24.2.12

Cartagena de Indias, 1741. Cuando los ingleses se tragaron su orgullo (y sus medallitas)

Hoy hablaré de uno de mis temas predilectos. Y de uno de mis personajes favoritos de la historia española. Es además uno de los grandes olvidados de la misma, como la inmensa mayoría de los héroes anónimos de España. Gente sin nombre ni título que sirvió de carne de cañón en innumerables campos de batalla, asedios, batallas navales y escaramuzas a lo largo de la historia de España, cosechando un buen número de victorias y unas cuantas derrotas. Todo ello para prácticamente nada. El personaje de hoy no es anónimo, desde luego, pero no tiene el reconocimiento merecido. Algo por otra parte habitual en nuestra España.

Situémonos. Cuando he hablado de historia, siempre me he quedado en el siglo XVI, mi siglo predilecto, entre varios. Hoy me centro en el XVIII, que también me agrada. Una centuria empezada por España envuelta en una Guerra de Sucesión, dada la incapacidad manifiesta del último Austria, Carlos II El Hechizado y demás. La consecuencia fue la pérdida de independencia de España y su caída en la órbita de Francia, la cual introdujo a un monarca de su dinastía Borbón en nuestro país (Felipe V). Aunque este rey y los siguientes se esforzaron y obtuvieron unos cuantos logros, se fue acentuando la "decadencia" patente desde 1648.

Era una España más decadente que aúrea, cierto. Pero aún seguía siendo esa España altiva, fiera y sin cajas templadas, como desde 1492. Y en este siglo XVIII, que contemplaba el auge y el poderío de Inglaterra, Francia o Prusia, entre otros, no faltó alguna gesta heroica, que las hubo, y una machada como pocas en la historia, el tema de hoy.

¿Dónde? En el mar Caribe. Un mar muy literario y aventurero, plagado de historias reales y ficticias de piratas, bucaneros, corsarios, malandrines y demás buscavidas, de muy variadas patrias. Aunque existía el comercio legal y sin violencias, consecuencia de la pérdida de poder española, y el contrabando, la realidad más latente eran los ataques de corsarios fundamentalmente ingleses y holandeses a la que seguía siendo la principal potencia en las Indias, la Monarquía Hispánica. Los ingleses, como habían arrebatado Jamaica a España en 1655, contaban con una excelente plataforma para sus lucrativos y honrados propósitos. Entre ellos, el contrabando, realizado de forma exagerada. Además en ocasiones venía acompañado de algún asedio o intento de conquista de territorios españoles en las Indias. Los ingleses tenían éxitos momentáneos, porque se apoderaban de algún puerto o fortaleza, pero poco después los españoles recuperaban la plaza.

En los años 30 de este siglo XVIII la situación fue creciendo en cuanto a tensión y no se daba abasto en cuanto al apresamiento de buques y navíos. En 1731, un guardacostas español, el Isabela, apresa a un barco contrabandista inglés, el Rebecca. El capitán, Julio Fandiño, le perdona la vida a su homónimo anglosajón, Jenkins, pero no le iba a dejar marcharse de rositas. Le cortó una oreja mientras le dijo: "Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve". El humillado y desorejado capitán recogió su antiguo cartílago y lo depositó en un tarro con alcohol, volviendo a la madre patria con viento fresco.

Años más tarde, en 1738 y en medio de las estrategias de los comerciantes ingleses, ávidos de réditos, y de una situación en Inglaterra propicia a la guerra, Robert Jenkins mostró su oreja en el Parlamento. Sí, con todo lujo de detalles. Recordó además la altiva frase de Fandiño, por lo que el escándalo fue notorio en Londres, Inglaterra y la Gran Bretaña. El rey Jorge II se creyó ofendido y se declaró la guerra a España, triunfando el bando político belicista frente al apaciguamiento practicado por Walpole, el primer ministro británico, que inició el conflicto armado de mala gana. Comenzaba la Guerra del Asiento, también llamada De la Oreja de Jenkins (1739-1748).

