10.12.15

El libro detrás de la película: "Qué verde era mi valle"



La relación entre la literatura y el cine comenzó prácticamente al poco de nacer el cinematógrafo (baste recordar Viaje a la luna, de Georges Méliès, en 1902) , y, con altibajos, ha llegado hasta hoy. Se necesitaría mucho espacio para enumerar todas las películas basadas en mayor o menor grado en obras literarias, pero ése no es el objeto de esta entrada. 

En más de un siglo de cine se han dado todas las circunstancias: desde la típica adaptación de un clásico universal, hasta un best-seller contemporáneo a la película, pasando por libros más desconocidos en su momento y que gracias al largometraje alcanzaron trascendencia,  o incluso obras famosas que nunca se han adaptado. También se ha dado el caso del cine ocultando las páginas,  como ha ocurrido con Frankenstein, y  especialmente con Drácula, la extraordinaria novela de Bram Stoker (1897),  que por culpa de las más de 100 películas (buenas, malas y horrorosas) realizadas desde los tiempos del cine mudo no tiene la fama que merece.

Por muy buena sea una película, suele admitirse de manera casi unánime la superioridad del libro, pues la maestría de un escritor y la magia de las páginas siguen ganando a la fuerza de las imágenes; además, siempre sea posible, es preferible leer antes el libro de ver la película sobre él, pues debe tenerse una fortaleza mental considerable para que en tu imaginación el fotograma no sustituya a la letra. Probablemente nunca se haga una película a la altura de El conde de Montecristo, Los tres mosqueteros  o La isla del tesoro, pese a la abundancia fílmica derivada de estos libros inmortales. Decíamos que suele ser mejor el libro, pero hay notables excepciones, como El padrino, una simple novela (Mario Puzo, 1969) sobre la mafia, que entre Coppola, Nino Rota, Gordon Willis, Marlon Brando y Al Pacino transformaron  en obra maestra, o Barry Lyndon, una satírica novelita picaresca (William M. Thackeray, 1844) que en manos de Kubrick fue elevada a la categoría de puro arte. 

Casos intermedios  serían El gatopardo (Giuseppe Tommasi di Lampedusa, 1958) una maravillosa obra que por suerte tuvo una adaptación cinematográfica digna de su calidad (Luchino Visconti, 1963), si bien el libro se sitúa por encima,  Doctor Zhivago (Boris Pasternak, 1957) , volcada al cine por David Lean en 1965, y de qué manera...ambas películas se convirtieron en míticas prácticamente desde su estreno.  También tenemos El nombre de la rosa, esa gran peli  (Jean Jacques Annaud, 1986) basada en el libro homónimo de Umberto Eco (1980) una fascinante novela aunque algo densa (para mi particular gusto). Los duelistas, otro deleite para los sentidos (Ridley Scott, 1977) basado en un magnífico relato de Joseph Conrad (El duelo, 1907). Sin olvidarnos de las meritorias producciones españolas sobre las mejores obras de nuestra literatura, como Don Quijote, Fortunata y Jacinta, La Regenta, La Colmena o Los santos inocentes.

No sé cómo ubicar el caso que nos ocupa, pues esta novela se convirtió en best-seller al poco de publicarse y en menos de dos años, en 1941,  el maestro John Ford realizaría una adaptación al cine que instantáneamente sería aclamada como clásico. Tuve ocasión de leerme antes el libro (por cierto, más difícil de conseguir que la película) y he de decir que el film es magnífico, enorme, pero, en este caso, me sigo quedando con la novela.  

Y ahora, parafraseando a Umbral, hablemos ya del libroQué verde era mi valle (How green was mi valley) es una novela, entre histórica y costumbrista, escrita por Richard Llewellyn (1906-1983), un galés medio inglés (o un inglés medio galés) nacido en Londres,  de vida viajera y agitada, y cuyo verdadero nombre era Richard Dafydd Vivian Lloyd. Publicada en 1939, se convirtió en un éxito de ventas y alcanzó aún mayor trascendencia por la película de Ford, tanto, que el resto de novelas de su autor quedaron eclipsadas. 

La historia de Qué verde era mi valle es bien sencilla, pero muy intensa: nos introduce en la vida de una familia de mineros en el Gales de finales del siglo XIX, los Morgan, a través de los ojos de Huw, un hombre ya adulto que abandona su casa y que comienza a relatar su pasado y el de su familia desde que era un niño. 

