13.4.15

De autocares, trenes y diligencias



Llevo 10 años siendo un hombre a una maleta pegado. Quienes me conocen saben los motivos.  Siempre de aquí para allá, por el levante español (el otro día llegué a leer que emplear este término , aun sin decir "español", suena arcaico  y  es franquista...manda huevos), a caballo entre Valencia y Almería pasando por Murcia.

A caballo es un decir, claro. Desde hace mucho tiempo estos hermosos animales no se utilizan como medios de transporte en España, a no ser que seas un Alba o un Bertín Osborne de la vida. Pero, viendo el panorama actual de las comunicaciones por la zona donde me muevo, pienso con frecuencia en la conveniencia de volver a utilizar las diligencias para recorrer medias distancias, especialmente en mi tierra de nacimiento, pues no hay mucha diferencia con nuestros días. 

Sí, suena exagerado. Pero voy a explicarme. Hace una semana viajé de Almería a Murcia. En ocasiones ese trayecto se realiza en coche, pero las circunstancias no siempre lo permiten, así que ese día tocó en autocar, única alternativa posible ante la ausencia de tren entre estas dos ciudades. Dos ciudades y dos tierras tan próximas, tanto geográficamente como en muchos aspectos, sin comunicación por vía férrea, es una más de las contradiciones y desigualdades de España, donde hay autonomías con todas sus capitales disfrutando de AVEs (aunque sus provincias permanezcan yermas), mientras en otras existen regiones con añejas deficiencias, en las cuales puede hablarse de una situación similar a la de las primeras décadas del siglo XX. Es bien sabido, y si es necesario lo repito de nuevo, el atraso endémico de Almería  en cuanto al transporte ferroviario: sin conexión directa con las vecinas Málaga y  Murcia,  no hay vía electrificada y  para llegar a la cercana Granada se necesitan dos horas y veinte minutos;  un simple viaje a Sevilla emplea  46 minutos más que hace 12 años. ¿Modernidad?

El autocar. Siendo mi padre ferroviario, en mi familia estamos desde siempre habituados al tren, y yo no iba a ser menos, pues lo prefiero mil veces frente al autocar (medio respetable pero al que tengo poco aprecio), e incluso en ocasiones respecto al coche, si hablamos de desplazamientos no excesivamente largos (aunque para mí ir en tren es un placer). Comparando el tren con el autocar, en el primero aparte de una mayor  seguridad y comodidad al viajar -no hay mareos-,  al  sentarte y con el pasajero que te toque de vecino,  puedes levantarte perfectamente y estirar las piernas, por no hablar del encanto del paisaje contemplado desde la ventana, el cual aún tiene un ligero componente de romanticismo pese a las velocidades que se puedan alcanzar. 

Así, un decidido trenófilo se veía obligado de nuevo a tomar un autocar para cubrir los 220 kilómetros. El viaje comenzó de madrugada y en principio iba a durar más de 4 horas, así que me preparé con estoica resignación para el auto crucis. Pronto comenzaron los volantazos, traqueteos y tránsitos por carreteras no precisamente inauguradas ayer; de hecho la ruta nos llevó por lugares como Benahadux, Rioja, Tabernas o Sorbas, pueblos muy bonitos pero alejados del camino de la huerta del Segura. La negrura de la noche junto a la tétrica luz del techo hacía imposible la lectura (si el mareo me hubiera permitido leer es otra cuestión), así que, como tampoco podía dormir, me encasqueté los auriculares y me dispuse a escuchar la vibrante y genial banda sonora de "Interstellar" y me dejé llevar por los acordes de Hans Zimmer. 

Con la música a todo volumen, así sería el recorrido que, entre la  contundente melodía, los bandazos  del autobús y la oscuridad del panorama salpicado de luces rojas y amarillentas, por un momento me creí Matthew McConaughey en uno de sus emocionantes viajes por el espacio. Clavado al asiento, abrumado por la banda sonora y las naúseas, tuve un momento entre épico y crítico, al borde del desquiciamiento...

Un rato después, la noche llegaba a su fin y  aparecieron las primeras luces del día, tímidas y difusas. Contemplé una playa y reconocí un cartel de Mojácar, aunque en un primer momento había pensado que me encontraba en otra dimensión. Pero no, seguía en la Tierra. Sensaciones que se fueron tranquilizando cuando cruzamos la frontera y llegamos a Puerto Lumbreras y  Lorca y enfilamos la parte final del valle del Guadalentín. Cuatro horas y cuarto después de haber salido de Almería, llegaba a Murcia. Bocanada de aire fresco.

Lo grave no es la existencia de autocares. Por supuesto deben seguir circulando; son básicos para mucha gente, especialmente la de pueblos pequeños y remotos. Lo grave, y hasta indignante y vergonzoso, es que dos provincias vecinas que suman entre las dos más de 2.100.000 habitantes sólo tengan comunicación por carretera. No sólo entre ellas, tampoco entre dos capitales importantes como Murcia y Granada hay conexión directa por ferrocarril, a no ser que a usted no le importe aventurarse en un extenuante y rocambolesco viaje de más de ocho horas (si se estudian bien los horarios, si no, pueden ser más) con transbordos y paso por Madrid o Alcázar de San Juan incluidos. Basta contemplar un mapa del país y percatarse de la enorme zona en blanco existente en la mayor parte de las provincias de Granada, Jaén, Albacete, Murcia y Almería. Ese blanco, ese vacío, como otros de España,  es una de nuestras vergüenzas nacionales. 

