13.1.15

Bocairente la desconocida







Al sur de la provincia de Valencia, dejando atrás Játiva, Aielo de Malferit (cuna de Nino Bravo) y Onteniente, en el camino de Alcoy, se encuentra, rozando tierras alicantinas, la hermosa y peculiar villa de Bocairente (Bocairent), a la cual podríamos apodar como "la desconocida", pues, aunque desde luego no es tal, no suele figurar en las guías turísticas y libros de viajes, y si lo hace es de pasada. Se da también la particularidad que, al estar tan desarrollado en la Comunidad Valenciana el turismo de playa, paella y fiesta, suelen relegarse los pueblos,  monumentos y espacios naturales de su interior.

Una auténtica sorpresa, pues perfectamente puede ser el pueblo más bello de Valencia (ya que somos tan partidarios de elaborar listas en nuestros tiempos), uno de los cinco mejores de la Comunidad Valenciana, y de ahí a otro grupo mayor a nivel nacional, aunque de momento no forma parte de los oficialmente quince pueblos más bonitos de España

Bocairente, en valenciano Bocairent, nace como tal en la Edad Media, aunque la zona ya estuviera habitada desde tiempos prerromanos. Pero son los musulmanes (Bekirén o Bukayrän, que puede interpretarse como "la piña")  quienes la fundan y la dotan de sus características y fisonomía, alrededor de una alcazaba. Al poco ya eran importantes la fabricación de paños y las tintorerías;  el reino de Aragón la conquistó menos de una década  después de Valencia, en el siglo XIII, y como en la guerra de las Germanías (1520-1522)  apoyó a Carlos I, recibió como recompensa sucesivos privilegios en las actividades textiles, especialmente mantas.

Después de una sinuosa carretera entre pétreas paredes y pinos caídos, el pueblo aparece detrás de un bosque, como en un cuento situado entre varios cortados y abismos, extendido con dificultad por entre las irregularidades del terreno, mostrando una amalgama de casas marrones y blancas, apretujadas una encima de otra, asemejándose cuando les da el sol a un cuadro cubista, por ejemplo de Braque,  o a una estructura de cartón aplastada y desperdigada.

El esbelto y airoso campanario de su iglesia principal surge desde el núcleo de la colmena, al modo de  una enorme vela coronando una defectuosa tarta de chocolate, apuntando al cielo desde hace siglos, anunciando y avisando al pueblo y quien viene desde lejos; es francamente difícil escapar de su presencia. Donde se percibe de manera más próxima es en la recoleta y triangular plaza del Ayuntamiento, la cual recuerda, por sus apartamentos medievales, a ciertas ciudades del centro de Italia. 




Bocairente es una población limpia y hospitalaria de unas 4.300 almas, acostumbrada a la presencia del viajero -no es un pueblo que cierre sus ventanas al verte pasar-  pese a su (por fortuna) situación algo remota y elevada (casi 700 metros), y sus rigurosos inviernos. Es toda una experiencia, especialmente para el urbanita, recorrer su laberinto de calles y escaleras medievales, empinadas, estrechas y precarias, y perderse en su denso conglomerado, o bordearlo por las riberas y los barrancos, sorteando precipicios gracias a los más que centenarios puentes, obteniendo magníficas vistas de postal, de pequeña Cuenca,  respirando un aire diáfano, puro, de monte, de naturaleza, de salud.

La mencionada iglesia principal (Nuestra Señora de la Asunción) está bien situada en la cima; no obstante ocupa el emplazamiento de la antigua fortaleza musulmana. Con estilos gótico y barroco, se trata de un hermoso templo que, aparte de su certera torre típicamente valenciana, contiene diversas obras de arte de pintores como Juan de Juanes, Benlliure o Sorolla. Desde su reducido campanario puede uno sentirse como un Quasimodo cualquiera, o como un vigía expectante ante la llegada de amigos...o  enemigos.