"Voy a envolver mis dos camisas, el otro par de calcetines y el mejor traje en el pañolón azul que se solía poner mi madre en la cabeza para hacer las labores de casa y me voy del Valle".

Así comienza esta estupenda novela, que supone todo un chapuzón en una tierra y una época muy concretas. La fuerza del relato radica en el estilo simple y llano que emplea Huw, quien con sus descripciones y emociones sinceras nos transporta a la infancia (pues todos hemos sido niños). El tiempo y el espacio han cambiado enormemente, sobre todo si eres mediterráneo, pero las sensaciones no han variado mucho. 

Pues Qué verde era mi valle es un viaje a la niñez y al entorno familiar. En sus más de 650 páginas asistimos a lo que supone un padre, una madre, lo que son los hermanos, las comidas en el hogar, el matrimonio, la fortaleza de la familia, las relaciones de parentesco, la educación, los descubrimientos de la vida, la búsqueda del sentido de la misma, la influencia de la religión, la presencia de la muerte, el trabajo, el amor, la tristeza, el futuro...la vida, en suma.

"Me vuelve otra vez aquel rotundo , generoso y vital olor a verdura fresca de tierra dejada en paz, a gente feliz. Si la felicidad huele realmente, conozco bien su olor, pues ha flotado siempre vagamente en nuestra cocina, y en aquellos tiempos llenaba la casa". 
  
El verismo y el vigor del relato radica en el modo de escribir de Llewellyn, bastante cercano y alejado de sesudas densidades y alegorías intelectuales; no estamos ante un Thomas Mann o un Marcel Proust, desde luego. Pero eso no quiere decir que se trate de un libro simplón donde un niño cuenta sus pueriles vivencias, pues también contiene interesantes reflexiones y pensamientos plenamente adultos; al fin y al cabo Huw relata cuando ya es mayor, desde la distancia que dan los años. 

Con unas vívidas descripciones abundantes en olores y sensaciones ambientales, desde el primer momento el lector se siente, como pocas veces, sumergido en una tierra concreta, en este caso el admirable y hermoso País de Gales. Como sabemos, los galeses no tienen una historia tan vigorosamente bélica respecto a Inglaterra en comparación con Escocia o Irlanda, pero tampoco se dejaron doblegar sin rechistar. Celosos de sus tradiciones, su terruño y su lengua, en el valle de los Morgan y sus vecinos se habla en galés y se mira con recelo a todo lo inglés (es más, apenas entran policías en sus "dominios", quienes por lo demás tampoco se interesan mucho), si bien viven pacíficamente y sin molestar a nadie; además son buenos ciudadanos, pues cuando tienen que brindar por la reina Victoria, lo hacen, lanzando vivas y cantando: leales súdbitos de la Corona. 

Hay temas y motivos muy interesantes, como el auge del marxismo y el socialismo  (no en vano estamos en las cuencas mineras del carbón), el capitalismo del gobierno inglés, las huelgas, el paro forzoso, la importancia de la religión cristiana (ya sea anglicana o católica, pues hay inmigrantes irlandeses), con los ineludibles sermones de los sacerdotes y su excesiva influencia en las gentes, y otros aspectos no precisamente livianos, como cuando Huw va creciendo y ha de asistir a una Escuela Nacional donde los autoritarios profesores le obligan a emplear el inglés. Tampoco se dejan de lado otras cuestiones como el ecologismo, cuando poco a poco el valle de los protagonistas se va cubriendo de la escoria sobrante de las minas, anegando el río y ensuciando la impoluta naturaleza

La galería de personajes es bastante amplia Huw, el protagonista, está acompañado de sus padres, Gwilym y Beth, y de sus hermanos Ianto, Ivor, Owen, Davy,  Gwilym (chicos) y  Angharad y Ceridwen (chicas). Por si fuera poco con esta pléyade, también tenemos a los vecinos del valle, si bien en unos se detiene más que en otros; el señor Gruffydd, el predicador anglicano, es uno de los más importantes, por el ascendente que llega a tener sobre Huw y la importancia que alcanza en la historia del libro; por cierto, en la película de John Ford este personaje es bastante más intachable e inmaculado, pues hay un terrible pasaje en la novela, cuando una niña es violada y resulta muerta, se forma una "patrulla" de vecinos que no tarda en dar con el culpable y Gruffydd no duda en entregar al pederasta a la familia de la pequeña, para que se tome la justicia por su mano. Otros tiempos. Más felices según el parecer de algunos, pero también más primarios, duros y brutales, sin duda.

