para mí) y sus curiosas casas-cueva, aún habitadas la mayoría e incluso rehabilitadas otras.

Tras dejar estas frías y desoladas tierras, siempre con la enorme mole de la sierra muy presente, se llega por fin a la Vega de Granada, auténtica orgía vegetal y de agua, y poco a poco llegas a la ciudad misma. La ciudad soñada.

Granada, merecedora verdaderamente de la capitalidad de la "Andalucía Oriental", es decir, las provincias de Granada, Jaén y Almería, esa región no oficial pero muy palpable dentro de Andalucía (más bien debería estar fuera de ella, para no rendir pleitesía a Sevilla) , forma parte de las maravillas de nuestro país. Ha sido prácticamente desde siempre un destino turístico de primer nivel, ya desde la Edad Moderna y especialmente a partir del Romanticismo del siglo XIX (los franceses tienen infinidad de frases y citas sobre ella, desde Chateaubriand a Dumas pasando por Hugo, Merimée o Bizet) . Además, el desarrollo de los deportes de invierno en Sierra Nevada en la segunda mitad del siglo XX acrecentó aún más el turismo (aunque los granadinos ya esquiaban en los años 20). Pero hablábamos de la maravilla de Granada. Acaso es la ciudad más bella de España; para no ser tan tajantes y excluyentes incluyámosla entre unas tres. Entre esas tres, que no voy a decir cuáles son, no está para mí Sevilla, la tan publicitada y aclamada Sevilla. Desde luego soy muy anti-sevillano, pero Granada le gana por goleada. Sí.

La ciudad cumple sobradamente mis requisitos de ciudad casi perfecta y adorada para vivir, a saber: exagerada carga de historia, probada monumentalidad, cierto pulso humano (yo llamo pulso a las ciudades con gentío para todo. No es que me guste demasiado el gentío, pero da alegría en ocasiones), calles estrechas y empinadas, naturaleza latente y un clima fresco, o por lo menos con inviernos largos y fríos. Desde luego en Granada hace bastante calor en verano, y la playa no queda muy cerca, pero eso de llevar abrigo, bufanda y guantes y respirar aire helado me encanta.

Granada, siendo más pequeña que Murcia, por ejemplo, tiene más vida. Ambas son ciudades universitarias, pero la población estudiantil posee mayor carga en la primera. No ya sólo por tradición (se fundó en 1531) sino además porque el polo turístico que ha sido Granada desde siempre ha supuesto en los últimos años una venida en masa de los Erasmus. Así, si ya de por sí la ciudad tenía probado ambiente fiestero universitario, últimamente se ha incrementado aún más. Ése es para mí uno de los aspectos negativos de Granada. Vas a ella buscando monumentos, historia e imágenes inolvidables, y parece que si no estás con una caña en la mano y tomando tapas, o de cubateo, no disfrutas de la ciudad. Es una estúpida sensación y para nada es la mía, pero yo no soy de ésos que acuden a ella como en peregrinación a sus famosas discotecas o sus bulliciosas y aturdidoras zonas de tapeo. Tal vez hubo una época en mi vida que sí me hubiera gustado eso -aunque yo nunca he dejado de ser un amante de la historia y de los monumentos, y a Granada siempre la he tenido muy presente- pero ese tiempo ya pasó. Así que fui a ella con mi novia, buscando momentos únicos, estampas inmortales, intimista tranquilidad y preciosos paseos.

Y vaya con los paseos. Mi imagen favorita de la ciudad, sin despreciar a otras, es la de la Plaza Nueva en adelante, pasando por la Chancillería, adentrándote en la diminuta carrera del Darro (Sinceramente considero que hay muy pocas calles, prácticamente ninguna, más bonita; no sólo la calle en sí, también el entorno y la naturaleza) , con la iglesia de Santa Ana y San Gil al lado, el murmullo y el frescor del río que brota helado de la montaña, la hojarasca y el verdor alrededor de él, las preciosas y viejas casitas, el melancólico Paseo de los Tristes (para nada melancólico ni triste esta vez) y los farallones y tajos de la colina de la Alhambra sobre él. La perenne y majestuosa Alhambra, protegida por la inmensidad blanca de Sierra Nevada.
Realmente no sabes qué estampa de la Alhambra es la mejor, si desde el Darro, ascendiendo por la empinada cuesta desde la Plaza Nueva entre fríos y alegres arroyos, desde ella misma, desde el mirador de San Nicolás en el Albayzín o desde tu corazón. Así de simple.

