23.12.14

Libros necesarios: "Viaje al fin de la noche"





 Notre vie est un voyage
Dans l´hiver et dans la Nuit, 
Nous cherchons notre passage
Dans le Ciel où rien ne luit.



Con esa evocadora estrofa de una canción de la Guardia Suiza advierte su autor al lector sobre lo que viene a continuación: un largo viaje, que es la vida,  en la oscuridad nocturna, buscando el camino bajo un cielo sin estrellas. 

Viaje al fin de la noche (Voyage au bout de la nuit), de Louis-Ferdinand Céline, publicada en 1932, es una de esas novelas que, por lo que significaron en su momento y mantuvieron su importancia después, conviene leerse, al menos una vez en la vida. El libro es famoso y no precisa mucha presentación; yo, de conocimientos limitados, sabía de su existencia, pero una vez leído me ha sorprendido para bien y veo totalmente justificada ese aura de "obra imprescindible, necesaria, innovadora". 

Ciertamente es innovadora y rompedora, pues Céline emplea un estilo acelerado, oral y quebrado, y también obsceno, poco sutil, abundante en tacos y sin medias tintas, nada académico como suele decirse. Sólo 10 años después de la muerte de Marcel Proust, la literatura francesa producía otro hito, si bien de distintas características. 

El protagonista de nuestro Viaje es un héroe en cierta manera. Ferdinand Bardamu es un joven que participa en la Gran Guerra del 14 y la experiencia en el frente le cambia la vida; tras su larga convalecencia probará suerte en las pegajosas colonias francesas en África y luego en los vibrantes Estados Unidos con un trabajo alienante, para volver a Francia empleándose como médico en la periferia parisina. Pero eso no será lo último...

Bardamu es un individuo que está en permanente búsqueda, aunque ni él mismo sepa lo que está buscando, tal vez a sí mismo, pero está en eterna lucha, de aquí para allá, viajando para aprender de la vida y su verdadera realidad. Pese a que no es un misántropo  y le encanta conversar y relacionarse con la gente, en el fondo es alguien solitario reacio a comprometerse de verdad, y  va dejando a las personas por el camino, cuando no son éstas quienes le desprecian a él, como a veces ocurre. 

Uno de los aspectos más destacados del libro es que Céline construye las andanzas de Bardamu siguiendo sus propias experiencias reales, por lo que su novela es además  un libro sincero y muy valiente porque el autor se desnuda casi por completo poniendo en boca de su protagonista sus pensamientos y su filosofía. Valentía admirable porque Céline no se esfuerza, como hacen otros escritores con sus personajes, para que el suyo nos parezca estupendo y magnífico; lo pinta real, humano, con sus puntos flacos, quien a todos reparte estopa, sin casarse con nadie, por lo que deja al lector que lo juzgue si quiere, así pues,  a veces nos cae simpático, otras le compadecemos, en diversas ocasiones nos parece un pícaro impresentable, y en ciertos casos vemos que en el fondo tiene su corazoncito.  Aunque el personaje suele protestar, no es un lamento quejumbroso que nos lleve a la compasión sensiblera,  pero sí una queja seca y directa, verídica,  que nos lleva a ver en Bardamu a un antihéroe, a un perdedor, a un ser humano.



 Louis-Ferdinand Céline nació en Courveboie, cerca de París, en 1894, y murió en París en 1961. Su verdadero apellido era Destouches, pero en su carrera literaria empleó el nombre de su abuela, Céline.  Hijo único, en la adolescencia sus padres le enviaron a  Inglaterra y Alemania  para que aprendiera idiomas. En 1912 se enrola en el ejército francés en un acto de rebeldía contra sus progenitores  y  2  años después estalla  la I Guerra Mundial, de la cual regresa  con una medalla al valor, pero medio sordo y  con  otras secuelas que arrastrará toda su vida. Vive un año en Londres, llevando una vida bohemia, para marchar luego a Camerún donde enferma gravemente. Retornado a Francia, termina sus estudios de medicina. Trabaja para la Sociedad de Naciones en cuestiones sanitarias  y viaja constantemente a varios países de Europa,  África y América. En 1926 conoce a la mujer que más le marca  (pese a que ya se había casado dos veces), la norteamericana Elizabeth Craig, con quien tiene una relación intermitente durante 7 años  y en quien se basa para varios personajes de "Viaje al fin de la noche". Abrió como doctor un consultorio particular, sin éxito. En 1932  publica su  más famosa novela, que eclipsaría un tanto al resto de sus publicaciones. Se casa por tercera vez y en la II Guerra Mundial se produce la parte más polémica y denostada de su biografía, cuando escribe panfletos racistas y antisemitas y es acusado de colaborar con el régimen pronazi de Vichy, en la Francia ocupada. Es encarcelado y defenestrado, aunque en 1951 se le concede la amnistía y puede regresar a su país. Allí trabajaría hasta su muerte como médico en un suburbio, entre la admiración de amigos y escritores y el desprecio de otros que no le perdonaron su pasado.  La polémica dura hasta hoy, pues en 2011 el Gobierno de Francia tuvo que cancelar los homenajes por el 50 aniversario de su fallecimiento  a causa de las protestas de diversos grupos y colectivos.