Y ése es otro de los rasgos definitorios de Qué verde era mi valle  y que John Ford suavizó y actualizó un poco para adecuarla al siglo XX y seguir transmitiendo el enérgico canto a la familia y a los valores tradicionales de la manera más positiva posible. El libro de Llewellyn, está ambientado, como dijimos, en las décadas finales del siglo XIX, y por tanto muchos aspectos se han superado ya; hoy día nos causaría rechazo el escaso y sufrido papel que tenía la mujer en aquellos tiempos...eran educadas para servir sólo en la casa y casarse lo antes posible. Matrimonios, por lo demás, que sólo se realizaban cuando los padres los permitían, o en muchos casos auspiciaban según la amistad o los intereses. También nos resulta escandaloso, y con razón, el maltrato físico a los niños, y en Qué verde era mi valle no es extraño que Gwilym, el progenitor de Huw, aun siendo un buen padre,  le atice a correazos para castigarlo. O la vara que emplean los profesores. Por no hablar de los chicos trabajando en las profundidades de la mina, entre la vida y la muerte. 

Pese a lo primitivo de los tiempos, es difícil no cogerle cariño a un buen número de personajes y no dejarse llevar por estos galeses que no paran de cantar, comer opíparamente,  beber (té y cerveza), pegarse, despotricar de los ingleses y aplicar la ley galesa en detrimento de la de Inglaterra.  Y  ¡ay, de quien intentara salir con una chica sin pedir permiso a los padres de ella (o a los hermanos)!:

"Cuando llegamos aquella tarde, quién había de estar a la puerta, sino Iestyn Evans, muy elegante y con una flor en el ojal. Eso, para empezar, estaba mal en domingo, pero a mí me pareció muy bien y desde entonces la he llevado yo muchas veces. Es agradable tener cerca una florecilla de colores lindos que huelen bien.
- Hola, Angharad- dijo el muy tonto sin tener en cuenta que detrás venían Owen, Ianto y Davy. 
- ¿A quién se lo dices?- le preguntó Ianto deteniéndose pálido y tranquilo, pero con un leve temblor en la voz. Para cualquiera que tuviera sentido común, su actitud expresaba muerte. 
-A Angharad- contestó Iestyn- ¿Es quizá hermana suya? 
Yo miré a Angharad a la cara, pero con el rabillo del ojo vi que el puño de Ianto brillaba al sol, y oí el ruido que hizo contra la mandíbula de Iestyn. Cuando volví la cabeza, Iestyn caía de espaldas, sin sentido.
- ¡Malvado! - gritó Angharad disponiéndose a arañar, pero Owen y Davy la agarraron de los brazos, la hicieron entrar a la fuerza en el vestíbulo y cerraron la puerta, dejándola dentro. 
- Ahí tienes un cerdo- dijo Ianto. 
-¿Qué hacemos con él?- preguntó Davy- ¿Tirarlo al río?
- Tretas de Londres- dijo Ianto mirándose los nudillos- hay que darle una lección. Vamos a dejarle ahí para que lo vea todo el mundo.
- Si papá se entera, va a echar la culpa a Angharad- replicó Owen. 
- No digas nada- contestó Ianto-. Ya sabe Angharad lo que va a suceder si se entiende con él.  
Nos abrimos paso entre la gente que miraba con ojos muy abiertos, y Owen abrió la puerta. Angharad lloraba bajo el tablero de avisos, y Ceridwen quería hacerla callar.  
- No voy a permitir que mi hermana sea tratada como una de las mujeres que rondan la mina- dijo Ianto a Angharad, pero en voz tan baja que sólo unos cuantos pudieron oírlo-. La próxima vez, si es que hay próxima vez, le mataré. Si quiere hablar contigo tiene que pedir permiso. Tenemos casa, y ya sabe dónde. Ahora, a la escuela".