Pero sería injusto reducir Granada sólo a la Alhambra. De todas formas no hace falta que lo diga yo. Resulta sobrecogedora la inmensidad de la catedral de Granada, primera renacentista de España, una mole inmensa (te sientes realmente diminuto a su lado) testigo del poder de la Iglesia a lo largo de la historia. Historia que se puede prácticamente oler en la vecina Capilla Real, donde están enterrados los Reyes Católicos, la desgraciada Juana la Loca y su marido Felipe el Hermoso, además del infante Miguel, primogénito de la hija mayor de los Reyes, Isabel (de haber sobrevivido, este futuro rey hubiera unido las coronas de España y Portugal y se hubieran alejado los Habsburgo. Pero ni él ni su madre vivieron lo suficiente). Son impresionantes y sobrios los sepulcros reales, de blanco impoluto y belleza contenida renacentista. Una vez desciendes las escaleras debajo de las esculturas, te encuentras con algo que no recordaba yo de mi visita a los 8 años de edad: los estrechos ataúdes de plomo que contienen los regios restos. Impresiona, la verdad. Yo los contemplo con cierto sentimiento, porque admiro sobremanera sus figuras, sus logros y su época. Resulta irónico que compartan el mismo lugar para el descanso eterno Fernando el Católico (de quien por cierto se cumplen hoy justamente 496 años de su muerte) y Felipe el Hermoso, con lo que se odiaron e incomodaron mutuamente. Con todo, el corazón del yerno flamenco reposa en Bélgica.
La Capilla Real es un lugar único y bello, si se puede llamar bello a un lugar de muerte y que acoge a muertos. Pero está cargado de historia y simbolismo. Los propios monarcas quisieron ser enterrados allí, en vez del ya preparado de San Juan de los Reyes en Toledo, por la importancia y la trascendencia de la toma de Granada y de la conclusión de la Reconquista. Desde luego hoy día, con el maniqueísmo existente, no se dejaría edificar con tanta proliferación de águilas de San Juan y yugos y flechas (todas de su época, ojo) , que campean sobriamente en las paredes y esquinas, tanto dentro como fuera del edificio.

Desde luego se nota la importancia de la figura conjunta de mis admirados Reyes Católicos y de su época en la ciudad, empezando por el escudo, siguiendo por los edificios religiosos y continuando por los nombres de calles y plazas, o incluso en las rejas y puertas. Y la preponderancia de su nieto, mi reverenciado Carlos I, no es desdeñable; su enorme palacio (cuadrado por fuera, redondo perfecto por dentro) sobre la Alhambra, construido a raíz de su luna de miel en Andalucía , el cual nunca utilizó, resulta inseparable del conjunto nazarí; por aquí y por allá hay emblemas y recordatorios suyos, y la fundación de su universidad vino por iniciativa suya; el águila bicéfala de su escudo de armas constituye el símbolo de la misma, mal que le pese a la importante comunidad perroflaútica de Granada.

Sí, es verdaderamente importante este dato. En la ciudad resulta notoria la abundancia de alternativos, hippies, pseudo-hippies con i-phone, tipos raros, bohemios, buscavidas y demás gente de esa calaña, que junto a los erasmus y a los inmigrantes (especialmente musulmanes) le dan a Granada un marcado carácter multicultural, demasiado "alternativo" para mi gusto. Hay mucha variedad y mucha gente. Naturales, foráneos y visitantes. No incluyo a los que por tomarse un té perfumado en la calle Elvira ya se creen que están adentrándose en la cultura musulmana y van de árabes, pero desde luego hay de todo, verdaderamente muchísimo. Los kebabs por ejemplo, son diferentes y deliciosos, cual quiera que sea el país de origen de este alimento. Desde luego el servido en la Plaza Nueva por un moro simpático y rechoncho, con modales de buen anfitrión, estaba estupendo. A mi M. le encantó. En otras zonas, según sople el viento de tal o cual sitio, el aroma a maría es bien notorio. Tanto que empiezas a pensar que la floresta de la colina de la Alhambra tiene esas plantas.

