23.1.12

Granada, por todo el mundo nombrada


Hace pocos días escribía aquí sobre la toma de Granada, el fin de la Reconquista y las manifestaciones de una pequeña parte de la sociedad. Todo ello con el "¿Qu´es de tí, desconsolado?" de Juan del Encina de fondo:

"¡O Granada noblecida,
por todo el mundo nombrada!..."

Pues bien, este fin de semana he podido disfrutar de las maravillas y bondades de tan famosa ciudad; ¿qué voy a decir yo de Granada?

Evidentemente, no es lo mismo dejar Granada a la fuerza y prácticamente en soledad, como Boabdil, que acudir a ella con todas las ganas del mundo y la mejor de las compañías.
Hace pocas horas he llegado de ella, y uno tiene aún la sensación del frenesí y de los ríos de vida y de gente, de los acusados contrastes, de la innegable variedad y multiculturalidad y de la imperecedera belleza de la urbe, plácidamente abrigada además bajo las majestuosas alturas de Sierra Nevada.

Mi M. y yo llegamos en tren, desde luego. En tren se contemplan bastantes aspectos del paisaje que se escapan por otros medios de transporte. Subiendo desde Almería, como digo, se recorre el feraz y estrecho valle del Andarax, verdadero oasis entre las yermas tierras de la provincia, y se alcanzan las tierras altas de la misma, entre los picos nevados de los Filabres (blancos éstos a veces) y de Sierra Nevada (blancos siempre, cómo no). Ya dije en otra ocasión que en las estaciones y apeaderos de esta zona, como Fiñana, tengo la sensación de estar en un spaghetti western, con la típica escena de bajarse del tren y que te arrojen la maleta. Una vez en la provincia granadina se otea el castillo de La Calahorra, todo un búnker renacentista en medio de la estepa del Marquesado de Zenete, y se llega al polvoriento pueblo de Guadix (digo polvoriento no por criticar, sino porque de pequeño siempre me pareció así....y así se ha quedado para mí) y sus curiosas casas-cueva, aún habitadas la mayoría e incluso rehabilitadas otras.

Tras dejar estas frías y desoladas tierras, siempre con la enorme mole de la sierra muy presente, se llega por fin a la Vega de Granada, auténtica orgía vegetal y de agua, y poco a poco llegas a la ciudad misma. La ciudad soñada.

Granada, merecedora verdaderamente de la capitalidad de la "Andalucía Oriental", es decir, las provincias de Granada, Jaén y Almería, esa región no oficial pero muy palpable dentro de Andalucía (más bien debería estar fuera de ella, para no rendir pleitesía a Sevilla) , forma parte de las maravillas de nuestro país. Ha sido prácticamente desde siempre un destino turístico de primer nivel, ya desde la Edad Moderna y especialmente a partir del Romanticismo del siglo XIX (los franceses tienen infinidad de frases y citas sobre ella, desde Chateaubriand a Dumas pasando por Hugo, Merimée o Bizet) . Además, el desarrollo de los deportes de invierno en Sierra Nevada en la segunda mitad del siglo XX acrecentó aún más el turismo (aunque los granadinos ya esquiaban en los años 20). Pero hablábamos de la maravilla de Granada. Acaso es la ciudad más bella de España; para no ser tan tajantes y excluyentes incluyámosla entre unas tres. Entre esas tres, que no voy a decir cuáles son, no está para mí Sevilla, la tan publicitada y aclamada Sevilla. Desde luego soy muy anti-sevillano, pero Granada le gana por goleada. Sí.

La ciudad cumple sobradamente mis requisitos de ciudad casi perfecta y adorada para vivir, a saber: exagerada carga de historia, probada monumentalidad, cierto pulso humano (yo llamo pulso a las ciudades con gentío para todo. No es que me guste demasiado el gentío, pero da alegría en ocasiones), calles estrechas y empinadas, naturaleza latente y un clima fresco, o por lo menos con inviernos largos y fríos. Desde luego en Granada hace bastante calor en verano, y la playa no queda muy cerca, pero eso de llevar abrigo, bufanda y guantes y respirar aire helado me encanta.

Granada, siendo más pequeña que Murcia, por ejemplo, tiene más vida. Ambas son ciudades universitarias, pero la población estudiantil posee mayor carga en la primera. No ya sólo por tradición (se fundó en 1531) sino además porque el polo turístico que ha sido Granada desde siempre ha supuesto en los últimos años una venida en masa de los Erasmus. Así, si ya de por sí la ciudad tenía probado ambiente fiestero universitario, últimamente se ha incrementado aún más. Ése es para mí uno de los aspectos negativos de Granada. Vas a ella buscando monumentos, historia e imágenes inolvidables, y parece que si no estás con una caña en la mano y tomando tapas, o de cubateo, no disfrutas de la ciudad. Es una estúpida sensación y para nada es la mía, pero yo no soy de ésos que acuden a ella como en peregrinación a sus famosas discotecas o sus bulliciosas y aturdidoras zonas de tapeo. Tal vez hubo una época en mi vida que sí me hubiera gustado eso -aunque yo nunca he dejado de ser un amante de la historia y de los monumentos, y a Granada siempre la he tenido muy presente- pero ese tiempo ya pasó. Así que fui a ella con mi novia, buscando momentos únicos, estampas inmortales, intimista tranquilidad y preciosos paseos.

