18.9.13

Aquí estaré

Dentro de que la frecuencia de actualizaciones en el blog ha disminuido considerablemente en este último año y medio (he pasado de siete u ocho entradas por mes a una o ninguna, aunque, para asombro mío, se me sigue leyendo y se me sigue animando. Gracias, de corazón) , ya ni recuerdo la última vez que escribiera sobre temas personales, considerados éstos como tales estrictamente, sin sensaciones experimentadas, opiniones  o politiqueos de por medio.  Es más, ni siquiera mi ruptura sentimental mereció al menos un triste párrafo; no sé si esto se debió a que no quise tratar el tema (además, cada vez escribo menos) o  porque soy realmente alguien frío e insensible, como más de una vez me han dicho varias personas. No sé.

Pero el momento de esa entrada personal  ha llegado. Y como suele ser habitual, impregnada de pesimismo  y resignación.

¿El motivo? Motivos, más bien. Para empezar, en dos meses cumpliré 28 años. Una cifra bonita y una edad apetecible, se supone. 28 años, que se dice pronto. Una edad en la que antes, normalmente, un hombre había hecho casi de todo en la vida y, aunque le quedaban cosas y vivencias por experimentar y sufrir, podía considerarse un hombre hecho y derecho.  
Cierto es que en la actualidad, con las circunstancias bien conocidas por todos,  suelen ser minoría (o eso quiero creer) quienes con 28 años tienen la vida resuelta o medio resuelta, así que no me considero un caso único ni quiero mendigar lástima. Pero uno mira a su alrededor, y ¿qué ve? ¿Qué hay en los amigos y conocidos de su misma generación? 

Observo y veo: gente que va a casarse; gente que, si bien no va a casarse ya mismo, tiene el pie más próximo al altar  o  a la vida independiente  que a la puerta de la casa de sus padres; gente, por último, sin proyectos casaderos pero con un presente laboral aceptable y un futuro prometedor.  Aclaro que no envidio para nada a los dos primeros grupos, pues mi filosofía de vida es otra,  pero huelga decir que daría lo indecible por ser parte de ese tercero. 

Yo poco puedo contar. Con 28 años he hecho y hago muchas cosas de adulto (¡qué mayor!) pero en otros aspectos sigo siendo totalmente dependiente de mis padres. Básicamente sigo estando como en el instituto. Cuando rozo los 30 soy un muchacho con ciertas maneras de hombre pero tan insolvente como Oliver Twist (con la diferencia de que yo sí tengo padres y comida y ropa todos los días).
¿Qué puedo contar de mi vida desde que cumpliera los 18, aparte de muchas borracheras, mucho derroche en fiestas, alguna temeridad que casi me manda al otro barrio,  unos estudios a trancas y barrancas que de momento sirven de poco, una ex-novia y unos pocos de ligues? Nada de nada. Sigo teniendo que alargar la mano para que el siempre disponible banco paterno me suministre los euros necesarios para hacer esas cosas de adulto. Con la imprudencia de los 19 y 20 años me daba igual poner el cazo porque sólo pensaba en una cosa, pero cada vez el ejercicio se hace más penoso. Uno tiene dignidad, aunque ahora esté perdida. 

Por otra parte, estos 27 años largos tan endebles denotan que sigo siendo inmaduro, desde luego. Para quitarle hierro al asunto, una amiga  suele decir "síndrome de Peter Pan", y mucha razón tiene. Cuando dejaré de serlo, es una incógnita. Quise romper con una persona que me quería de verdad, tal y como yo era y me daba estabilidad además de intentar enderezarme; pero como la relación estaba lastrada por la monotonía y la tranquilidad, se estaba encaminando hacia la vida en común y yo sigo siendo básicamente inmaduro e inquieto, todo se fue al garete. 

Mi experiencia laboral nula y que no tiene visos de mejorar es otro de mis lastres. Tan cierto es que las cosas están difíciles para todo y para todos, como que no hice una carrera precisamente pródiga en trabajo, pero también es verdad, vago  y regalón  de mí, que tampoco he hecho lo imposible por trabajar en lo que fuera (no he querido intentarlo de camarero, por poner un ejemplo).
En el fondo, mis padres, mis heroicos padres,  tienen parte de culpa por mimarme a su modo y permitirme tanto. Pero esto tiene que cambiar. Me sigo sorprendiendo por que mi familia me siga aguantando y protegiéndome de esa manera, y nunca se lo agradeceré y gratificaré lo suficiente,  pero esto tiene que cambiar, repito.  Y si al extranjero hay que irse, se irá, aunque hasta ahora tampoco he tenido cojones. 

Tal vez, si, una vez en gran parte por mi culpa, mi vida no fuera tan itinerante, podría contar algo más. Desde 2003  he vivido sucesivamente en Murcia, Valencia, Murcia de nuevo, vuelta a Valencia, Almería y ahora otra vez en Valencia. Y no precisamente viajes de trabajo. Al menos, tal ajetreo digno de Carlos V, lejos de convertirme en alguien solitario (aún más de lo que ya soy) me ha dado la feliz circunstancia de regalarme un pequeño grupo de amigos  de unas  ocho  personas; ellos -y ellas- saben quiénes son. Un grupo de lo más variopinto, que lo mismo contiene gente conocida desde hace muchos años que otras muy recientes y no por ello menos importantes. Gente que me soporta y aguanta, con mis defectos e inconvenientes, y que ahí están. Siempre he sido de pocos amigos, no porque considerase que no hay mucha gente digna de mi amistad, sino porque pienso que, a cuanta más gente haga  amiga mía, más desatendidas voy dejando a las demás personas. Así soy yo. 

Toda esta situación de seguir contando con un fiel grupillo me vuelve a reconciliar de nuevo con las personas, pues con casi 28 años ya he pasado por varias situaciones y tengo canas no sólo en el pelo. Y las "gracias"  que les dé a mi gente siempre serán pocas. 

Ellos y ellas hacen más llevadera esta travesía del desierto. En la niñez tardía y la adolescencia, uno vivía con la ilusión, con la certeza,  de que los mejores años iban a ser los 24, los 25, los 27...donde uno se iba a hacer mayor de verdad, iba a trabajar ganándose la vida  e iba a vivir innumerables experiencias. Pasada esa época con más pena que gloria, ahora paso el día a día con la idea , no sé si para consolarme a mí mismo o porque ha de ser así realmente, de que será a partir de los 31 años cuando llegue la mejor época de la vida, y que los 35  y  los 40 han de contemplarse como unos segundos 27, o algo así. 

Por tanto, soy pesimista y realista pero a la vez no pierdo la ilusión pues aún soy joven y me queda mucha vida por delante. De este último año, al menos he sacado en claro que tengo realmente vocación de profesor de secundaria y que podría ser feliz y sentirme realizado en un instituto enseñando Sociales. E  Historia, mi pasión. A por ello, pues.

Hay una canción grandiosa de un grupo irrepetible por desgracia desmantelado hace tiempo. Se trata de "Aquí estaré", de Avalanch.  Aunque la canción versa sobre las consecuencias de emprender una vida basada en la música, buena parte de la letra puede aplicarse a mí y a mi situación de largos años ya, especialmente en el estribillo:


"Me vaya mal o vaya bien
siempre sabrás que aquí estaré.
Aquí estaré"...



 Pues eso. Aquí estoy. Aquí estaré. No sé ni cómo, ni en qué circunstancias, ni dónde, pero estaré.