1.9.15

Pan y toros

                                  

                                    Uno de los grabados de la  Tauromaquia,  de  Francisco de Goya (1816).


Hoy tocaremos un tema, como tantos otros, espinoso y con hondas raíces históricas, populares y costumbristas. Además, sigue de rabiosa actualidad, como quedó demostrado hace poco con la escalofriantes cogidas de Rivera y Jiménez Fortes, los inaceptables comentarios de ciertos ciudadanos deseando la muerte de aquellos  y las tensiones derivadas de las acciones de los llamados animalistas en diversos puntos de España. Hablemos del toreo, o, como pomposamente se refieren sus irreductibles defensores, la Fiesta Nacional (con mayúscula, sí), o simplemente la Fiesta.

La lidia de toros, pese a su aparente carácter genuinamente ibérico y particularmente hispánico, no es exclusiva de España y Portugal (también está presente en el sur de Francia y en algunos países hispanoamericanos)  y hay quien quiere buscar su origen en ciertos rituales  practicados por los antiguos griegos, y en la influencia de las luchas con animales que tanto gustaban a los romanos.  Con todo, no es hasta la Edad Media y especialmente bien avanzada la Moderna cuando la tauromaquia adquiere unas características y peculiaridades más o menos similares a las de la actual. A finales del siglo XVIII destacó Pedro Romero (1754-1839), miembro de una dinastía taurina y considerado uno de los primeros grandes matadores de toros, y junto con Pepe-Hillo, muerto corneado en 1801, como dos de los diestros que instauraron el toreo moderno, pues la lidia pasó a ser practicada por plebeyos en vez de nobles; ambos fueron retratados en varias ocasiones por Goya. Desde entonces, pese a los intentos de algunos reyes borbónicos (Felipe V, Carlos III, Carlos IV) y  de ciertos intelectuales como Jovellanos o los de la Generación del 98 de acabar con las costumbres taurinas, se han seguido manteniendo frente a viento, marea, presiones interiores y exteriores, politiqueos  y decaimiento de la afición. 

Personalmente no me gustan los toros como fiesta; puedo decir que los he visto en directo al menos una vez, pues asistí a una corrida en Almería. Pero no me atraen. Más allá de la música, pues paradójicamente me encantan los pasodobles,  considero que disfrutar con el sufrimiento de un animal  es cuanto menos discutible. No sé si soy animalista, y seguramente sí sea un sensiblero marcado por Walt Disney y Félix Rodríguez de la Fuente (qué le voy a hacer), pero contemplar la agonía de un mamífero con un método no precisamente rápido y limpio no me parece plato de buen gusto. 

Examinemos ahora los habituales argumentos y las recurrentes excusas que los taurinos de pro suelen dar para defender su afición y la pervivencia de las corridas:

- Los toros son una tradición y como tal deben seguir existiendo. También era una tradición popular tirar a cabras desde el campanario o arrancar cabezas a gallos y patos vivos  (creo que se sigue haciendo, si bien con el ave ya muerta, aunque se siguen haciendo salvajadas) . También lo es el Toro de la Vega de Tordesillas, y poca gente fuera de dicho pueblo lo reivindica. También, ya puestos a desbarrar, fueron una tradición las ejecuciones públicas y ya no vamos a las plazas de la ciudad a ver cómo le dan garrote vil o ahorcan al delincuente de turno. 

- El toro no sufre.  Estamos de acuerdo en que es un magnífico y soberbio animal, muy fuerte,  vigoroso y resistente. Por supuesto no es tan frágil como un pequeño lechón, y es más incontrolable que una oveja.  Pero de ahí a convertir al bravo rumiante en una masa de carne insensible media un trecho. El desgarre de las banderillas (cuando se las clavan y brinca no debe ser porque le gusta, además),   el destrozo muscular a causa de la puya del picador (que asusta sólo de verla) o el estoque metido hasta las entrañas (el objetivo supremo es acertar en el corazón del toro)  no deben ser  nada agradables  para el  bóvido, se intuye (e intuye todo aquel con un mínimo de sensibilidad...¡carajo, es un mamífero, no estamos hablando de un dragón con las escamas de acero!). Y si aún así no se intuye, basta ver al toro con los lomos y los hocicos ensangrentados, gimiendo no precisamente de alegría,  respirando agonía y resistiéndose a morir entre espasmos, cuando el descabello falla y el punzón perfora varias veces  su nuca, toda una artística escena. 