A finales de ese mismo año de 1739, el 21 de noviembre, el almirante sir Edward Vernon (1684-1757) atacaba con una flotilla de 6 buques el importante puerto de Portobelo, fundado como San Felipe (en honor al rey Felipe II) de Portobelo en 1597, en lo que hoy es Panamá. Fue una de las más importantes plazas españolas durante su Imperio en las Indias, pero ya en esa época estaba pobremente defendida, por lo cual el triunfo inglés fue bastante cómodo. En apenas dos horas se tomó el puerto y se procedió a su destrucción hasta casi los cimientos. Los británicos, con su tendencia a magnificar cualquier escaramuza, lo tomaron como una hazaña, sobre todo porque no estaban acostumbrados a ganarles a España en su terreno. La famosa Portobello Road de Londres debe su nombre a esta acción.
La toma de Portobelo obedecía a la estrategia inglesa de cortar la comunicación entre los virreinatos de Nueva España (México, Guatemala, Nicaragua, etc) y Nueva Granada (Colombia, Panamá y Venezuela), así que mientras, otros navíos ingleses pululaban por el Pacífico.

El susodicho Vernon, provisto de buenas dosis de orgullo y fanfarronería, como buen inglés, y animado por la opinión pública de su país, se encaminó entonces un poco más al sur, y saliendo desde Jamaica, Port Royal concretamente (la de Piratas del Caribe) se dirigió a Cartagena de Indias, tal vez la ciudad más importante del mar Caribe, un puerto capital por donde pasaba toda clase de comercio, además de especias y el metal precioso peruano. No en vano era llamada la Llave del Imperio. Una ciudad de unos 20.000 habitantes, fundada por don Pedro de Heredia en 1533 y en donde destacaba su castillo de San Felipe de Barajas. Fortaleza que aún sigue en pie y remozada en varias ocasiones, se encuentra en perfecto estado de conservación. También debe decirse que las sucesivas ampliaciones fueron magnificándola; en 1741 era un castillo bastante más pequeño.
A Cartagena se dirigió Vernon, aunque esta primera visita fue más que nada de reconocimiento, para comprobar las escasas condiciones defensivas de la plaza (el castillo y poco más, básicamente unos cuantos fuertes y baterías situados en las islas y peñones, rodeados de lagunas y manglares). No pasó de unos cuantos tiros. Una simple escaramuza en la primavera de 1740.


A comienzos de marzo de 1741, Vernon regresó, esta vez al frente de una formidable y exagerada flota de 180 navíos (casi 60 más que la "Armada Invencible" de Felipe II, por ejemplo) -otras fuentes hablan de 185- donde iban unos 23.600 combatientes y con unas 3.000 piezas artilladas. El desglose de tamaña flota sería este:

- 8 navíos de 3 puentes y de 80 a 90 cañones.
-28 navíos de línea, de 2 puentes y de 50 a 70 cañones.
-12 fragatas de 40 cañones.
- 2 buques bombarda, con morteros.
-130 barcos de transporte.
-6.237 soldados ingleses.
-2.760 soldados angloamericanos de las 13 colonias, fundamentalmente Virginia, a las órdenes de Lawrence Washington, medio hermano de George, el primer presidente de los EEUU.
-1.000 jamaicanos.
-12.600 marineros.
-2.620 cañones navales.
-1.400 cañones terrestres.

Enfrente, la ciudad de Cartagena. Los números impresionan pero más aún debió impresionar sin duda a los habitantes en ese preciso momento. Si se tiene imaginación cinematográfica, puede ser fácil imaginarse tal armada en el mar afrontando un puerto. Es fácil y no lo es a la vez. Acojona, simplemente, evocar en la mente un implacable muro de velas como aquel fue.

