20.4.12

El rey se va de safari

Su Majestad se disculpa. Nada más salir del hospital, ayudado por muletas, convaleciente de su reparación de cadera. Un par de frases, acompañadas de un gesto serio y solemne, prácticamente con cara de pena,  sin los habituales chascarrillos y guiños al pueblo tan propios de su habitual y cacareada campechanía.

La amplísimamente divulgada y, según algunos, histórica, disculpa del monarca supone un gesto honroso, debido a la importancia de una regia figura entonando el mea culpa, pero no arregla demasiado (aunque para muchos este pedir perdón del rey es perfectamente válido y zanja la cuestión)  la situación de crisis de la monarquía española en este auténtico annus horribilis, desde las escabrosas y perillanescas andanzas de su yerno al reciente accidente de caza de uno de sus nietos en Soria.

Accidente cuando cazaba ha sido el actual del rey, precisamente. Una de sus actividades predilectas. Tiene una amplia experiencia; ya finiquitó a un oso en Rusia en 2005, según unas declaraciones de un hombre influyente nunca verificadas  éste drogado con vodka y miel. La caza de animales como actividad recreativa, se extiende por nobles y plebeyos desde hace mucho, aunque es hobby de la realeza desde tiempos inmemoriales. Desde hace siglos, cuando no había viñetas de dibujantes para hacer chistes.  En ciertas ocasiones no había bromas de por medio, como cuando se pillaba a furtivos con las manos en la masa; si no eran azotados, eran multados con miles de maravedíes y desterrados seis meses, y si se resistían a la autoridad (guardas forestales) podían acabar en el otro barrio, como sabemos de casos con Felipe II.  Si te pillaban pescando en los estanques reales, a la segunda vez te mandaban a galeras, para curtirte la espalda. Hablamos del siglo XVI.

Volvamos a nuestros días, a nuestra rabiosa actualidad. Como decía anteriormente, es un gesto que le honra y más cuando no estamos acostumbrados a que primeras figuras pidan perdón por sus desatinos políticos. Actualmente,  como cuando un político corrupto desaparece inmune e impune, sin decir palabra, o cuando un fracasado como el Dimitido se va, con loas desproporcionadas de sus acólitos, y, en palabras suyas, se dispone a jubilarse para ser únicamente un "supervisor de nubes". Por otra parte, sería desproporcionado comparar estas mundanas personalidades con figuras de sangre azul. 
 Se disculpa, sí, aunque yo creo que ni él mismo sabía por qué se disculpaba exactamente. Pero, me temo, el daño a la Corona está ya hecho. Pocas veces ha podido autoinflingirse tanto daño un representante (el máximo) de una institución por sus propios medios. La requetevista foto del rey con otro cazador avezado (mi hermano y yo nos acordamos de aquella entretenida película con Michael Douglas y los leones devoradores de hombres, Los demonios de la noche)  y un elefante muerto detrás, aunque sea de hace seis años, es el más preclaro símbolo de esta imprudente e inoportuna  metedura de pata de Juan Carlos I.

Por muchos motivos. El Jefe de Estado, y como tal, el símbolo de la Nación y del sistema político, no puede aparecer con las escopetas calientes y un paquidermo abatido detrás, en una escena que nos retrotrae a la época colonial, cuando el mapa de África estaba aún por hacer y posteriormente, cuando era un gigantesco pastel a repartir por un cierto número de naciones europeas. Una época muy pasada, muy antigua; si se prefiere, se puede comparar a famosas películas de safaris de los años del Hollywood dorado, tipo Mogambo.

El Jefe de Estado de España, en una semana particularmente negra para la economía española y para el futuro del país, inmersa en una situación de profunda crisis, con seis millones de parados,  y con la peronista Kirchner poniendo su granito de arena, no puede dar esa imagen de despreocupamiento, de "me piro a África a pegar tiros que es mi hobby elitista y para eso soy el rey, que os den por culo, amados súdbitos". Horas antes, el monarca había dicho, por ejemplo, "el paro juvenil me quita el sueño" y había animado a esforzarse, en general, a todos para sacar adelante la desastrosa situación económica. Pues sí. Igual en Botsuana quería encontrar la solución.