- Si no te gusta, no vayas/no lo veas.  Ah, bonita excusa. Grandísimo argumento.  Como si el hecho de no asistir hiciera invisible el acto en nuestra conciencia, o como si al no ir no se torturase al toro.   Es como decir "vamos a violar a esta cabra, así que si no te gusta, mejor no vayas". Y quien dice cabra dice mujer, o muchacho. Pasémonos de frenada, venga.  

- Sin las corridas el toro bravo se extinguiría, y la dehesa, su medio natural, desaparecería.  Una de las más clásicas excusas. Pero no hace falta ser un experto en ecología para aventurar que el dinero destinado a los festejos taurinos podría emplearse en habilitar dichas tierras como una especie de parques naturales donde las reses vivieran a su aire como especies protegidas.  Aún queda campo y monte disponible en España que salvar de la especulación urbanística, además. 

- Al menos al toro se le da una oportunidad de luchar por su vida, al contrario que a los terneros, a los cerdos, etc. En esto sí hay algo de razón. De acuerdo. Pero un "de acuerdo" endeble.  Porque un solo animal en una plaza rodeado de ruidos extraños y hostiles y dañado de forma consecutiva (con el objetivo de ir limando su fuerza  para que el torero le domine, pues es ésa y no otra la finalidad de los picadores y los banderilleros) para acabar chorreando sangre y, exhausto y mareado, se enfrente al estoque y al descabello en última instancia,  no parece un combate demasiado igualitario, desde mi modesta opinión, y eso que no he tocado el siempre oscuro asunto del tratamiento al toro previo a la corrida.  Por más, debe reconocerse,  que sean frecuentes las cogidas de toreros, se hayan dado unas cuantas contundentes mutilaciones  e incluso muertes de diestros en la arena, la última en 1987.  

- Hay que considerar que el toro se pega una buena vida antes de morir. Ésta es para mear y no echar gota. Claro, como vive a cuerpo de rey en la dehesa unos años antes de ser toreado, démosle unos puyazos  y clavémosle la espada para resarcirnos de la envidia, maldito cornudo cabrón. Y olé. 

- Hay mucho dinero y muchos puestos de trabajo de por medio. Ciertamente sí, debe admitirse.  "Con un impacto económico superior a 3.500 millones al año, y unos 45 millones de recaudación en IVA solo por la venta de entradas, más que el cine español", como dice con retintín el periódico ABC. Pero me gustaría saber por dónde se va el dinero derivado de los toros, al igual que desaparecían misteriosamente el oro y la plata de las Indias. Además, no es un negocio tan pingüe pues necesita de las subvenciones estatales y de la Unión Europea, en torno a varios cientos de millones de euros.   Sin duda familias enteras viven de la tauromaquia y alrededor de esas familias gravitan muchas personas. Pero España, tan avanzada en algunos aspectos, sin duda es capaz de seguir dando de comer a los ganaderos, a los empresarios de las plazas y a sus subordinados, en un hipotético fin de los toros como tales.   

- No quieres que se mate a un animal, y sin embargo comes carne. Sí, se me puede acusar de hipócrita pues me gusta comer de todo y adoro la carne, aunque soy de los que le dan pena hasta los peces y moluscos que podemos ver moribundos en los mercados, y eso que tengo más afinidad sentimental con mamíferos y pájaros. Pero así es la cadena de la vida, y entre otras cosas, todos moriremos algún día.  No obstante,  convendremos en que no es lo mismo ejecutar de una manera humanitaria  y lo menos dolorosa posible (nuestras leyes obligan a ello, creo recordar) que después de haberlo finiquitado en un charco de sangre tras haber hundido la puntilla  en su cerebro para que deje de moverse (el llamado descabello, que consiste en seccionarle la médula,  el último y sádico remedio si falla la estocada final).  