Pero Granada es muy contradictoria. De tan apabullante y vigorosa te aturde en ocasiones, pero si te lo tomas con calma te das cuenta de la variedad de postales. Si recorres el Albayzín o el Realejo, con sus calles empinadas hasta la exageración, sus callejones escalerados y sus casas blancas u ocres y antiguas, unido al olor a romero y tomillo, parece que estás en un pueblo alpujarreño. Sin embargo, sólo unos metros más abajo el bullicio de la Gran Vía, de Reyes Católicos, de Elvira o de Recogidas te devuelve al mundanal ruido. Desde San Nicolás contemplas la Alhambra y el Albayzín, y un poquito más allá la Catedral. Todo muy antiguo y recoleto, de otra época. Pero extiendes la vista y la neblina del resto de la ciudad y de la Vega, y vuelves a la populosa y desmañada urbe del presente. ¿Y con qué Granada te quedas? ¿Con la tradicional y católica, de ultrarrecargadas iglesias barrocas, adoradas Vírgenes populares y Cristos con exvotos incluidos? ¿Con la alternativa-estudiantil-bohemia, de porro, litrona y graffiti? ¿Con la burguesa del ensanche, de amplias avenidas y señoriales edificios decimonónicos? ¿Con los paseos matutinos, con los del atardecer o con los nocturnos? ¿Con la musulmana de teterías, cachimbas y restaurantes? ¿Con la caótica de turistas venidos de cualquier parte del globo? ¿Con la cristiana que tiene ecos y memoria de 1492? ¿Con la de caña y tapa a 1.50 o 2 euros? ¿Con la gitanesca del Sacromonte y de mujeres en la puerta de la Catedral pidiéndote la mano para leértela, con muy malas mañas?

No sé. Son muchas y casi todas recomendables. Me quedaré sólo con algunas, desde luego. Pero muy adentro en el corazón, como siempre. Granada, desde pequeño, la he tenido en mente y como tal, un tanto idealizada, aunque sea un lugar poco necesitado de idealización. No era mi primera visita. Pero ha sido con ésta, la tercera, cuando más he disfrutado. No sólo por el recorrido de la ciudad (con mi orientación y un plano en la mano soy el más feliz del mundo), además por la compañía; no sólo la novia, además, mis primos. Pero especialmente mi M.; sin ella no hubiera sido lo mismo. Me acompaña en mi implacable recorrido, me sigue el paso y descubrimos juntos lugares inesperados. Entre otras muchas cosas, claro. Dos días pueden dar para mucho. Todos aquellos inolvidables e indelebles momentos vividos en Granada estarán ahí por siempre.

Apenas te he abandonado y ya quiero regresar a tí. O Granada noblecida/ por todo el mundo nombrada. Ay. Volveré...


13.1.12

El libro de las maravillas

Este año los Reyes Magos de Oriente han tenido a bien mimarme inmerecidamente una vez más y, a instancias de mi amor M., me han concedido un nuevo capricho. El buque insignia de mi biblioteca. Un libro de maravillas.

Tal buque, joya de la corona o reliquia, como quieras llamarlo, no es un libro cualquiera. Mide casi 26 centímetros de ancho por 37 de largo, y por su grosor y el peso de sus más de quinientas páginas (que parece llevase todas las ciudades allí dentro, como dijo mi padre) no es un librito de bolsillo.
Así, para goce infinito y silenciosa erudición e interés, tengo en mis manos (mejor entre mis brazos, o sobre mis piernas) Cities of the World (ed. Taschen), una excelente reedición de la colección de grabados, planos urbanos y vistas panorámicas de 450 ciudades de Europa, principalmente, y Asia, África y América, en mucha menor medida. Una magna obra de alemanes, evidentemente; realizada por el cartógrafo Franz Hogenberg (1535-1590) y comentada por el teólogo Georg Braun (1541-1622), editor además. Y no en tres días, en 45 años nada menos (1572-1617) y con la colaboración de otros expertos, se pudo terminar esta Civitates Orbis Terrarum.

Sólo, creo yo, si amas tanto la geografía, la historia, la cultura, el paisaje, entre otras cosas y te mueve ese espíritu viajero y propenso a imaginarse ciudades y lugares en otros tiempos por desgracia innacesibles, puedes llegar a adorar este libro tanto como yo. Yo he sido muy geógrafo desde pequeño, y mis mayores "horas muertas" son con mapas y atlas ante mí. Recorriendo. Imaginando. Memorizando. Maravillándome. Como me maravillo que mi M. transiga con mis peculiares gustos (si bien más baratos y no más caros que otros más tecnológicos, por ejemplo) y me entienda, extraordinariamente.