Luego están otras cuestiones, como la de la caza de animales en sí. La violencia contra ellos. Soy siempre contrario a ello. Ya sean elefantes, osos, búfalos, antílopes, tigres, rinocerontes o guepardos. Y no sólo la caza. No soy partidario del maltrato animal. Ya escribí aquí sobre los perros. Y desde luego, tampoco defiendo la violencia contra un toro en una corrida, encierro, capea o carrera lanza en mano, como las del toro de la Vega de Tordesillas. Volvamos a los elefantes. Independientemente de que sea más o menos elitista, de lo caro que sea, no creo que esté el  ecosistema planetario como para dedicarse a volarle los sesos a estos animales. Aquí los defensores a ultranza del rey, casualmente los mismos amantes de la caza en general, argumentan que la busca y captura de elefantes "salva a la especie". No sé. Tampoco me ha gustado nunca la caza; no entiendo ese afán por parecer más hombre si apuntas y disparas a un animal, sea una perdiz o sea un rinoceronte.
¿Soy un hijo de Disney, como dicen los mayores al criticar nuestra sensibilidad hacia los animales?. ¿Ha cambiado nuestra percepción de los animales por el visionado de películas del gran Walt, como Bambi, Dumbo, La Dama y el Vagabundo, etc? Esa humanización del mundo animal, junto a la labor del naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, es bastante posible que haya hecho cambiar a más de una generación en cuanto al cuidado de los animales, y su trato y consideración. Sí. Además,  España y en general el género humano del planeta siempre ha sido cruel con los animales. Pero, creo, los tiempos cambian, y no considero que nosotros, los hombres debamos seguir disfrutando de la muerte de animales como pasatiempo. Éste es un debate peligroso porque sale la cuestión animalista y vegetariana y se me puede acusar de hipócrita;  yo no soy vegetariano y por tanto, me gusta comer carne de animal y la defiendo. Pero, en mi humilde opinión, no es lo mismo alimentarse de especies asentadas y consolidadas desde hace siglos como el cerdo, la vaca o la gallina, que dedicarse a cazar animales en peligro de extinción y riesgo de desaparición como el oso, el zorro, el elefante o el rinoceronte. Comer carne o productos derivados de ella es necesario para sobrevivir y /o alimentarse bien. Matarlos porque sí,  por puro hobby, hobby extraordinariamente caro además,  perfectamente prescindible.

En fin. Dejando de lado estas cuestiones animalistas, volvámonos a centrar en el hecho en sí de las inoportunas vacaciones del monarca. Poco importa que la cacería fuera gratis en vez de irse hasta los 30.000 posibles euros que algunos medios de comunicación deslizaron. No importa que al rey lo invitase un magnate sirio, un millonario saudita o la supuesta amante del nieto de Alfonso XIII. Porque la realidad es que el rey, con la adversa situación tanto nacional como internacional de España, consideró mejor dedicarse unas minivacaciones en el sur del continente africano, sin prácticamente informar a nadie, al ser un "viaje privado".  De hecho si el público se ha enterado del safari, es por su traspiés y su fractura de cadera. Precisamente estaba en Botsuana, y no precisamente haciendo fotos de antílopes, cuando el desgraciado accidente del Cougar. Avisado el rey, pudo llegar justo a tiempo de los funerales militares.
Entonces sale aquí otra cuestión, la de la agenda real. Pese a lo que digan, y de nuevo los defensores a ultranza del rey saquen el tema de que "cazando se negocia", es decir, defendiendo la posibilidad de que Juan Carlos consiga beneficios para España de sus poderosos y misteriosos amigos,  lo cierto es que asuntos como las idas y venidas del monarca y otros miembros de la familia, sus cuentas corrientes, sus negocios, trampas y otras cuestiones son bastante poco conocidas.  Hablando de Familia Real, la impresión de que existe todo un universo de chupópteros alrededor de los Reyes empezando por ellos mismos es muy fuerte. Siglos hace que reyes y príncipes no van a la guerra o se curten en eventuales batallas y asedios, o reinas y princesas ejercen gobiernos y actividades administrativas. Últimamente ya sólo se pueden dedicar a practicar hobbies menos sangrientos y más elitistas, como la vela, el esquí o el polo. 
 Por otra parte, se critica mucho a toda la familia, pero luego los actos públicos arden de gente gritándoles emocionada y aclamándola. Somos todos muy republicanos, pero luego en sus bodas estamos esperando a las puertas de las catedrales o en las calles para demostrarles nuestra devoción, o cotillear cómo va vestido Fulano o Mengana. Somos España. En fin,  volvamos a asuntos más serios.  España, una vez más, no es como Inglaterra, por ejemplo; me refiero a que en la Gran Bretaña se respeta a los reyes (reina y duque consorte, el de Edimburgo,  en este caso) y a su familia, pero sin sacrosantismos ni murallas mediáticas ni vacíos legales. 
Además, existe desde 1975 un notorio silencio y un mutismo en lo referente a su persona, consistente en no realizar crítica alguna a su figura, por considerarla parte indisoluble de nuestro sistema y un  símbolo inviolable, como si España le debiera todo a este Borbón. Prácticamente, es como si aún estuviéramos en las épocas donde sólo el bufón real podía criticar o satirizar al monarca.  Todo esto cuenta con la complicidad de buena parte de la prensa y de los medios de comunicación de nuestro país. Ojo, no defiendo la quema de fotos de los reyes, desde luego, ni las pitadas a sus personas en estadios de fútbol o actos públicos.  Pero hace muchísimo tiempo que murió  la época y se fueron los siglos donde las monarquías eran de origen divino y la figura de un rey era quasi mítica, con personalidades por las que merecía la pena hasta morir.
Actualmente y desde hace bastantes años, ya no. Especialmente cuando ya los reyes "reinan, pero no gobiernan" y su papel es meramente simbólico y representativo, en recepciones, entregas de premios, inauguraciones, cumbres o encuentros internacionales. Precisamente se le ha criticado a Juan Carlos que, en vez de utilizar su jerarquía y su importancia en Hispanoamérica en lo referente a la polémica con Argentina, prefiriera largarse a Botsuana. Bien cierto. No puedo estar más de acuerdo. Suena a cobarde reproche de un súdbito anónimo, pero precisamente por ser un rey se le pueden achacar negativamente este tipo de cosas. A mayores dignidades, mayores perfecciones a exigir.

