17.1.11

Un día en la Corte

Pese a que los últimos acontecimientos familiares no han sido precisamente alegres (quizá precisamente a causa de ello, como distracción), unido a una incertidumbre por otro tema presente en todos nosotros, este lunes decidimos montarnos en el flamante AVE dirección Madrid. Madrid, la Villa y Corte. A casi 400 km de distancia.

Así que madrugamos y tomamos el tren de las 8:00. Nos dirigimos a la terminal expresamente creada para los nuevos aves (la Joaquín Sorolla) y nos subimos, nerviosos y expectantes (yo por lo menos) ya que íbamos a probar la “alta velocidad”.

Y vaya que sí lo es. Esto es el progreso, colegas. Da igual que te subas en turista (como yo) o en preferente. La potencia del tren los lleva a todos igual de rápidos. El acelerón es instantáneo y, comparado con un tren digamos normal, contemplas el paisaje como si estuvieras rebobinando un vídeo. Bueno, quizás no tanto, pero la diferencia es notable. Ves pasar embalses y los mares de tierra manchegos como si tal cosa. Apenas puedes reparar en las encinas solitarias. Cayó una ligera lluvia y las gotas de agua se deslizaron por el cristal como liebres. Cuenca, que en tren habitual se tarda unas tres horas y pico largas en llegar, en esta bala a 300 km por hora se alcanza en una hora escasa. Bestial.

Y nada, Madrid la tienes en una hora y cincuenta minutos. Ahí la tienes. El día se esperaba nublado, y nublado ha estado, pero además, con una densa niebla pocas veces vista, más propia de Londres que de nuestra capital.


La capital, desde luego. En pocas ocasiones te sientes tan provinciano (y es una suerte) al pasear y moverte por Madrid. Los espacios son siempre más grandes, las distancias más largas, los ríos de gente mayores, el atasco más molesto, que en tu ciudad. Es que Valencia parece Soria a su lado. La gigantesca estación de Atocha, con treinta o cuarenta vías y pisos y pisos bajo tierra, con infinidad de Cercanías y líneas de metro, es sólo el primer ejemplo. Uno se acojona al ver cómo tunelan y tunelan las ciudades. Y cómo lo hacen de bien. Las grandes ciudades están completamente huecas por dentro.

Sales a la calle y ya tienes las inabarcables glorietas llenas de coches, los enormes edificios monumentales del siglo XIX (muchos de los cuales sirven de sede a los diversos ministerios. Vete a saber tú para qué los quieren), las calles con nombres totalmente históricos o inolvidables. Paseo del Prado, Plaza Cánovas, Calle Alcalá, Gran Vía, Bailén, Preciados, Plaza Mayor, Cuesta de Claudio Moyano, Prim, Canalejas, Alfonso XII, Felipe IV, Carrera de San Jerónimo, Puerta del Sol, Tetuán, Plaza de Oriente, Callao...Madrid es Madrid, para lo bueno y lo malo. Que son 4 millones de habitantes, sin contar el área metropolitana...


Y yo, que al ser lunes (y por tanto, la inmensa mayoría de museos quedan cerrados. Prado, otra vez será.) iba con el anhelo de entrar al Palacio Real (antiguo Alcázar) y poder ver el Salón del Trono, el Comedor Real , los tapices o la fantástica Armería, donde contemplaría las armaduras del César Carlos V y de Felipe II, que con un sólo golpe de vista me evocarían Túnez, Mühlberg, San Quintín, Gravelinas...y las de sus caballos, y los cascos, y los escudos decorados, y...pero, casualmente, nuestro buen rey (el actual) tenía hoy una recepción y no he podido entrar. Chasco. Así que he tenido que conformarme con un buen paseo por el Madrid histórico de verdad, el de los Austrias, el de las calles y callejuelas empinadas, plazas sorpresivas e iglesias, donde no es muy difícil imaginarse el Siglo de Oro. En la verdaderamente bonita Plaza de la Villa, donde está el antiguo Ayuntamiento y la Torre de los Lujanes (aquí estuvo preso Francisco I de Francia tras Pavía) , se encuentra además una estatua dedicada a don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz (1526-1588), uno de los héroes de la época de Felipe II y por tanto de la historia española. Como tenemos un país tan poco dado a resaltar los héroes, sólo en Madrid y escasos sitios más se localizan cosas de este tipo. Con todo, la estatua es del siglo XIX. Dudo mucho que Gallardón la plantase ahora. En fin, que al pie se pueden leer los versos que Lope de Vega escribió para el ilustre marino:

El fiero turco en Lepanto,

en la Tercera el francés,

y en todo mar el inglés,

tuvieron de verme espanto.

Rey servido y patria honrada

dirán mejor quién he sido

por la Cruz de mi apellido

y por la cruz de mi espada.


Recorrer este tipo de plazas y calles es para mí fantástico. Tienen un encanto especial, y popularizan la metrópolis que es Madrid. Quiero decir, es cuando caminas por esta zona cuando recuerdas aquello (que no sé quién dijo exactamente) de que Madrid era un villorrio manchego antes que la capital. La verdad es que aquí se juntan este tipo de calles con el Madrid de las enormes avenidas repletas de avalanchas de gente y manadas de coches.


Luego la Plaza Mayor, donde se realizaban los autos de fe, y la Puerta del Sol con su oso y el madroño, y la Plaza de España con el monumento a Cervantes. A mí siempre me han dejado boquiabierto las dos moles que hay aquí, el edificio España y la Torre de Madrid, con más de sesenta años. Son impresionantes y más si ves lo vetustas que son. A continuación, la Gran Vía, de la que poco más se puede decir. Vaya calle. Cines, teatros, tiendas, restaurantes y gente, sobre todo muchísima gente. De lo más variado. ¿Y las fachadas de los edificios que la rodean?. Indescriptible. Por no hablar del Madrid decimonónico, de grandes palacios, parques idóneos para los duelos y glorietas para los carruajes.


Qué ajetreo. Qué vida. Colas allí, colas aquí. Coge el metro allá, vete a pata (si puedes). Gente por todos lados. Suciedad. Variedad. Agobio. No es una de las ciudades más bonitas del mundo, la verdad. Y a veces es insoportable. Pero es espectacular, sin duda, y tiene zonas con mucho encanto. Aquí late nuestra historia y nuestra esencia.


Eso es Madrid. Antes de coger el tren bala de regreso, tómate un buen bocadillo de calamares, en el Brillante (enfrente de Atocha), y respira aliviado. Ya dejas la Villa y Corte. Y regresas a tu querida provincia. Alejada del ajetreo y del pulso. Qué tranquilidad por la calle...


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