La defensa de Cartagena de Indias estaba en ese instante a cargo de todo un hombre de mar, un duro marino guipuzcoano nacido en el bonito puerto de Pasajes de San Pedro (actualmente Pasai San Pedro) en 1689. Un tal Blas de Lezo y Olavarrieta. Éste es el héroe olvidado aludido antes. Miembro de una familia con larga tradición marinera, con 12 años era guardiamarina y pronto se probó en la Guerra de Sucesión. En un combate frente a las costas malagueñas un cañonazo le destroza la pierna izquierda, extremidad amputada por debajo de la rodilla y como entonces se hacía, mordiendo un palo o lo que hubiera y generalmente sin anestesia o algo parecido. Y sin quejarse. Un niño marino ya mutilado. Con sólo 15 años ya era alférez de bajel y fue destacando sucesivamente en la guerra por su arrojo, valentía y efectividad. Recorre el Mediterráneo incesantemente, y en Toulon, en otra refriega, en 1707, le explota el ojo izquierdo a causa de una esquirla traicionera, que además le deja una mueca permanente en el rostro. En Rochefort en 1710 rinde 12 barcos enemigos, todos de más de 20 cañones, y es ascendido a Capitán de fragata, convirtiéndose en Capitán de navío en 1713. El 11 de septiembre de 1714, casi acabando la guerra, en el cerco a Barcelona , un mosquetazo le inutiliza el brazo izquierdo. Con sólo 25 años era cojo, manco y tuerto. Quien en la actualidad sería considerado un inválido, en su época era todavía alguien competente y perfectamente hábil para el ejercicio de las armas y de la navegación. Con una prótesis de palo, como si fuera un pirata, sus compañeros y hombres le llamaban Mediohombre, por sus evidentes secuelas, "pero los cojones siempre los tuvo intactos y en su sitio". (Pérez -Reverte).
En la década de los años 20 se empleó en el Caribe y en Perú limpiando de piratas la zona, regresando a España en 1730. Ahora en el Mediterráneo, fue reconocido como jefe de la escuadra naval en este mar. Tomó importante parte en la gran victoria de Orán en 1732 y patrulló durante meses por el Mare Nostrum, escarmentando a los piratas berberiscos. Retorna a las Indias y en 1734 es ascendido a teniente general de la Armada. En 1737 , con 48 años, lo tenemos como Comandante General de Cartagena de Indias, a donde llegó Vernon en 1741. Ambos ya se conocían, no directamente, pero existía una gran rivalidad casi obsesiva entre ellos, patente en la correspondencia de cartas y misivas, llenas de bravatas.

Así pues, llega Vernon al frente de esos 180 barcos y 23.600 hombres. Blas de Lezo, además de encontrar San Felipe en estado calamitoso, únicamente dispone de 6 navíos, 2.800 hombres y 990 piezas artilladas:

-6 navíos de línea, ninguno de más de 70 cañones. El Galicia, el Dragón, el San Felipe, el San Carlos, el África y el Conquistador.
-2.230 soldados españoles.
-600 indios y negros.
-900 marineros.
-80 artilleros.
-360 cañones navales.
-320 cañones terrestres.
-310 cañones de las murallas.


La espectacular desproporción queda patente. Como quedó patente la proverbial chulería y fanfarronería de los ingleses. Éstos, aunque sabían quién era de Lezo, estaban confiados en la derrota total de los españoles, por la enorme diferencia de fuerzas y por el regular estado del Castillo de San Felipe. La confianza exacerbada por esto y por la toma de Portobelo les iba a resultar contraproducente.

Pronto se daría cuenta el relamido Vernon que no iba a ser un Veni, vidi, vici ni nada por el estilo. Aunque empezaron bien, cosa esperada, desde luego, con un cañoneo constante desde el mar del castillo de Bocachica. Por otra parte, de Lezo no podía dirigir él sólo el cotarro. El mismo virrey de Nueva Granada, Sebastián de Eslava, estaba presente como mando supremo, además del intendente real y gobernador provincial Melchor de Navarrete, del coronel Carlos Desnaux como castellano de San Felipe y el capitán Lorenzo de Alderete en las baterías. Hubieron de coordinarse, en ocasiones a regañadientes y con fricciones y pendencias, típicamente españolas, y cada uno tuvo su importante papel. Aunque fue de Lezo quien tomó las decisiones más acertadas y quien se pasó por cada lugar, cada rincón, supervisando y animando.