Desde luego, no es el primer escándalo del rey. Ha tenido otros, muchos dirían algunos, y posiblemente más graves y deplorables.  Curiosamente, ha habido un silencio más sepulcral en esos asuntos en comparación con este safari. Pero ésta en concreto ha coincidido con la situación de crisis económica por un lado, y con la era de la información y la informática, por otro, por lo que su trascendencia ha sido extraordinaria.
Ha servido además para emborronar notoriamente la hoja de servicios del rey, sustentada fundamentalmente en su papel de representante de España en tantos lugares y situaciones, pero, sobre todo, por su decisiva actuación el 23 de febrero de 1981, cuando según muchos autores, se ganó la corona definitivamente, al ser, conviene recordarlo, una figura impuesta por el dictador Franco.
Con todo, sería injusto dedicarle por mi parte toda una entrada de críticas y reclamaciones, reduciendo su papel en los años de la Transición democrática. Ciertamente, mucho le debemos los españoles. Don Juan Carlos tuvo un determinante cometido en la misma, en esos definitivos años, cuando hubo de hacer encaje de bolillos, pasando de una autocracia a una democracia. Cierto es que él mismo sabía que una especie de dictadura bajo su dirección no era viable ni deseable; pero algo había de hacer, ya fuera malo o bueno. Por otra parte, no realizó el papel él sólo; justo es reclamar asimismo el trabajo de otros grandes nombres y hombres como  Adolfo Suárez o el general Gutiérrez Mellado.

Viendo todo lo escrito hoy, se me podría interpretar como un republicano furibundo y/o un oportunista que aprovecha para pescar en río revuelto, cuando buena parte de la opinión se ha echado contra el Rey. No sería cierto.

Como dije, y podrían secundarme quienes me conocen, siempre he defendido al rey.  Siempre lo he visto con simpatía y he reconocido su eventual grandeza con algunos éxitos,  pese a unos cuantos desatinos y  al regular tirando a malo historial de su estirpe reciente. Mejor no hablemos de sus antepasados Alfonso XIII, Isabel II y Fernando VII, y quedémonos con Alfonso XII, un buen rey símbolo de la Restauración, una de mis épocas favoritas, quien murió con apenas 28 años. Pero volvamos a los siglos XX y XXI. 
 No soy monárquico apasionado, es más, no vería con malos ojos una república, pese al negativo historial presente en España si hablamos de esta forma de gobierno, y desde luego abomino de la II, ésa de 1931-1936,  pero tampoco rechazo  una monarquía.  Sería hipócrita, desde luego, si fuera de monárquico toda la vida, y ahora, por los elefantes de Botsuana, me volviera más republicano que Cayo Lara. Si interpretase estas desafortunadas vacaciones cinegéticas de Juan Carlos I como una oportuna y más conveniente que nunca abdicación. No.