De entrada, los años comprendidos entre el comienzo y la finalización de la obra te retrotraen a esa Europa maravillosa a caballo entre el Renacimiento-Manierismo y el Barroco, un continente en ebullición con una Monarquía Hispánica aún cortando el bacalao, con un Felipe II que no era emperador formalmente pero podía serlo de facto, y además se convertía en rey de Portugal en 1580. Con una Francia ensangrentada con sus guerras de religión (bah, pero ellos no son oscuros. Lo que parece Mordor en las películas es Castilla). Con la zona del actual Benelux bastante alterada, previa a la guerra de su independencia. Con una Italia como siempre, es decir fraccionada y cada región por un lado, pero resplandeciente en cuanto a la belleza de sus monumentos y ciudades; vamos, como siempre. En cuanto a lo que era Alemania entonces, estaba también bastante dividida, y era un conglomerado de ducados, principados, margraviatos y reyezuelos, con los católicos por un lado y varios grupos de protestantes por otro. E Inglaterra por su parte, estaba conociendo una época bastante esplendorosa bajo el reinado de Isabel I, La Reina Virgen ("la zorra pelirroja" como la llama Pérez Reverte), con sus leales piratas y corsarios haciendo el trabajo sucio y lucrándose a base de asaltos a galeones. Qué caballerosos son siempre, los lords de la Gran Bretaña. Del resto de Europa poco más cabe decir, aparte de gran parte de Europa del Este bajo la invasión o la amenaza del turco por un lado, y de la misteriosa presencia rusa, lejana y fría como su clima, por otro.
Como decía, la obra se da por finalizada en 1617. Es decir, un año antes de comenzar la terrible Guerra de los Treinta Años, la cual finiquitaría imperios, auparía a otros y arrasaría buena parte del continente hasta 1648 y aún después. A los desastres de la guerra y de enfermedades como la peste, que no fue exclusiva de la Edad Media, súmale un cambio climático que enfrió buena parte del continente, echó a perder numerosas cosechas y provocó numerosas mortandades. Sí, los cambios climáticos ya existían, aunque no quieran reconocerlo los ecologistas y quienes van de ecologistas. Por tanto podría considerarse la época de realización del Civitates como irrepetible.

Así, si te ha gustado tanto la geografía, las vistas panorámicas y los monumentos, además del paisaje y el campo, disfrutarás en silencio (a veces en voz alta) contemplando cómo era Londres cuando Westminster quedaba alejada de la ciudad como un arrabal y sólo había un puente sobre el río, la preciosidad de multitud de ciudades alemanas dignas de cuento de Disney -qué digo Disney. No en vano los hermanos Grimm eran germanos- como Lübeck, Nüremberg (Nuremberga), Arnsberg, Augsburgo (Augusta Vindelicorum), Soest, Passau, Frankenberg o Regensburg (Ratisbona, donde nació don Juan de Austria). Y otras maravillosas como Lieja (Leodium) , Saintes, Innsbruck (Enipontus), Sion, Namur o Saint-Gallen. En París se distingue perfectamente la catedral de Notre-Dame. O el formidable puerto de Génova, repleto de galeras y trirremes y con su famoso faro de 80 metros (la Lanterna) oteando el horizonte. Españolas también hay, por supuesto, destacando preciosas vistas como Toledo (Toletum, con su Alcázar y su Catedral sobre el caserío. Una de las pocas que sigue hoy como antaño), Santander (cuatro casas y un muelle en esa época), Loja (Loxa), Bilbao (Bilvao), Cádiz, Granada (Granata) , Valladolid (Vallisoletum), o Sevilla, todavía Hispalis para algunos. En una de las cinco vistas de Sevilla, por cierto, podemos contemplar una especie de anfiteatro ruinoso, cruzando el río, titulado sencillamente Seuilla la vieja. Se tratan de las ruinas romanas de Itálica. También puedes imaginarte como eran las ciudades donde guerreaban los españoles en Flandes, poblaciones rodeadas de fosos y repletas de canales, con fuertes y bastiones en apariencia innacesibles, como Amberes, Gouda o Mons. Luego, las ciudades de Italia son otro mundo, empezando por la titánica Roma post-Miguel Ángel, un puzzle de ruinas antiguas, palacios renacentistas y cardenalicios e iglesias, con gente poco recomendable, pero Roma, caput mundi al fin y al cabo. O la preciosa y etérea Nápoles de la época, poco parecida a la actual. O la Serenísima Venecia, prácticamente igual en la actualidad. O la coqueta Corfú de los venecianos, donde uno reconoce la ciudadela donde hoy está el casco antiguo. Las impresionantes y preciosas Mantua , Tívoli o Serravalle. Hay notorias ausencias, como Atenas, Berlín o Madrid, algo en parte comprensible dado que en esa época eran aún insignificantes. Pero sí está El Escorial, por ejemplo. Luego, otras más esquemáticas y menos fidedignas (aunque algunas son muy parecidas) principalmente por la lejanía o las vicisitudes del momento, como Moscú, Alejandría, El Cairo (donde se ven tres pirámides y la esfinge, diminuta, cerca del Nilo) , la Jerusalén celestial con tres cruces en el monte del Calvario incluido, Calicut y sus maharajás o una vista de Tenochtitlán-México bastante similar al que debieron contemplar Cortés y sus hombres en 1519.