Superadas las fortalezas más alejadas del núcleo urbano, la enorme flota británica entra en la bahía, resguardeciéndose entonces todos los defensores en el castillo de San Felipe de Barajas. Vernon, dando lecciones una vez más de modestia, envía un mensaje a Inglaterra avisando de su victoria. Por ello, se mandaron fabricar y se pusieron en circulación en Inglaterra más de una decena de tipos de monedas conmemorativas y medallitas celebrando la "toma" de Cartagena. En ellas sale un altivo Vernon frente a un arrodillado Blas de Lezo,llamado Don Blass en el metal, con dos ojos, dos brazos y dos piernas para hacerlo más capaz y más meritoria la victoria inglesa. Humillado y ofreciéndole su sable, con la leyenda "El orgullo de España humillado por el almirante Vernon", y cosas por el estilo. Ahí, siendo fieles a la realidad, como siempre, los amigos ingleses.

Acto seguido, comienza el bombardeo incesante, el 17 de marzo. Todo el día, con una media de 62 disparos cada hora , atacando constantemente ocho barcos que se renovaban de cuatro en cuatro. Un infierno que no supuso el acobardamiento de Blas de Lezo ni de los defensores de Cartagena. El vasco colocó sus 6 barcos en la entrada de la bahía para apoyar el fuego de las fortificaciones, escogiendo además sobre todo desmembrar los barcos enemigos, mediante el lanzamiento de balas encadenadas que quebraban mástiles, rajaban velas y decapitaban o mutilaban ingleses, por añadidura. Por ejemplo, en un solo día, el escuadrón de Vernon perdió 5 navíos.
Y así pasaban las jornadas.

Mientras, de Lezo mandaba reforzar los muros con costales repletos de tierra. La orgía de fuego y ruido desencadenada por los ingleses debió ser más que un infierno, pero los españoles defensores de Cartagena se batieron como verdaderos leones. Al no lograr nada con los navíos, Vernon decide rodear la ciudad e intentar asaltarla por la retaguardia, sacando los soldados a tierra. Cruzando la selva y pillando unas cuantas enfermedades tropicales, los ingleses consiguen llegar a las puertas, pero los defensores vuelven a dar muestras de su valía, bloqueando la puerta principal con una pequeña fuerza de hombres armados únicamente con dagas, sables y flechas y causando numerosísimas bajas a los anglosajones.

Vernon empezaba a perder la calma y a tragarse mínimamente su orgullo, porque, ¡oh sorpresa!, no esperaba tal reacción de los inútiles de los españoles. Al fin, en la famosa noche del 19 al 20 de abril, se decidieron a construir escalas y subir a puro huevo las inexpugnables murallas. Pero de Lezo, una vez más adelantándose, había ordenado cavar un foso en torno a ellas, por lo que los casacas rojas y los jamaicanos macheteros poco pudieron hacer frente a los disparos de rifle, las flechas y los cañonazos, con una cuerda corta. Un nuevo infierno, esta vez nocturno.

La mañana siguiente fue todo un cuadro de muerte, pura y dura. Los españoles debían estar hasta la coronilla del asedio, pero ver al enemigo cada vez más diezmado y completamente tirado en las tierras de alrededor tuvo que ser una inyección de adrenalina. Así que se procedió a la salida de los defensores, bayoneta en ristre para ensartarles el culo a los orgullosos ingleses; éstos huyeron despavoridos. No todos, porque nuevas bajas fueron causadas. Una nueva masacre británica, con los españoles persiguiéndolos hasta muy fuera del castillo, para apoderarse de las piezas de artillería enemigas. Qué escena.