Pero sí es cierto que para mí ha cambiado mi percepción del rey. No es por esto únicamente, desde luego. Ésto se suma a otras regias meteduras de pata, no sólo suyas sino de otros miembros de la Familia. Este asunto de la caza no ha sido tan definitivo como parece, pero sí ha sido importante y simbólico, sobre todo cuando uno se pone a pensar en el papel del rey, sus acciones, pensamientos y su importancia verdadera en nuestros días actuales, y su trascendencia. Uno piensa demasiado, y además cuando uno tiene ya unos años y piensa de otro modo, y llega a la conclusión de si es necesaria una monarquía. Ésta monarquía, además. Para qué queremos una monarquía que nos represente si el símbolo a exportar es una elitista postal con remembranzas del África colonial, con tamaña crisis de por medio, fuertes rumores de intervención europea y regreso a la peseta incluidas.
¿Tanta estabilidad nos da ésta monarquía?
Y además, cómo se representa a él mismo.  Lejos de parecer un rey preocupado y desvelado por su pueblo,  o dar una imagen austera o cuanto menos mínimamente solidaria, como sólo sabe y debe preocuparse una figura de su tamaño, por encima de políticos y politicastros, se nos aparece en el culo del mundo, matando elefantes y búfalos acompañados de quién demonios sabe.

No sé cómo acabará todo esto. Parece que las históricas disculpas han calado hondo en la opinión pública, la misma que antes pedía su cabeza. Por otra parte, tampoco conozco toda la vox populi; sólo me guío por la prensa, en la que por cierto me ha decepcionado un tanto la actitud del ABC. Siempre ha sido el periódico monárquico declarado, desde luego, pero su postura excesivamente postrada a sus pies y cortesana al máximo me ha hecho ver a este diario, mi segundo o tercer favorito, con otros ojos.
No sé cómo acabará todo esto, repito.  Tanto a corto, como a medio y largo plazo. Hablo de su teórico sucesor,  Felipe.  El rey tiene ya 74 años, y tanto su edad, como las circunstancias políticas, históricas y sociales son distintas a las de su abuelo, pero a mí se me vino a la memoria aquel momento de hace 81 años, cuando un amargado Alfonso XIII emprendió el camino de Cartagena, para tomar un barco y marcharse al destierro, cuando ni las elecciones las habían perdido los monárquicos ni él era el  principal culpable de la situación de España ni de la crisis de la institución. Pero era el símbolo.

Sea como fuere, nunca había tenido tan clara una cosa. Como dijo el lúcido Ortega y Gasset, Delenda est Monarchia. 

3.4.12

No es una semana cualquiera

Otro año más, el tiempo fugaz nos trae una nueva Semana Santa. Una celebración católica profundamente intrincada en nuestra tradición.
Hoy no voy a hacer una entrada crítica, puntillosa o negativa. No, ni mucho menos.

Me encanta la Semana Santa, ya lo he dicho por aquí más de una vez. Pese a mi agnosticismo.

Mi total carencia de fe y devoción tiene su contrapunto en mi querencia por varios elementos: la música, con ese abuso de trompetas, cornetas y tambores, de una rotundidad extraordinaria; las imágenes, las cuales, aunque no sea creyente, reconozco su belleza, perfección de formas, cuidada elaboración y realismo, realmente loables al realizarse en fragmentos de madera; el interés por la historia y los personajes de la Pasión de Cristo según la Biblia; y los movimientos y ceremonial, con los acompasados vaivenes al son de la música, de los pasos, dotándolos de una elegancia y atractivo icónico innegable.
Por todo ello contemplo pues la Semana Santa no como un creyente devoto, sino como un admirador de todo lo expuesto antes. En este asunto vuelvo a ser tradicionalista, lo siento.

La Semana Santa es una de nuestras tradiciones , aunque no es de todos los españoles ni de todas las partes de España, pero sí es ciertamente representativa. Su antigüedad supera holgadamente los 500 años, por otra parte.
En contra de ciertas iniciativas en los últimos años, aunque algunas son bastante viejas, no considero se deba proceder a suprimirlas sistemáticamente, más que nada por el significado que conlleva para mucha gente. Entiendo que pueda molestar a algunas o bastantes personas, especialmente por cortar la calles, pero también se cortan las calles por memeces mucho menos decorosas e inmorales y aquí paz y después gloria. Además, tampoco se obliga al "antisemanasantero" a postrarse de rodillas frente a las figuras de madera, a rezarle o a darse de latigazos.
También, como ya señalé el año pasado, considero totalmente fuera de lugar la intención del colectivo ateo, o de quienes sean, de realizar una procesión atea (sic) justamente el Jueves Santo. Si quieren mostrar públicamente su ateísmo, algo totalmente legítimo, tienen muchos días el resto del año. Ese es un laicismo agresivo con pulsiones iconoclastas y que suele derivar en escenas de dudoso gusto sin producir nada bueno, ni práctico, ni útil. Y ha quedado sobradamente demostrado en ocasiones.