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Primeramente vemos su participación en la guerra, en la cual se mete casi en un acto de enajenación patriótica, pues nos deja claro que contra los alemanes no tiene nada y guarda buen recuerdo de ellos. Pero Bardamu pronto se da de bruces con la sucia realidad,  el sinsentido y la locura de la guerra. En ella es herido y ya se empieza a ver al  individuo descreído e incendiario que domina toda la novela, tanto en la figura del protagonista como en otros secundarios: "Os lo aseguro, buenas y pobres gentes, gilipollas, infelices, baqueteados por la vida, desollados, siempre empapados en sudor, os aviso, cuando los grandes de este mundo les da por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón...es la señal...Infalible."

Después de salvar la vida de milagro, decide abandonar el horror y deserta, fingiendo su locura, permaneciendo largo tiempo convaleciente entre heridos y enajenados mentales. El armisticio no frena su inquietud y sus ansias por moverse, y se marcha a la Guinea francesa con un trabajo dudoso, para intentar enriquecerse. Allí choca con la realidad deprimente del colonialismo, donde unos pocos blancos dominan sobre enormes masas de negros en un ambiente selvático, pegajoso y medio salvaje, repleto de fauna y flora, aparte de insectos y enfermedades. Lo peor sin duda son las noches:

"Los crepúsculos en aquel infierno africano eran espléndidos. No había modo de evitarlos. Trágicos todas las veces como tremendos asesinatos de sol. Una farolada inmensa. Sólo que era demasiada admiración para un solo hombre (...)
Y la noche con todos sus monstruos entraba entonces en danza, entre miles y miles de berridos de sapos. 
Ésa era la señal que esperaba la selva para ponerse a trepidar, silbar, bramar desde todas las profundidades. Una enorme estación del amor y sin luz, llena hasta reventar. Árboles enteros llenas de francachelas vivas, de erecciones mutiladas, de horror. Acabábamos no pudiendo oírnos en nuestra choza. Tenía que gritar, a mi vez, por encima de la mesa como un autillo para que el compañero me entendiera. Estaba listo, yo, que no apreciaba el campo". 


De tal manera lo describe Céline, haciéndote sentir como en una de esas negras y ruidosas noches, inquietas y desesperantes. Además, es crítico con el colonialismo europeo y pinta a buena parte de los hombres blancos como pederastas. Enfermo y harto de la vida en el trópico, dedice colarse en otro ruinoso barco, esta vez con destino a América, a los Estados Unidos, ese país en plena ebullición en los "locos años veinte" que crece en vertical como observa Bardamu. Allí encuentra un monótono trabajo, pero con el estilo de vida nortemericano no puede evitar sentirse muy solo. 
No tarda mucho el protagonista en querer moverse de nuevo por lo que regresa a Francia, donde ya como médico en la periferia parisina se emplea, aunque de manera poco gratificante (y trabajando prácticamente gratis) en medio de unos ambientes sórdidos y depauperados, un nuevo contacto con la condición humana:

"Porque, digan lo que digan, los hombres, verdad, cuando están sanos dan miedo...sobre todo desde la guerra...yo sé en qué piensan...no siempre se dan cuenta de ello...Pero yo sé ahora en qué piensan...cuando están de pie, piensan en matarte...mientras que, digan lo que digan, cuando están enfermos no dan tanto miedo...ya te digo, puedes esperarte cualquier cosa cuando están de pie. ¿No es verdad?
 <<¡Ya lo creo que es verdad!>>, no me quedó más remedio que decir.
<<¿Y tú? ¿No fue por eso también por lo que te hiciste médico?>>, me preguntó además.

Después de pensarlo, me di cuenta de que tal vez tuviera razón."