- No quieres que torturen y maten al toro, y te da igual cómo se trata a otros animales. Otro argumento en el que el sabiondo taurófilo da por sentado que uno, por hablar mal de los toros, obvie la situación de la mayoría de los animales, nos los comamos o no. Desde luego, me parece una crueldad la matanza del cerdo al modo tradicional. Ciertamente me parece una desgracia el panorama de muchas granjas y centros de producción (pese a que la legislación ha ido evolucionando para bien) y particularmente nunca me han gustado ni la caza, ni la pesca, ni los circos y espectáculos con animales por el maltrato encubierto. Ni los zoológicos. Tampoco defiendo las masacres de focas y de ballenas o la elaboración de costosos abrigos de piel.  Como también me parece una infamia el maltrato y/o abandono de perros y otros animales de compañía, o la vergonzosa violencia contra los asnos, de la cual en España tenemos habituales y sádicas noticias; por cierto, en Santorini no quise subirme a los típicos burritos empleados como ascensor hacia el pueblo, pues me daban lástima. Yo soy así.  

- No quieres que se mate a un animal, y sin embargo te dan igual las cifras de abortos. Otra excusa demencial, según la cual, si te declaras contrario a la fiesta de los toros, automáticamente eres un ateo abortista.  ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Cuando hablemos de abortos de embarazadas, hablaremos de abortos de embarazadas, que es otro tema espinoso y de debate difícil.  Pero estamos haciéndolo de corridas de toros y de maltrato animal, menos salirse por la tangente y recurrir a los no nacidos y a las decisiones personales.  

- Los toreros, al igual que los aficionados, son los que más quieren al toro bravo y disfrutan cuando participan en el indulto a a uno. Permítaseme discrepar con esa primera frase. Yo adoro a mis perras (y a todos los perros) y ni por asomo se me ocurre atosigarles con cuchillos y hacerles sangre. Supongo que querrán al toro en el sentido de que son la base de su prestigio y su fortuna; más allá no puedo ver nada, a no ser que lo amen tanto como para querer matarlos ("lo maté porque es mío",  parafraseando a los maltratadores) . Respecto a lo del indulto, no puedo entrar en lo que piensa un torero cuando perdona la vida a uno, pero puedo entender que ese sentimiento debe ser de sincera admiración hacia un animal especialmente bravo que se resiste a entregarse a pesar de las heridas.   Con todo, los indultos no son nada abundantes. De hecho, las estadísticas muestran que cuanto más categoría tiene la plaza, menos toros se salvan. En Las Ventas de Madrid, verdadera catedral de la tauromaquia, donde sólo en la Feria de San Isidro se lidian 200 toros, el último amnistiado  fue en el lejano 1982.  Por poner un ejemplo más corriente,  en la plaza del Puerto de Santa María (Cádiz),  de segunda categoría, se han indultado a 9 toros en los últimos 30 años. 

- Son contrarios a los toros separatistas, y antiespañoles en general. Ciertamente entre los independentistas periféricos suele abundar la corriente antitaurina, pero no es una tendencia mayoritaria al 100%.  Tal vez uno de los casos más peculiares de España sea el de Azpeitia, a 40 km de San Sebastián, feudo abertzale y con alcaldía en manos de Bildu desde 2011, quienes no han impedido que se continúe con la gran tradición taurina de la localidad, de las mayores del País Vasco.  Además, como veremos más abajo, hay una notable hipocresía y doble vara de medir en este asunto. Por otra parte, yo, nada favorable a los toros, estoy en las antípodas del antiespañolismo y, es más, soy tan unitario y centralista que suprimiría las autonomías. Pero ese es un jardín para otro día.  