Maldita sea, ya empiezo a despotricar. En fin, como decía, yo no soy creyente y nunca he desfilado en ninguna procesión, ni mucho menos llevar un paso, pero respeto a la gente que sí lo es y para quien esta semana tan importante resulta, penitencias en las espaldas incluidas. Estos días nos permiten contemplar escenas de devoción sincera y emoción desbordada, a veces algo bochornosas para el espectador ateo o agnóstico, o simplemente poco o nada religioso, a causa de las imágenes y lo que todo ello supone. No voy a entrar ahí.


Me quedaré con mis sensaciones, algunas de las cuales las tengo desde pequeño:

- Redoble y retumbe de tambores, escuchándose desde lejos y cada vez más fuerte, anunciándote la inminente llegada, por detrás de las hileras de penitentes. A menos de un metro de tí ya es demencial. Sigo pestañeando en esos casos de golpe de tambor, como cuando era niño. También, los cornetazos desgarrados acompañando a un paso.

- Imágenes poderosas y representativas. Vale, son simples fragmentos de madera tallados. Pero diríase que tienen vida. Desde pequeño me han interesado las escenas de la vida de Jesucristo y de su pasión y muerte, todo ello a causa de ver la imaginería de Semana Santa. Entradas en Jerusalén, Santas Cenas, Oraciones en el Huerto, Flagelaciones, Coronaciones, Cautividades, Caídas con la Cruz, Crucifixiones, Agonías, Expiraciones, Buenas Muertes, Descendimientos y Resurreciones. Vaya semanita. Mucha sangre, sí. Dolor, sufrimiento y muerte, desde luego. Para mí no tienen el mismo significado que para un creyente, pero las contemplo con el mismo respeto desde siempre, y como amante del Arte, las admiro aún más.

- El vaivén de las figuras, meciéndose cuidadosamente por el proceder de los costaleros dirigidos por sus capataces. Penosos pero orgullosos y dignos ascensos por una calle empinada, o dificultades de circulación en un callejón o esquina complicada.

- Gloriosas entradas en los templos después de las eternas estaciones de penitencia. Algunas maravillosas y emocionantes, por la pericia exigida a causa de lo estrecho de la calle y las dimensiones del paso, como la contemplada hace unas horas en San Ildefonso de Almería, con el Jesús de la Sentencia y sus ocho figuras más (Pilatos incluido) y el paso de la Macarena unos instantes después.

- El olor a incienso se te mete casi en el alma. No me agrada demasiado ese olor, y mejor en pequeñas cantidades, pero es un aroma indisoluble de la Semana Santa. Impresiona ver una o varias imágenes avanzando entre humaredas y humaredas de incienso.

- Sombras en la noche, oscilantes figuras de imágenes dibujadas en las fachadas de los edificios. La luz de las velas y de las eventuales farolas eléctricas hace el resto.
Impresionante asimismo es un Crucificado iluminado solo por antorchas o velas, con el único acompañamiento sonoro de unos contundentes tamborazos.

- Silencio. Sí, relacionado con la última frase. No sólo de música vive la Semana Santa. Existen procesiones y via crucis sobrecogedoras, al constar de crucificados agonizantes alumbrados por antorchas, y acompañados, si no es por el silencio sepulcral más absoluto, por los contundentes y mistéricos golpes de tétricos tambores, aporreados éstos por nazarenos descalzos. En ciertos casos, la fúnebre procesión se ha de adentrar por estrechas callejas, pasando tanto la imagen como el ruido del tambor (que llega directamente al tímpano) a centímetros de tí. Hablo, por ejemplo, del Cristo del Perdón el Martes Santo en Almería. Realmente impresionante.

- Esos ruidos y sonidos en las levantás de los pasos, precedidas por el silencio previo. Una mezcla de chasquidos de madera, secos y contundentes golpes de llamador, gritos, demostraciones de esfuerzo físico y torsiones de músculos. La explosión de aplausos al escaso segundo. Realmente indescriptible.


Viva la Semana Santa. En Almería y en innumerables lugares. Por muchos años.