Y no todo se reduce a simples y preciosistas vistas de las ciudades del orbe. Otro de los mayores atractivos de la obra es todo lo que se incluye en cada grabado. Además de textos introductorios o comentarios en latín, los cuales a poco que se entienda mínimamente un poco la lengua romana se comprenden, informando a veces de la gastronomía o la bebida del lugar incluso; además de textos, como digo, y de habituales listas numeradas sobre edificios importantes, se incluyen más grabados, por ejemplo de los trajes típicos de la ciudad reseñada; de los procedimientos contra los delincuentes, como la acogedora escena de bienvenida con los ahorcados de Sankt Polten, Austria; de las verdades de la convivencia entre religiones, de uno y de otro lado, como el jinete polaco con esclavo turco de Gýor, Hungría , o los cuidadosos empalamientos de cristianos por los invasores turcos en Pápa, también Hungría (en Hungría, desde luego, ni dos, ni tres culturas ni mamarrachadas de ésas tampoco. Bien lo saben); también hay escenas más agradables y costumbristas, al estilo de los moscovitas y lituanos recorriendo con trineos los ríos helados, o como en uno de los grabados de Cádiz, donde podemos ver la pesca del atún en almadraba, como aún se sigue haciendo en nuestros días. Ya se acosaba y se pinchaba al pescao en el siglo XVI, aunque por entonces no estaban aún los japoneses pagando millonadas por pieza.

Podría seguir escribiendo sobre las maravillas de esta obra inmortal y tan interesante desde varios puntos de vista y diversos enfoques. Uno se siente verdaderamente feliz, recorriendo con la vista y trasladándose con la mente a tan variados emplazamientos. Pasando cada pesada página, desde un sillón o una mesa se puede viajar en el tiempo y el espacio, desde Moscú a Cuzco pasando por Vilna, Praga y Lisboa, desde Goa a Constantinopla, desde Mombasa a Edimburgo. Contemplando las ciudades y pueblos sobre una colina o un alto del camino, como el viajero de aquellos tiempos. Viéndolas ensimismadas, hechas en madera y piedra, humeantes y bullendo de vida. Todo ello en una época preindustrial, cuando el ecosistema aún respiraba tranquilo, el ambiente no olía a gasolina, los bosques llegaban a las mismas puertas de las ciudades y el agua no era un bien escaso. Eso es lo único que puedo lamentar, además de no poder viajar realmente a esos tiempos y esos lugares.

Pero este libro prácticamente lo hace. Una maravilla en papel.

5.1.12

¿Qu´es de tí, desconsolado?