- Los toros forman parte indisoluble de la tradición cultural española, y de hecho son cultura, son arte.   Baste recordar a Goya, Benlliure, Lorca, Miguel Hernández, Bergamín, Dalí,   Alberti,  Picasso, Cela o Vargas Llosa,  entre otros,  y a foráneos como Hemingway y Orson Welles. Uno de mis argumentos favoritos, por machacón (es imposible que un plumilla partidario de los toros no recurra a él)  y pedante. Claro, como fueron taurinos importantes literatos y artistas nacionales e internacionales, e incluso en  algunas de sus obras la tauromaquia estuvo presente, ello concede un plus de prestigio, por "intelectual", a la lidia. Simplificando, como a  Federico García Lorca le encantaban, ergo los toros son cultura. Sin embargo sucede que, estos taurinos que pretenden que el toreo sea considerado Patrimonio de la Humanidad y que  van de culturetas  prefieren no saber, u omitir directamente, que intelectuales contrarios a la tauromaquia ha habido y de importante calado, tanto españoles como extranjeros. Pero centrémonos en los nacionales, quienes acuñaron la expresión "pan y toros" a imitación de la latina "panem et circenses" para aborrecer de las costumbres taurómacas y de su uso por los gobernantes para entretener al populacho, relacionado esto con el atraso de su país. 
Para empezar no está nada claro que el propio Goya  fuera taurino , cuyos magníficos y crudos grabados no son precisamente laudatorios . El citado e ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos fue uno de los primeros y más ardientes detractores, aunque antes ya se habían posicionado Lope de Vega o Tirso de Molina. Posteriormente tenemos al muy tradicionalista Jaime Balmes, a  Mariano José de Larra, al liberal y exiliado José María Blanco White, a  José Zorrilla o al regenerador  Joaquín Costa, y más adelante a nombres imprescindibles como Leopoldo Alas "Clarín", Santiago Ramón y Cajal, Miguel de Unamuno,  Jacinto Benavente, Pío Baroja,  Gregorio Marañón, Antonio Machado, "Azorín", Juan Ramón Jiménez...más recientemente, José Ferrater Mora, Francisco Umbral, Miguel Delibes, Eduard Punset, Rafael Sánchez Ferlosio, Manuel Vicent o Antonio Muñoz Molina. Vaya, todos estos ya no son tan intelectuales, entonces. Ramón y Cajal ha dejado ser esa gloria científica y todo un orgullo nacional.  Y, desde luego,  ¡eran antiespañoles  "Azorín", Unamuno y  Marañón!

- Los toros, de honda tradición,  forman parte de la historia de España, y no sólo al pueblo, le han gustado también a los reyes.  Cierto es. De hecho hace siglos eran los reyes los que "toreaban", como por ejemplo Felipe el Hermoso, que alanceó uno a su llegada a Castilla, o Carlos I, aficionado a rejonear toros desde un caballo. Y  los actuales defensores de la lidia, aunque no todos son monárquicos, suelen congratularse por los gustos taurinos de los reyes. No hay más que ver la implicación de Juan Carlos I, quien como sabemos para unos asuntos sí se moja y para otros no. 
Esto atrae especialmente a periódicos como ABC y La Razón, tan borbónicos ellos,  los cuales pasan, una vez más, de puntillas respecto a cuestiones tales como la existencia de reyes españoles que han querido acabar con el toreo, como también esquivan, pese a que habitualmente son más papistas que el Papa, que ha habido más de dos obispos de Roma contrarios a la lidia. Pero volviendo a los monarcas,  a la siempre augusta Isabel la Católica no le agradaban, aunque fueron más activos los ilustrados Borbones: Felipe V, despreciando la tauromaquia en varias ocasiones influido por su camarilla francesa; Fernando VI, más sensible, a quien tampoco le gustaban y estipuló que el dinero generado por las corridas se destinase a obras caritativas;  Carlos III, uno de los mejores reyes de nuestra historia, quien prohibió las corridas en 1772, aunque el pueblo no lo aceptó;  y Carlos IV, quien insistió en 1805. Sin embargo, la encomiable labor de los primeros Borbones  no supuso el triunfo redondo de sus medidas regeneradoras,  pues ya sabemos cómo acabó todo, con Fernando VII, quien además era taurino, cosa nada sorprendente. Ya  durante todo el siglo XIX diversos políticos insistieron en la conveniencia de suprimir el toreo, con áridos resultados vista la nula colaboración de los sucesivos reyes, no tan ilustrados como los del XVIII y mucho más castizos.

Vista la serie de argumentos, con unos mucho más peregrinos y endebles que otros, también hemos de ver la inmensa hipocresía y notable doble vara de medir que hay en este asunto, por parte del pueblo, taurófilo o no:

- Hipocresía y doble vara de medir, la de los taurinos, que trazan una enérgica línea para separar las corridas de toros de otros festejos populares como el citado Toro de la Vega, los encierros,  los correbous, los toros embolaos o ensogados, las infames corridas con vaquillas y novillos (animales mucho más jóvenes y endebles que los toros bravos, en cuyos cuerpos las banderillas parecen enormes),  etc. No sé con qué criterio una cosa sí es digna de admirar  y de mantener y la otra no. Ah, ya: Lorca y Hemingway marcan la diferencia.