Y vaya con los paseos. Mi imagen favorita de la ciudad, sin despreciar a otras, es la de la Plaza Nueva en adelante, pasando por la Chancillería, adentrándote en la diminuta carrera del Darro (Sinceramente considero que hay muy pocas calles, prácticamente ninguna, más bonita; no sólo la calle en sí, también el entorno y la naturaleza) , con la iglesia de Santa Ana y San Gil al lado, el murmullo y el frescor del río que brota helado de la montaña, la hojarasca y el verdor alrededor de él, las preciosas y viejas casitas, el melancólico Paseo de los Tristes (para nada melancólico ni triste esta vez) y los farallones y tajos de la colina de la Alhambra sobre él. La perenne y majestuosa Alhambra, protegida por la inmensidad blanca de Sierra Nevada.
Realmente no sabes qué estampa de la Alhambra es la mejor, si desde el Darro, ascendiendo por la empinada cuesta desde la Plaza Nueva entre fríos y alegres arroyos, desde ella misma, desde el mirador de San Nicolás en el Albayzín o desde tu corazón. Así de simple.

Pero sería injusto reducir Granada sólo a la Alhambra. De todas formas no hace falta que lo diga yo. Resulta sobrecogedora la inmensidad de la catedral de Granada, primera renacentista de España, una mole inmensa (te sientes realmente diminuto a su lado) testigo del poder de la Iglesia a lo largo de la historia. Historia que se puede prácticamente oler en la vecina Capilla Real, donde están enterrados los Reyes Católicos, la desgraciada Juana la Loca y su marido Felipe el Hermoso, además del infante Miguel, primogénito de la hija mayor de los Reyes, Isabel (de haber sobrevivido, este futuro rey hubiera unido las coronas de España y Portugal y se hubieran alejado los Habsburgo. Pero ni él ni su madre vivieron lo suficiente). Son impresionantes y sobrios los sepulcros reales, de blanco impoluto y belleza contenida renacentista. Una vez desciendes las escaleras debajo de las esculturas, te encuentras con algo que no recordaba yo de mi visita a los 8 años de edad: los estrechos ataúdes de plomo que contienen los regios restos. Impresiona, la verdad. Yo los contemplo con cierto sentimiento, porque admiro sobremanera sus figuras, sus logros y su época. Resulta irónico que compartan el mismo lugar para el descanso eterno Fernando el Católico (de quien por cierto se cumplen hoy justamente 496 años de su muerte) y Felipe el Hermoso, con lo que se odiaron e incomodaron mutuamente. Con todo, el corazón del yerno flamenco reposa en Bélgica.
La Capilla Real es un lugar único y bello, si se puede llamar bello a un lugar de muerte y que acoge a muertos. Pero está cargado de historia y simbolismo. Los propios monarcas quisieron ser enterrados allí, en vez del ya preparado de San Juan de los Reyes en Toledo, por la importancia y la trascendencia de la toma de Granada y de la conclusión de la Reconquista. Desde luego hoy día, con el maniqueísmo existente, no se dejaría edificar con tanta proliferación de águilas de San Juan y yugos y flechas (todas de su época, ojo) , que campean sobriamente en las paredes y esquinas, tanto dentro como fuera del edificio.

Desde luego se nota la importancia de la figura conjunta de mis admirados Reyes Católicos y de su época en la ciudad, empezando por el escudo, siguiendo por los edificios religiosos y continuando por los nombres de calles y plazas, o incluso en las rejas y puertas. Y la preponderancia de su nieto, mi reverenciado Carlos I, no es desdeñable; su enorme palacio (cuadrado por fuera, redondo perfecto por dentro) sobre la Alhambra, construido a raíz de su luna de miel en Andalucía , el cual nunca utilizó, resulta inseparable del conjunto nazarí; por aquí y por allá hay emblemas y recordatorios suyos, y la fundación de su universidad vino por iniciativa suya; el águila bicéfala de su escudo de armas constituye el símbolo de la misma, mal que le pese a la importante comunidad perroflaútica de Granada.