¿Qu´es de ti, desconsolado?
¿Qu´es de ti, rey de Granada?
¿Qu´es de tu tierra y tus moros?
¿Dónde tienes tu morada?
Reniega ya de Mahoma
y de su seta malvada,
que bivir en tal locura
es una burla burlada.
Torna, tórnate, buen rey,
a nuestra ley consagrada,
porque si perdiste el reyno
tengas ellalma cobrada;
de tales reyes vencido
onrra te deve ser dada.
¡O Granada noblecida,
por todo el mundo nombrada!,
hasta aquí fueste cattiva
y agora ya libertada.
Perdióte el rey don Rodrigo
por su dicha desdichada;
ganóte el rey don Fernando
con ventura prosperada,
la reyna doña Ysabel
, la más temida y amada,
ella con sus oraciones
y él con mucha gente armada.
Según Dios haze sus hechos
la defensa era escusada,
que donde Él pone su mano
lo impossible es quasi nada.
(en castellano de la época)

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Así versa esta conocida y hermosa cantata titulada tal y como se llama ésta entrada de hoy. Su autor es Juan del Encina (1468-1529) , prolífico poeta-músico castellano, verdaderamente un trovador, quien compuso un respetable número de romances, cantatas, villancicos y églogas. Vivió en una época para mí especialmente irrepetible, a caballo entre el siglo XV y el XVI, y entre otros acontecimientos, claro está, conoció el fin de la Reconquista y el Descubrimiento de América. Precisamente a la toma de Granada está dedicada la mencionada y bella composición (por cierto ahí va un enlace: http://www.youtube.com/watch?v=EjwEEhIWY-U ). Para mí es verdaderamen te preciosa, con ese aura de romance renacentista tan agradable, y con sólo escucharla unos segundos te traslada a esa época irrepetible. Por momentos pareces estar contemplando la entrega de las llaves de Granada, alguna escena palaciega, los cortesanos bailando madrigales o una misa en la catedral. Una composición que ha sobrevivido a lo largo de los siglos, y en nuestra época se ha usado incluso en largometrajes, anuncios y promociones, como en el Cuarto Centenario de El Quijote en 2005.

El desconsolado de la canción no es otro sino Muhammad XII, Boabdil el Chico para los castellanos y último rey nazarí (y por ende, musulmán) de Granada. Dejando de lado la conocida leyenda sin confirmar del "llora como mujer lo que no supiste defender como hombre" supuestamente espetado por Isabel de Castilla, al granadino le cupo la gloria y la desgracia a la vez al pasar a la historia como último monarca musulmán de España, acabando los españoles (castellanos y aragoneses, desde luego. Ésto es importante) con 781 años de presencia islámica en la Península, culminando la Reconquista.

Reconquista que los de siempre se empeñan en criticarla y vilipendiarla ("insidiosa" la motejó un periodista histórico de "El País". Español, sí) con notable mala uva, incultura y pobreza de espíritu. Ya escribí una vez sobre la posibilidad de que los musulmanes no hubieran conseguido ser expulsados de nuestro país, tal y como planteaba el suplemento de "El Mundo". Esos juegos de historia ficción plantean muchas posibilidades. Yo desde luego no envidio en absoluto una posible resistencia histórica de los musulmanes en España, con la consiguiente evolución en nación islámica. Para nada. Y admiro profundamente a los españoles que tomaron ciudades y comarcas y avanzaron hacia el sur, no siempre con la mejor de las fortunas. Y me encanta la Reconquista. Sí señor. Entre otras cosas porque, y entre otros acontecimientos históricos, somos como somos, y vivimos cómo vivimos gracias a ella.

Y ello desde unos planteamientos moderados; siendo honesto, la misma legitimidad tenían los árabes invasores en 711 para quedarse en la Península, que los visigodos llegados a la misma 300 años antes. Prácticamente la misma. Debe reconocerse la inmensa cantidad de movimientos, invasiones y migraciones de las razas y pueblos del planeta desde los mismos comienzos de la historia de la humanidad. No creo que exista prácticamente ningún pueblo que haya vivido en el mismo sitio desde su nacimiento. Tenemos en Europa el caso de Inglaterra, un país hecho a base de invasiones, primero romanos y celtas, luego anglos, jutos, sajones y demás pueblos bárbaros, luego normandos...y a su vez Albión más tarde aportaría su granito de arena en la formación de los Estados Unidos, verdadera nación de emigrantes.