- Hipocresía y doble vara de medir, la de los taurinos, quienes como ya se ha dicho encuadran a los contrarios a las corridas como separatistas y antiespañoles. Nunca es bueno generalizar y, ni todos los taurófilos son tradicionalistas de impoluta  chaqueta, misa y viva el rey, ni todos los antitaurinos son (somos)  extremistas de izquierdas próximos a la kale borroka. El conservadurismo mediático, que suele abuchear por temas políticos al PNV y a Bildu, calla discretamente y silencia su furor centralista cuando el primer partido mantiene la tradición taurina de Bilbao o restaura la de San Sebastián, o cuando el segundo, tan contemporizador con ETA, insiste con las corridas en Azpeitia. Pero si apoyan los toros, entonces los separatas filoetarras se vuelven respetables. Faltaría más.

- Hipocresía y doble vara de medir, la de la izquierda independentista, fundamentalmente la vasca,  la catalana, la gallega y últimamente la valenciana,  que hace suya la causa animalista renegando de las corridas de toros por fachas y cavernarias mientras sigue apoyando los mencionados correbous y embolats, o los Sanfermines; quien dice festejos con astados dice con otros animales.  Debe ser, en el caso pamplonica,  que la ikurriña y el ambiente abertzale  impregnan a los encierros de un aroma de prestigio, libertario,  por aquello del pueblo oprimido...o eso o que mientras corra el kalimotxo, nada más importa, como si los toros que corren por la calle Estafeta no fueran luego banderilleados y descabellados en la plaza.  El esperpento es mayor en otras autonomías,  como Cataluña, donde se prohibieron las corridas de toros en 2010 mientras se siguen protegiendo los correbous y luego está el caso de Canarias, sin lidia de astados desde los años 90, pero donde se siguen practicando las  tradicionales peleas de gallos, un  espectáculo "edificante",  como sabemos. 

- Hipocresía y doble vara de medir, la de cierta extrema izquierda política y mediática, que tilda de "asesinos" a los toreros, y sin embargo se muestra muy favorable al acercamiento, reinserción y rehabilitación de presos etarras, verdaderos ejecutores de personas.  Hay que ser pintor de brocha muy gorda para tener esa actitud, máxime si tenemos en cuenta que muchos de esos políticos han callado (o han estado directamente condescendientes) durante la época de mayor actividad criminal de la banda.

- Hipocresía y doble vara de medir, la que durante décadas han ejercido ingleses y franceses (por decir dos países tradicionalmente próximos a España)  respecto a los toros, tildando a los españoles de bárbaros e insensibles, mientras los primeros ejercieron la caza del zorro 300 años, y los segundos, aparte de mantener las corridas en el sur de su territorio,  han hecho (y siguen haciendo)  verdaderas masacres con gansos y patos para la elaboración del foie.  No por nada la sobrealimentación forzada de estas aves está prohibida en un buen número de países y sólo se permite ya en la honorable Francia y en el variopinto grupo formado por Bélgica, Hungría, Bulgaria y...España. Respecto a Inglaterra y el zorro, en 2005 por fin se prohibió su caza con perros, así como la del reno y la de la liebre, en medio de fuertes polémicas pues su práctica estaba muy arraigada dentro de la alta sociedad (¿a alguien le suena?). Los ingleses han sido históricamente los que más se han horrorizado con la tauromaquia española, especialmente por el trato dispensado a los caballos, y ciertamente pese a lo del zorro nos llevan ventaja pues ya en 1835  habían puesto fin a los combates entre toros y perros, a la lucha de osos (normalmente con las uñas limadas)  contra  perros, y a las peleas de perros propiamente dichas (si bien éstas últimas, más fáciles de disimular, entraron en la clandestinidad) mientras en España la tauromaquia estaba en pleno apogeo (si la Inquisición pervivió hasta 1834, ¿no iban a existir las corridas de toros?). 


Conclusión: puede afirmarse sin miedo que en general el español es un pueblo hipócrita y que ha sido y es  un pueblo cruel con los animales. No hay más que darse una vuelta por los pueblos de la geografía nacional para empaparse de las entrañables  tradiciones que aún perduran, o para, y esto es extendible a las ciudades, percatarse de los casos de maltrato; además España tiene el dudoso honor de ser uno de los líderes europeos en abandono animal.  
Por tanto,  decíamos que el español es cruel. Antes y ahora, aunque hayamos cambiado al menos algo para bien, pues todavía en 1898  se realizaban espectáculos de muy discutible gusto,  como este "combate" entre un toro y un pequeño elefante. Respecto a  los caballos de los picadores, tan cruciales en las corridas, estuvieron totalmente desprotegidos hasta 1928, cuando comenzaron a salir con esos petos almohadillados en medio de fuertes protestas del público, pues durante un tiempo no aceptó que no se destripase al hermoso animal; recordemos que era habitual que unos 10 caballos muriesen desangrados en una sola corrida. Bárbara España.