Los ingleses, con sir Edward Vernon a la cabeza, se cobijaron en sus barcos, y durante casi un mes se empeñarían en no reconocer la derrota mediante el bombardeo cobarde, desde la distancia, nuevamente del castillo de San Felipe. Pero las bajas, los heridos, las ostias dadas , las epidemias y su maltrecho estado psicológico fue demasiado para ellos. El 8 de mayo comienzan a marcharse de verdad, aunque lentamente y sin dejar de disparar, muy honrosamente al modo inglés. Dando por culo hasta el final. Hasta el día 20 no se va la última nave inglesa. Vernon y sus barcos-hospital desaparecen del horizonte, entre maldiciones. Al carajo.

Lezo además le mandó una última carta, con esta maravillosa respuesta: "Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera convenido más que emprender una conquista que no pueden conseguir".

Si las cifras de antes del asedio impresionan, también lo hacen las de después, las de las bajas y pérdidas. Para no abrumar con más cifras, resumiremos en que fue una derrota total y vergonzosa de los ingleses. Altas cifras de bajas (unas 12.000) e innumerables pérdidas de artillería, armamento y navieras (más de 50 naves, por ejemplo). Una derrota humillante; el cómo una armada superior a la Invencible de Felipe II había fracasado no en una invasión de un país, sino en la simple toma de una ciudad, era desgraciadamente (para ellos) extraordinario. Los ingleses también sufrían derrotas. Derrota cara para los españoles que llegaron prácticamente al límite humano. Fue un asedio de 67 días. El número de bajas fue alto por la escasez de medios, pero en proporción a los ingleses pudieron sacar pecho. Una victoria incontestable. El panorama era dantesco, con miles y miles de cuerpos mutilados de muertos insepultos. Sangre, vísceras, aves carroñeras, ratas y legiones de insectos. Aquello acarreó epidemias de peste y otras enfermedades; es difícil imaginarse las condiciones sanitarias de los sitiados los días después a la huida inglesa.

Sí, huida. Vernon no tuvo la suerte de perder la vida en el envite. Hacía ya tiempo se había tragado sus palabras y sus bravatas, pero ahora tenía el papelón de volver a Inglaterra como un completo perdedor. Recordemos que en su país se lanzaron salvas y el júbilo estalló cuando se recibió la arrogante carta del almirante mandada al principio del asedio, y se habían fabricado monedas y medallas alusivas a la toma de Cartagena de Indias. Sabiéndose un fracasado, aún intentó atacar Santiago de Cuba hasta que regresó a Inglaterra en 1742. Allí sus compatriotas se preguntaban hace tiempo dónde estaban los barcos y las muestras del triunfo. Cuando el rey Jorge II se enteró de la cruda realidad, quedó avergonzado de tal manera que prohibió a historiadores y cronistas escribir sobre tal hecho. Una damnatio memoriae en toda regla. En cuanto a las monedas y medallitas, Vernon comenzó a proceder, hasta el final de su vida, a tragárselas, cuando no a introducirlas por otros orificios menos decorosos. Aunque lo expulsaron de la Marina en 1746 y su reputación estaba por los suelos, a su muerte en 1757 fue enterrado en la Abadía de Westminster, como si fuera un héroe. Ya les vale. Tanto se diferencian de nosotros que no les importa mentir históricamente y ocultar sus vergüenzas enterrando honorablemente a un farsante.


En cuanto a nuestro Mediohombre, o Almirante Una Pierna como fue nombrado por los ingleses, su contundente éxito en la defensa de Cartagena no significaría la gloria. Aquí vuelven a salir los dramas y penurias típicamente españolas. Nadie le agradecerá su papel en la heroica victoria. El virrey Eslava, resentido por las diferencias durante el asedio, escribió al rey Felipe V criticando a de Lezo y pidiendo castigo contra él. Se portó como un miserable, intentando desprestigiarlo y marginarlo, social y económicamente.
Cosa que conseguirá, pese a los intentos del valedor de Lezo, el ministro Patiño, en lo poco que le quedaba de vida al de Pasajes. El gran marino vasco, después de 40 años de mar y guerra, moriría desacreditado el 7 de septiembre de ese mismo año de 1741, a causa de la peste, del tifus, o de las heridas padecidas (o tal vez una suma de todo). Su viuda carecía de dinero para el funeral y ni siquiera recibió sepultura conocida. Qué España tan miserable. Vernon sepultado en Westminster y su vencedor, quién sabe dónde. Joder.