En cuanto a Hispania en 711, podían darse en principio los supuestos para convertirse en un bastión del imparable avance musulmán desde Arabia pasando por África. Los bárbaros habían invadido la Península en varias oleadas desde el 410 aprovechando que Roma ni estaba, ni se le esperaba. Finalmente son los visigodos, unos setenta años después, quienes se acaban imponiendo sobre otros pueblos y tribus, si bien pervivieron algunos como los suevos (en Galicia) durante algún tiempo. Ahora comienza la España visigoda, periodo en el cual los bárbaros llegaron a asimilarse con los hispanorromanos, llegando a convertirse al catolicismo desde su cristiano-arrianismo (Conversión de Recaredo, 589). Yo no considero, como Sánchez Albornoz y otros, que España surgiese como nación en ese momento, y que en 711 fuera un ente de fuerte concepción nacional. No se daban unos supuestos tan definitivos. Pero sí pienso que ese componente de catolicismo, unido al sustrato hispanorromano (consecuencia de siglos de profunda romanización) y ahora godo, le dio una mayor fortaleza que otros pueblos invadidos en otros momentos de la historia. Ahí radica, considero firme y humildemente, la diferencia de la legitimidad entre hispanogodos y musulmanes.

Como también pienso, al deducirlo de lecturas y estudios, que no debía ser fácil establecer un reino musulmán cruzando el Mediterráneo, en otro continente distinto a Asia y África, esa Europa que aún no era Europa y que muy pronto iba a ser llamada Cristiandad. Con ese nombre tan rotundo y definitorio iba a existir siglos y siglos. Un continente muy romanizado en parte y fuertemente cristianizado. Bien es cierto que en Numidia o Libia había habido presencia romana e importantes componentes cristianos y luego bárbaros, pero ya fuera por menor resistencia u otras circunstancias, el Magreb cayó para siempre en la zona de influencia musulmana, para su desgracia (sólo hay que contemplar el posterior devenir histórico de esa zona y compararla con Europa, especialmente a partir del siglo XVIII).

En cuanto a la Reconquista en sí, no voy a explayarme más porque no era éste el asunto. Sin duda, en ella tuvo buena importancia el Camino de Santiago, por ejemplo, verdadero revitalizador económico del norte de España, unido a los diferentes acontecimientos políticos e históricos y a la multitud de reyes de muy diversos reinos y confesiones, todo lo cual da para un buen número de entradas. Dejémoslo que me conozco.

Volviendo a la toma de Granada, el 2 de enero de cumplieron 520 años de los hechos. Un hecho enormemente festejado en su época, no ya sólo por los propios castellanos, sino además también por el resto de la Cristiandad, un tanto decaída por la conquista de Constantinopla por los turcos en 1453, y por tanto de la pérdida del Asia Menor y Grecia. El Islam era un peligro muy real y cercano, y desde luego bien se vio a partir de 1492, tanto en el Mediterráneo como en el este de Europa, con los turcos llegando varias veces a las puertas de ciudades como Viena. A nivel hispánico, se culminaba como todo el mundo sabe con la Reconquista borrosamente comenzada en aquella mítica escaramuza de Covadonga en 718, y más nítidamente continuada a partir del siglo XI, con la expansión de Castilla y la reconquista de poblaciones importantes como Toledo en 1085. Castilla por un lado y Aragón por otro, e incluso expandiéndose por el Mediterráneo, fueron ganándole terreno al Islam. Aquí no voy a entrar tampoco en las conveniencias y los intereses más o menos políticos o más o menos patriótico-nacionales que motivaron la unión dinástica con el matrimonio de Fernando e Isabel, pero ello también forma parte de nuestra historia. Quién sabe lo que hubiera pasado si no se llega a producir tal unión. Con todo, el 2 de enero de 1492, los dos reinos de España, Castilla y Aragón, correligionarios, habían restaurado la unidad de 711.

Volvemos a 2011. Volvemos a los de siempre. Estas cosas son las que me dejan desconsolado de verdad. Como cada 2 de enero y desde hace más de treinta años, unos grupúsculos o bandas de gente, españoles (andalusíes, supongo, para ellos mismos) intentan reventar la conmemoración de la toma de Granada. ¿El motivo? Celebrar la fecha de la capitulación de la ciudad, para ellos una exaltación del cristianismo y del fascismo español y una ofensa para las otras religiones, especialmente la musulmana. Poco importa que el acto en sí no tenga mucho más desarrollo aparte de una ceremonia en la soberbia Capilla Real de la Catedral de Granada, en la cual se ondea el pendón de Castilla, se aclaman los nombres de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, y toque una banda de música. Tal exhibición de odio medieval y fascista (al fin y al cabo los Reyes Católicos tenían como símbolo el yugo y las flechas, como sabemos inventado por Franco) contra Al-Andalus y los musulmanes debe ser extirpado de raíz de la actual sociedad granadina y española, piensan estos grupitos. Amparados y con el pretexto de la libertad de expresión, que como sabemos da patente de corso para todo, exhiben sin vergüenza (me refiero a que pueden decir lo que quieran, pero lo dicen sin la vergüenza que a mí me daría falsear tanto la historia) un odio al país que es el suyo y les da de comer, entre otros nimios asuntos. Cada 2 de enero pues, tenemos manifa de pancartitas y declaraciones.