Así, recalco que  como historiador y respetuoso por el pasado soy amante de las tradiciones, siempre que éstas no incluyan sangre y/o muerte porque sí, por placer, por espectáculo, por arte, por devoción. Ni me gustan las corridas de toros, ni los encierros, ni los embolaos, ni el Toro de la Vega, ni los espectáculos con animales, pero tampoco las procesiones de Semana Santa que incluyen dolor y heridas, como aquellas de la comarca cacereña de la Vera, por poner un ejemplo muy conocido, ni esos padres poniendo en peligro la integridad física de sus hijos para que toquen a la Virgen. 

Me gustan las tradiciones y soy un amante de lo español y de la cultura española, pero no estoy particularmente orgulloso de la tradición taurina de mi país. No es algo de lo que personalmente pueda sacar pecho, ni lo incluyo como parte indisoluble  e irrenunciable del ser español. Tampoco considero que podamos mirar a otros países y a otras culturas a los ojos y hablar de progreso y modernidad frente al barbarismo de, por ejemplo, ciertos pueblos asiáticos o africanos. 

Volvamos al ABC.  Uno de los grandes periódicos españoles y de los más antiguos, que me gusta por la calidad literaria de algunos de sus colaboradores, más allá de su particular línea editorial; pero suelo decir que ciertos periodistas de este periódico parecen seguir anclados en, por ejemplo,  1910, dicho sin faltar al respeto, pero lo cierto es que  siguen siendo fervorosos católicos,  monárquicos irredentos  y amantes  apasionados de los toros y de la caza. Es una opción legítima y respetable, por supuesto, pero no estaría de más, por ejemplo,  una mayor separación entre Iglesia y Estado en nuestros laicos tiempos,  y una mayor sensibilidad y toma de conciencia respecto de la realidad, pues recuerdan a los tradicionalistas recalcitrantes de la primera mitad del siglo XIX. Con todo, esta defensa a ultranza de la tauromaquia no es exclusiva de los medios de comunicación conservadores y es habitual que las noticias de la lidia tengan su sitio en las páginas o en la sección de cultura de un diario progresista.

Para culminar, no me gustan los toros, repito,  pero tampoco soy nadie, somos nadie, para imponer nuestro criterio y suprimir las corridas por narices, pues lo cierto es que aunque menos que antaño, siguen teniendo público (y aunque se considere a los asistentes como de "cierta edad", no es difícil ver gente joven en las plazas) y acabar con la tauromaquia de un plumazo, pese a que no nos guste,  tiene cierto tufillo autoritario, de la manera que se hizo en Cataluña o se ha hecho recientemente en La Coruña, pues por desgracia es una actividad legal. Para estos casos existen las consultas populares y los referéndums. 
Ahora bien, si no se suprimieran, pero... ¿por qué no cambiar ciertos aspectos para adaptar la tauromaquia a nuestra época? En Portugal no se mata al animal desde 1836 y los conflictos políticos no se han producido en el país vecino por este asunto.  Los taurinos suelen decir que sin banderillas y puyazos, sin sangre en suma, la lidia pierde su sentido, pero, ¿por qué no un toreo sin hacerle daño al mamífero? ¿Por qué no un heroico torero enfrentado a un toro sólo con su capote, por qué no un toreo más acorde a nuestros tiempos? Debemos añadir que antes  (basta ver la Tauromaquia de Goya) la lidia de toros era bastante más bárbara y sádica, tanto para las reses, como para los indefensos caballos  y los mismos hombres, e incluso para los perros, los cuales también peleaban en la arena.  El toreo, por así decirlo, evolucionó, por suerte, aunque quizá lo más correcto sería decir que se reglamentó.