Si algún o alguna almeriense, o foráneo o foránea, no se ha montado nunca en un tren en Almería con  dirección a Madrid o a Valencia, hágalo, por favor, y dése cuenta del camelo de la presunta modernidad de nuestro país. Para llegar a la capital de España, a  564 kilómetros, necesitará en torno a siete horas,  no del todo mal si uno es benévolo.  Pero  para acercarse a la ciudad del Turia, a sólo 446, se convertirá en un viaje al pasado, pues precisará ocho  y media, si no ocurre algún imprevisto (la última vez rondamos las diez horas; recordemos que en coche se emplean unas cuatro). Todo ello saliendo de la preciosa y triste estación de Almería en un viejo Talgo, con apenas dos vagones y sin cafetería, pues posteriormente en lugares con más tráfico y en los transbordos se le van añadiendo coches, y recorriendo un territorio hermoso, pero con desesperantes tramos de 30 kilómetros por hora y  con estaciones desiertas y desconcertantes donde,  si bajara, en mi mente de western, me echarían la bolsa de equipaje al andén  y  saldría algún tipo con sombrero al son de la música de Morricone.  Pero quedémonos con las ocho horas y media -como mínimo-  entre las ciudades de Valencia y Almería. 

Hubo un tiempo, durante un siglo,  que Granada y Almería (a través de Guadix)  tuvieron tren con Murcia y de allí a Valencia y Barcelona, el famoso ferrocarril del Almanzora, tomado por los emigrantes que, intentando huir de la pobreza de su tierra de ramblas, almendros  y esparto llegaban a Cataluña, donde incluso otros saltaban a Europa. También se usaba para transportar mercancías de las comarcas canteras.  Pero ese tren fue suprimido, en una sabia y maravillosa decisión, por el gobierno socialista de Felipe González en 1984. Los avatares políticos trajeron nuevos rostros a las presidencias pero, ninguno de los partidos de variado signo -a diestra, a siniestra, al centro-  restauraron la vía férrea que conectaba parte del sureste, para vergüenza de esta España que presume de moderna y bien comunicada, donde tener AVE es la panacea y el hecho que te sube al carro. Ahora toda ciudad, incluso cualquier pueblo, importante o no, debe tener ese "tren del futuro"  y por supuesto con una flipante y bien pagada estación más grande que la villa, y  a la cual bautizar con el nombre de algún hijo ilustre de la tierra, preferentemente escritor o artista. Todo eso es lo que importa, lo de menos es el coste y la rentabilidad.  Desde hace años es o alta velocidad o nada, y puede darse el caso de ciertas provincias con peculiares circunstancias, como el pasar de no tener ni un puñetero tren  a disfrutar directamente de un AVE, como el que teóricamente está en construcción y unirá Almería con Murcia.

No es esa la cuestión tampoco. Por supuesto que las líneas de alta velocidad son necesarias  y recomendables. Pero... ¿Por qué tenemos que seguir siendo ese país de contrastes, derroches  y excesos? ¿No aprendemos de las lecciones? Nos hacemos los europeos aplicados, y luego países con economía superior a la nuestra como Alemania o Reino Unido no se empican en la alta velocidad ferroviaria, pues conocen sus contras.  No creo que aquí sean mayoría quienes exijan los novísimos y caros trenes a más de 300 kilómetros por hora para trayectos pequeños y medios.  Con un simple y moderno regional, más lento pero más barato, tanto para los constructores como los usuarios,  y rentable, a nivel viajero y mercantil,  quedaría todo solucionado, y no lo digo yo en plan tertuliano, lo dice mi padre, los ferroviarios y la gente que sí sabe.  Pero verdaderamente un tren de este tipo cubriría los 220 kilómetros de marras en dos horas y media, quizá algo menos.  Resultaría cómodo y sería muy utilizado por la población circundante, y también por los turistas que llegan a mesnadas en busca de las afamadas playas, la buena vida y los pueblos con encanto del interior, pues también volvería a unir la zona de Guadix-Baza con Murcia. 

Pero no, somos españoles. Un país que siempre llega tarde a todo y donde pasamos del atraso a la modernidad como a impulsos eyaculadores, de repente y sin pensar en las consecuencias, creyéndonos los reyes del mambo cuando sí, somos maravillosos, pero bastante patéticos. Tanto los responsables y los políticos de sonrisita falsa y aplausos con las manos al cielo en los mitines como los que se creen y hacen suyas las palabras que los otros sueltan y las decisiones que toman. Luego, por supuesto, somos los primeros en pedir explicaciones por el derroche y en hacernos los inocentes sin mácula, manipulados como buenos salvajes por nuestros dirigentes. Lo cual es cierto, pero no del todo.

País de fantoches. 

2 comentarios:

  1. Vaya, menudo viajecito... La verdad es que es una lástima que el trazado ferroviario español esté tan mal. A mí me encanta ir en tren, mucho más que el autobús (mi viaje a Cáceres fue tan legendario como incómodo, santo Dios...), y es un poco desolador ver lo mal hecho que está en algunas zonas y lo súperavanzado que está en otras. Por ponerte un ejemplo del atraso ferroviario que sufrimos, en Viveiro todavía tenemos la línea FEVE, que en Galicia no te lleva más allá de Ferrol. Cierto que puedes ir en el impresionante Transcantábrico pero... si tienes una cartera bien repleta de billetes para pagarte el pasaje. Ay, qué desfase...

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    1. Sí...he leído también unas cuantas veces que la mayoría de trazados y vías de nuestro país siguen todavía caminos del XIX...entre eso y lo montañosa que es España...¿así dónde queremos ir?

      Y en Galicia sí, tenéis ya un par de Líneas de Alta Velocidad, pero el resto de la región pues ya sé cómo está...En fin...

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