Para quien busque una experiencia más movida, tiene, al otro lado de un barranco, el conjunto conocido como Covetes dels Moros, un grupo de galerías excavadas en la roca vertical, a unos 40 metros de altura,   con varios niveles y  más de 50 ventanas.  Su origen sigue siendo incierto, y existen múltiples interpretaciones, desde nichos visigóticos a  habitáculos y almacenes bereberes, pasando por un convento de monjas. Parece que su uso fue simplemente el de despensa (especialmente para cereales), aunque desde luego estas cuevas son misteriosas y hasta cierto punto inquietantes, por su emplazamiento y  su sabor a tiempo muy antiguo; este viajero recorrió en soledad las angostas estancias y, poco acostumbrado a la espeleología,  en más de una ocasión echó en falta una cuerda, o una mano, pues se ha de gatear y de impulsarse, hacia arriba y hacia abajo.





















 Más relajadas son la visita a la Cava de Sant Blai, un enorme recinto horadado  bajo una parte del pueblo, usado desde tiempos medievales para la acumulación de nieve y hielo, toda una nevera natural, o a la Plaza de Toros, la más antigua de la Comunidad Valenciana (1843) y desde luego una de las más originales de España, pues está totalmente excavada en la montaña. Queda bastante clara la simbiosis en Bocairente entre la piedra y la vida, pues además muchas casas y otros templos están construidas en la roca. 

Siempre que vuelvo, o voy a otros pueblos con encanto, me pregunto si yo, un habitante de ciudad desde siempre y muy acostumbrado a la vida urbanita, sería feliz en una población así, donde los ritmos son distintos,  las preocupaciones no son siempre las mismas, y los ruidos y ajetreos son esporádicos y mucho menores. Realmente, pienso, teniendo para comer, para vestirse, un buen techo, libros  y unas caras conocidas (sean pocas o muchas), la felicidad llega sola, y más si se vive en un lugar tan pintoresco, tan distinto a todo lo experimentado, donde no se cuenta con las ventajas de la ciudad, pero se tienen muchas otras. 

Tras el exhausto paseo, una buena opción puede ser reponer fuerzas en los siempre interesantes restaurantes de pueblo, donde por módicos precios se degustan platos tradicionales, contundentes y especiados, sintiéndose como nunca la esencia de la tierra. En el caso bocairentino, los pimientos rellenos, la caldereta, el arroz al horno, el puchero,  o el gazpacho de Mariola (de la Sierra de Mariola), remedios de siempre para fortalecer el cuerpo y llenar la barriga. 

Y para aliviar  a ésta última y alegrar el espíritu, no hay nada mejor que unos sorbos del "herbero de Bocairent", un intenso y glorioso brebaje a base de anís y hierbas de los montes circundantes, que por sí solo merecería la visita a la población, si ésta fuera corriente y anodina. 








Mas no es el caso, y la villa sigue estando, desde hace siglos, para demostrarnos una vez más que el ser humano no sólo destruye, mata y trae la desgracia; también edifica y levanta monumentos y vive entre la roca, a base de ingenio, tesón y esfuerzo.

Bocairente la desconocida, maravilla en piedra. 





2 comentarios:

  1. Chico, tienes que plantearte en serio lo de ser escritor de guías de pueblos llenos de encanto. Tienes un talento especial para encontrar lugares preciosos. Por las fotos, Bocairente es muy bonita. Al ver la primera foto, pensé que era una especie de alcázar antiguo, con ese puente y tal, XD! Y luego está la forma en que escribes. Dices que te gusta cómo escribo pero no tienes nada que envidiarme.

    Buen post! Otro lugar que debo visitar algún día! ^^* Un beso muy grande!

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    1. Jeje, una especie de Labordeta y su "País en la mochila" XD. Muchas gracias!! Es un pueblo precioso sí, estoy deseando ir por tercera vez :D.

      Y bueno, se hace lo que se puede jeje. Muchaas gracias como siempre, un beso! ^^

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