Muchos simplifican al máximo el toreo y lo describen como un morboso espectáculo de sangre, agonía y muerte, sin más, y no les falta del todo razón.  Pero sin duda hay algo más allá, pues hay mucho de ritual antiguo de iniciación,  de hombre frente a la "bestia", de acto de virilidad, aunque tampoco nos pasemos de antropólogos como hacen ciertos intelectuales partidarios de las corridas quienes vinculan el toreo con los juegos cretenses y etcétera.  Con todo, no se puede negar el gran valor que demuestran estos hombres al ponerse delante de un recio astado, en ese acto que, por otra parte, nos retrotrae a tiempos ni mejores ni peores, pero sin duda más primarios, con la añadidura de ese poso de chulería y altivez que todo torero tiene y muestra, y que muchos hombres y mujeres admiran, envidian y desean.

También hay cuestiones más positivas:  no puede negarse que el vocabulario taurino ha calado en la voz española de una potente manera; hasta los más antitoreo se sorprenderán viéndose emplear con frecuencia ciertas expresiones, ya sea hablando o escribiendo.  Eso, al igual que los emocionantes pasodobles, aunque no fueran taurinos en su origen,  sí enriquecen , y desde mi punto de vista sí son aportaciones positivas de la tauromaquia a la cultura española.

Pues, desde luego, no hay arte en el toreo, sólo un recuerdo de esas antiguas ceremonias de tiempos primitivos, que en su momento tuvieron su significado y trascendencia, pero hoy rechinan por anacrónicas en una época, la nuestra, donde cada vez menos gente quiere ver cómo se maltrata a un animal y en la cual los únicos viejos rituales que perviven, exceptuando la liturgia cristiana, son las hogueras de San Juan y poco más. 
No, por mucho barniz intelectual que quieran darle sus partidarios, no hay arte en el toreo, a no ser que se considere arte el contemplar cómo un chulo se empalma mientras capotea y estoquea hasta matar a un rumiante al ritmo de la música y los aplausos del respetable público.

Y finalizo. No soy ningún relativista que menosprecie a las tradiciones y costumbres de mi pueblo y su herencia cultural, es más, estos teóricos tan despegados y ciudadanos del mundo  me producen urticaria, pero en particular el debate de la tauromaquia es necesario en esta España nuestra de 2015 que lleva desde el siglo XVIII en permanente conflicto entre tradición y modernidad, entre atraso y evolución, entre inmovilidad  y  avance con la Monarquía y la Iglesia en medio, mientras el pueblo aplaude y vitorea en la plaza. 

2 comentarios:

  1. ¡Gran artículo, muy trabajado, muy pensado y, sobre todo, muy correcto! Toda la razón del mundo está escrita en este artículo, uno de los mejores que te he leído. Me parece realmente deleznable que se siga defendiendo la tortura y la carnicería como una fiesta; peor aún, como "la Fiesta" nacional. El que la tauromaquia sea una tradición no quiere decir que tenga que seguir haciéndose ahora, y más de una manera tan sangrienta y haciendo sufrir a los pobres animales sin motivo alguno. Y eso de que el toro no sufre... mentira de las gordas. ¿Cómo no va a sufrir el animal si lo encetan con banderillas, le meten puyazos, le untan los ojos con grasa antes de salir al ruedo y luego lo perforan de parte a parte?

    A mí me repugna que se vea en una cruel matanza un espectáculo. Soy una persona que no encuentra gozo alguno en contemplar sangre y oír los lamentos de un animal malherido. En estos casos, me gusta más lo que hacen los recortadores. Que un hombre se enfrente solo, sin armas, ante un toro que le va a embestir para esquivarlo en el último momento o para saltar por encima de él... eso sí es valor.

    Sé que me repito, pero insisto: Gran artículo, grandes verdades las que compartes con todos los lectores y gran valentía la que muestras al denunciar algo tan terrible y macabro como es una tortura a un noble animal, ^^*

    Un beso!

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    1. Vaya, muchísimas gracias!!! Si dices que es de los mejores llevarás razón, que me has leído siempre todos los de los últimos 3 años ^^. La verdad es que es un tema que me importa bastante y que con el paso del tiempo he ido concienciándome cada vez más y teniendo una opinión cada vez más firme y concreta. Es como dices, esta "fiesta" no puede seguir defendiéndose.

      Y te repito mis sinceras gracias, como siempre! Aquí seguiremos ;), un fuerte beso.

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