Unos cuantos años después de muerto, recibió a título póstumo el marquesado de Ovieco (a buenas horas). Pero, con todo, ni en su época, ni después de ella, ni en la actualidad Lezo recibe el trato que se merece. De ser inglés, francés o estadounidense, hubiera recibido unas exequias memorables, y en los decenios siguientes se hubiera honrado su memoria y se hubieran escrito novelas históricas; más recientemente, innumerables largometrajes actualizarían su efigie y sus hazañas, con Errol Flynn, John Wayne, Richard Burton o Clive Owen, etc. Pero Blas de Lezo fue un desgraciado y nunca fue honrado. Especialmente en España, donde, exceptuando en la Marina, resulta peligroso realzar figuras como la suya porque despertaría el sentimiento nacionalista. Claro, es perfectamente comprensible. Para qué demonios vamos a rendirle homenajes a un mutilado sanguinario que salvó Cartagena y el Virreinato de Nueva Granada de la mayor escuadra vista en el mundo hasta el desembarco de Normandía de 1944, dándole un nuevo golpe a Inglaterra en las Indias, y manteniendo el poderío de España en el mar durante más de 60 años, hasta la fatídica fecha de Trafalgar en 1805. Para qué coño. Encima es vasco, así que menos todavía. Es harto dudoso que en las ikastolas de los vascos y las vascas se mencione su figura.

Al menos, y para mayor sonrojo nuestro, en la ciudad sitiada en 1741 y en Colombia se le respeta y homenajea como se merece, con barrios, calles y avenidas. Además, desde 2009 una estatua está plantada frente a San Felipe. Una figura con pata de palo y sin brazo, con postura digna y altiva, con la leyenda: "Aquí España derrotó a Inglaterra y sus colonias".

A riesgo de parecer repetitivo, historias como ésta son las que me gusta recordar cuando los ingleses se ponen chulitos, o alguien saca la manida coletilla de que los españoles son un pueblo perdedor, y más desde el siglo XVII. Aunque por desgracia tengan (casi) siempre ese reverso miserable y cainita, tan típicamente nuestro.




A la memoria de don Blas de Lezo y Olavarrieta.




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Muy recomendable el libro del colombiano Pablo Victoria, "El día que España derrotó a Inglaterra" (2005). Así como el del español Julio Albi de la Cuesta, "La defensa de las Indias" (1987).

4 comentarios:

  1. Gran recensión, don Taciturno. Esto nos hace pensar que si el cine español se hiciera de otra manera, como algunas series que todos conocemos, las cosas irían de manera totalmente diferente. Tenemos ejemplos buenísimos para estar tan contentos o más que los ingleses, a la hora de resaltar grandes generales de todos los tiempos que han habitado nuestra península.

    un saludo rojo!

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  2. Gracias dominus!!! Desde luego, desde luego, de acuerdo en todo lo que dices. Aunque por otra parte mejor no ver a Blas de Lezo, el Gran Capitán o algún hispanorromano siendo encarnado por Hugo Silva o alguien parecido.

    Jeje, saludos!!

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  3. Por desgracia, no todos los actores pueden ser con Eastwood o De Niro...tendría que revisarse el modelo de cine que queremos en España, y el tipo de actor! jeje

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  4. Para conocer la verdad de lo que ocurrio recomiendo leer el libro "La batalla de Cartagena de Indias". La informacion se puede encontrar en www.labatalladecartagenadeindias.com

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