Unas dos docenas de andalucistas trasnochados, los de la bandera de Andalucía con la estrella roja, ésos, se dedican a berrear con el clásico apoyo de algún profesor arabista pasado de vueltas. Incluso no hay muchos musulmanes entre ellos, ya sea porque tienen más idea o se hacen los cómodos al ver que siempre hay sandios que dan la cara por ellos. Se dedican a despotricar contra la puta Castilla que tuvo a mal venir desde arriba y expulsar a los moros de Al-Andalus, con toda la refinada cultura existente en aquella España de entonces, que éramos el asombro del orbe, oiga. Hacíamos Alhambras, Mezquitas y Medina-azaharas, y los castellanos eran unos meapilas fachas de los cuales olíamos su sobaco y sus partes pudendas, por sucios de no lavarse, desde que venían por Toledo. ¿No?

Éstas cosas me alteran mucho, y son una de tantas que me llevan a despotricar de mi propio país y querer autoexiliarse. Esos andalucistas folklóricos tan simpáticos y sinceros. En vez de achacar el atraso de Andalucía a dos siglos de caciquismo conservador y a treinta años de socialismo reciente, lo relacionan con la "invasión" de Castilla/España. Pero ahí siguen tan agusto con sus cañitas y sus tapas, su flamenquito y su filoarabismo. Aducen y documentan incluso una supuesta genealogía con sus apellidos, declarándose descendientes de musulmanes de los tiempos de Abderramán III o Almanzor. Increíble. Como buenos progresistas de bien empapados de la Alianza de Civilizaciones y de las Tres Culturas, odian a la maldita España. Pero, con un masoquismo digno de mártires, siguen aguantando año a año y siguen viviendo en este país, muy a su pesar suyo. No se van a sus admirados países árabes (lugares que deberían conocer de primera mano) sino que permanecen con las odiadas comodidades y adelantos de la vida occidental. Estos andalucistas o andalusíes siguen intentando vender esa mítica y estereotipada imagen de la España musulmana (Al-Andalus, Al-Andalus, nada de decir "España" o "Castilla") similar a la romántica del XIX y que aún se ve en Canal Sur, por ejemplo, con las típicas postales en movimiento de la mora con cabello como el azabache esperando a su amado en un estanque aromatizado con jazmín y azahar, o el califa culto y refinado escribiendo poemas con una paloma en la mano. Cosas de ésas, ya sabéis. Como también debéis saber que prácticamente todo se lo debemos a los musulmanes (como si los musulmanes no hubieran aprovechado numerosos aspectos e infraestructura de los romanos). Yo reconozco la importancia en España de los islámicos, y uno de los motivos por los que España es tan especial y tan maravillosa es por ellos. Pero de eso a lo otro hay un trecho. Por favor.

Por eso me parece tan indecente. No sé si ignoran, o lo desconocen de verdad, o si lo saben pero tergiversan, que gracias a la toma de la ciudad ella y su pueblo están incorporadas a Occidente, con todo lo que ello significa. La civilización occidental, no es asunto baladí. Otra cosa es la crisis cultural de nuestra civilización desde hace tiempo, pero como he dicho antes, basta comparar la evolución desde 1492 de la nuestra y de la islámica y especialmente en la actualidad, para ver sutiles y notables diferencias. Yo no la envidio. Habrá gente que sí; la habrá, seguro. Hay gente pa tó, como dijo el torero. A esos andalucistas deberían darle la independencia y que siguieran el camino de Boabdil, así experimentaban la muslim way of life en alguna de sus atractivas variantes: la iraní, la sudanesa, la siria, la egipcia, la argelina, la marroquí, la afgana...ahí, con viento fresco. Quién sabe si volverían a la sucia y oscura Castilla. Aquí estaremos para acogerlos de nuevo.