Sí, es verdaderamente importante este dato. En la ciudad resulta notoria la abundancia de alternativos, hippies, pseudo-hippies con i-phone, tipos raros, bohemios, buscavidas y demás gente de esa calaña, que junto a los erasmus y a los inmigrantes (especialmente musulmanes) le dan a Granada un marcado carácter multicultural, demasiado "alternativo" para mi gusto. Hay mucha variedad y mucha gente. Naturales, foráneos y visitantes. No incluyo a los que por tomarse un té perfumado en la calle Elvira ya se creen que están adentrándose en la cultura musulmana y van de árabes, pero desde luego hay de todo, verdaderamente muchísimo. Los kebabs por ejemplo, son diferentes y deliciosos, cual quiera que sea el país de origen de este alimento. Desde luego el servido en la Plaza Nueva por un moro simpático y rechoncho, con modales de buen anfitrión, estaba estupendo. A mi M. le encantó. En otras zonas, según sople el viento de tal o cual sitio, el aroma a maría es bien notorio. Tanto que empiezas a pensar que la floresta de la colina de la Alhambra tiene esas plantas.

Pero Granada es muy contradictoria. De tan apabullante y vigorosa te aturde en ocasiones, pero si te lo tomas con calma te das cuenta de la variedad de postales. Si recorres el Albayzín o el Realejo, con sus calles empinadas hasta la exageración, sus callejones escalerados y sus casas blancas u ocres y antiguas, unido al olor a romero y tomillo, parece que estás en un pueblo alpujarreño. Sin embargo, sólo unos metros más abajo el bullicio de la Gran Vía, de Reyes Católicos, de Elvira o de Recogidas te devuelve al mundanal ruido. Desde San Nicolás contemplas la Alhambra y el Albayzín, y un poquito más allá la Catedral. Todo muy antiguo y recoleto, de otra época. Pero extiendes la vista y la neblina del resto de la ciudad y de la Vega, y vuelves a la populosa y desmañada urbe del presente. ¿Y con qué Granada te quedas? ¿Con la tradicional y católica, de ultrarrecargadas iglesias barrocas, adoradas Vírgenes populares y Cristos con exvotos incluidos? ¿Con la alternativa-estudiantil-bohemia, de porro, litrona y graffiti? ¿Con la burguesa del ensanche, de amplias avenidas y señoriales edificios decimonónicos? ¿Con los paseos matutinos, con los del atardecer o con los nocturnos? ¿Con la musulmana de teterías, cachimbas y restaurantes? ¿Con la caótica de turistas venidos de cualquier parte del globo? ¿Con la cristiana que tiene ecos y memoria de 1492? ¿Con la de caña y tapa a 1.50 o 2 euros? ¿Con la gitanesca del Sacromonte y de mujeres en la puerta de la Catedral pidiéndote la mano para leértela, con muy malas mañas?

No sé. Son muchas y casi todas recomendables. Me quedaré sólo con algunas, desde luego. Pero muy adentro en el corazón, como siempre. Granada, desde pequeño, la he tenido en mente y como tal, un tanto idealizada, aunque sea un lugar poco necesitado de idealización. No era mi primera visita. Pero ha sido con ésta, la tercera, cuando más he disfrutado. No sólo por el recorrido de la ciudad (con mi orientación y un plano en la mano soy el más feliz del mundo), además por la compañía; no sólo la novia, además, mis primos. Pero especialmente mi M.; sin ella no hubiera sido lo mismo. Me acompaña en mi implacable recorrido, me sigue el paso y descubrimos juntos lugares inesperados. Entre otras muchas cosas, claro. Dos días pueden dar para mucho. Todos aquellos inolvidables e indelebles momentos vividos en Granada estarán ahí por siempre.

Apenas te he abandonado y ya quiero regresar a tí. O Granada noblecida/ por todo el mundo nombrada. Ay. Volveré...


5 comentarios:

  1. Viaje maravilloso e inolvidable. TAMNP

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  2. Con lo que has escrito, me recuerda a cada vez que vuelvo (siempre que puedo), y me pierdo por las calles interminables del Albaycín, desde el Darro en adelante. Aconsejo también entrar a los baños árabes del "Bañuelo" o al Museo Arqueológico, sin olvidar la iglesia de San Pedro; todo ello en el Darro. Sencillamente impagable!

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  3. Sí, Calígula, sé lo que dices! Faltó tiempo para eso y más. A ver en la próxima visita...

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  4. Gracias por tan bellas palabras y sobretodo por ser capaz de plasmar la realidad de la ciudad desde un punto de vista objetivo. Saludos de una granadina.

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  5. Gracias en cualquier caso a tí por leerlo y ser tan benevolente. La verdad es que todo me salió solo, es una ciudad muy especial para mí y que amo. Una gran suerte ser granadina.
    Un afectuoso saludo de un almeriense.

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