Tratándose de Gales durante el paso del siglo XIX al XX, la mina en sí es como otro personaje del libro, y está presente en prácticamente todos los capítulos; siempre está ahí, imperturbable e insistente como una figura amenazante que es a la vez símbolo de muerte y de trabajo-dinero, y por tanto de vida. Los habitantes de los valles son conscientes de que, a no ser que uno sea especialmente válido para los estudios superiores (medicina, derecho, enseñanza), la mina siempre va a estar ahí para ofrecerle empleo, más malo que bueno, pero trabajo al fin y al cabo. Y la disyuntiva es o sacar carbón, o emigrar a Londres, a América, a África del Sur o a Australia.


Pero no todo es minería. También hay espacio para el deporte, , sobre todo rugby, fútbol y boxeo. Y desde luego hay amor. Si bien, como era lo habitual en aquellos tiempos, las relaciones entre los hombres y las mujeres están encaminadas únicamente al matrimonio con hijos; en cuanto un muchacho gana su jornal y puede ser más o menos independiente, se casa con otra joven, aunque la haya conocido la semana anterior. La vida no estaba para demorarse mucho....Y desde luego, quedaba bastante bastante  claro el papel destinado a la mujer, siempre en su casa y entregada a servir con abnegación a los suyos, sin más objetivos, preocupaciones o anhelos. Por eso resultan extraordinarios y doblemente admirables personajes como la señora Evans, cuyo marido quedó mutilado e inválido por un accidente en la mina y ella se dedica a dar primeras lecciones a niños del pueblo para sacar a su familia adelante.

Tiempos duros, y arcaicos, decíamos. Y también decíamos con lugar para el amor. En un mundo dominado por la cercanía de la muerte, el estoicismo y la brutalidad, los rústicos galeses de los valles también tienen su corazón.      Los mismos padres de Huw son un ejemplo de matrimonio sólido y donde los dos se respetan mutuamente, además de amarse sinceramente. Pero hay casos más jóvenes. Cómo no rendirse ante declaraciones como ésta:

 "Casi antes de que lo vieran mis ojos, Owen la estrechó entre sus brazos y la besó tanto tiempo que creí que se habían convertido en estatuas de sal.
 - Marged- exclamó Owen con una voz ronca y dolorida- ¡Oh, Marged!
 -¡Owen!- susurró Marged.
 -Te quiero- dijo Owen.
 -También yo.
 - No- exclamó Owen como asustado, sin poder creerlo. 
 - Te quiero- dijo Marged, y nunca oiréis una verdad tan grande-. Te quiero desde que te vi. 
 - No. ¿Como yo?
 - Sí. Como tú. Y cuando saliste en mi defensa por lo del pollo, te hubiera dado un beso.
 - ¡Marged!- exclamó Owen estrechándola entre sus brazos-.Qué linda eres. 
 - Ojalá lo fuera. 
 - No se te puede comparar con nadie. Te adoraré toda la vida. Serás feliz todos los minutos de la tuya. Me daré una cuchillada por cada lágrima tuya".


En definitiva, amor, trabajo, familia, éxitos, fracasos, envidias, tragedias, religión, muerte...y vida, desde luego. Todo rodeado de una evocadora bruma de recuerdos, flotando en un aire impregnado de aroma a cordero asado, cerveza casera, humo de pipa, huertos de patatas y puerros, setos de narcisos, riachuelos fríos y cristalinos, verdes prados hasta donde alcanza la vista y bosques de robles y fresnos ocultando el tímido sol. Un mar de páginas para sumergirse en ese Gales arcaico y mágico de finales del siglo XIX, un viaje en el tiempo que también es un trayecto hacia nuestra infancia, en mayor  o menor medida. 

"Cuán verde era entonces mi Valle, y el Valle de los que se han ido".

2 comentarios:

  1. Había oído hablar de la película, que es muy famosa, pero no sabía que estaba basada en una novela. Podría ser una buena lectura para mí, pero si es tan difícil conseguirla...

    Buena reseña! Me ha gustado!

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    1. Bueno, igual tú sí la encuentras fácilmente, pero lo decía porque la película la puedes ver en Youtube sin ir más lejos, y el libro en particular, sólo lo he visto en una librería que vende de segunda mano...jeje.

      Y sí, claro que te gustaría, estoy seguro. Muchas gracias! :)

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