 
Hay más, pero no sigo destripando el argumento porque prefiero que cada uno descubra, si quiere, el libro; sólo he avanzado a grandes rasgos por  una parte del esqueleto de la novela. Además, no tendría mucho sentido que escribiese párrafos y párrafos desmenuzando la obra y copiando fragmentos memorables, pese a que hay en abundancia. Al principio choca la característica prosa de Céline, y el caos y los quiebros llegan  a  desconcertar, pero no se demora uno en acostumbrarse a su ritmo rápido, gráfico y descarnado, y eventualmente con frases de gran belleza, pero en general el estilo de su autor y sus punzantes sentencias te mantienen pegado a sus páginas, pasando una tras otra. Un ejemplo más:

"Entró el tren en la estación. Yo ya no estaba demasiado seguro de mi aventura, cuando vi a la máquina. Besé a Molly con todo el valor que me quedaba en el cuerpo. Me daba pena, pena de verdad , por una vez, todo el mundo, ella, todos los hombres.
Tal vez sea eso lo que busquemos a lo largo de la vida, nada más que eso, la mayor pena posible para llegar a ser uno mismo antes de morir.
(...)
Buena, admirable Molly, si aún puede leerme, desde un lugar que no conozco, quiero que sepa sin duda que yo no he cambiado para ella, que sigo amándola y siempre la amaré a mi modo, que puede venir aquí, cuando quiera compartir mi pan y mi furtivo destino. Si ya no es bella, ¡mala suerte! ¡Nos arreglaremos! He guardado tanta belleza de ella en mí, tan viva, tan cálida, que aún me queda para los dos y para por lo menos veinte años aún, el tiempo de llegar al fin.
Para dejarla, necesité, desde luego, mucha locura y un carácter chungo y frío. Aún así, he defendido mi alma hasta ahora y Molly me regaló tanto cariño y ensueño en aquellos meses de América que, si viniera mañana la muerte a buscarme, nunca llegaría a estar, estoy seguro, tan frío, ruin y grosero como los otros". 


Viaje al fin de la noche fue estupendamente acogida en su momento por crítica y público, y por su planteamiento rupturista y  poder evocador  influiría en más de una generación de escritores, unos coetáneos y otros posteriores, especialmente en la Generación Beat.  El prestigio de la novela sigue incólume, no así el de su autor a causa de las ya mencionadas actitudes antisemitas y su colaboracionismo con los alemanes (como tantos otros franceses, por otra parte). Entre los intelectuales hay dos facciones, unos que son partidarios de, como en tantos escritores y artistas, separar el creador del hombre en sí, y otros para quienes no se puede valorar la obra de un individuo si ese alguien tiene o tuvo ideas polémicas e infames.   El alcalde parisino llegó a decir, con la suspensión de los homenajes, que Céline "es un excelente creador, pero un perfecto cabrón". 

Personalmente me inclino, siempre que no se trate de asesinos y criminales, por no juzgar y  centrarse sólo en la obra literaria y disfrutar de ella, aunque el escritor tenga una ideología o unos pensamientos que rechace. Estoy en las antípodas de Céline, pues la cultura hebrea me fascina en cierto modo,   pero puedo leerle con deleite, y  a  Shakespeare, Quevedo, Baroja o Eliot, aunque todos ellos fueran notorios antisemitas. Puedo recrearme con la poesía de Rafael Alberti, por más que fuera un implicadísimo comunista partidario de la URSS y en la guerra civil española tuviera un papel oscuro.  Gerald Brenan es autor de uno de mis libros de cabecera, "Al sur de Granada", y no voy a dejar de leerlo aunque el inglés se comportase como un cacique en Yegen y despreciase a la lugareña con la que tuvo una niña, a quien crió con su mujer norteamericana. Creo que si sólo nos fijásemos en los escritores  que creemos de "ideas puras" y "vidas perfectas" , pocos serían los libros que  leeríamos y disfrutaríamos. Además, en ocasiones, para entender mejor la obra, se debe conocer al hombre. 

El título del libro, sacado de la canción de la Guardia Suiza del principio, planea en multitud de ocasiones en sus páginas, y la noche en sí es uno de los mayores activos de la historia, como escenario y como metáfora recurrente. Y, desde luego, Bardamu lo que podría estar buscando es un nuevo amanecer al final de la noche.

Viaje al fin de la noche es un libro recomendable para quien le gusten las historias marcadas por la guerra, o por el curso de los acontecimientos; o para quien se deleite con sórdidos relatos de bajos fondos, y prefiera un estilo directo y escatológico; o para quien quiera saber cómo era el mundo de entreguerras; o para quien anhele empaparse de cómo es la condición humana y los verdaderos motivos de las relaciones; o para quien sepa ver la belleza, hasta en lo aparentemente más asqueroso; pero es sobre todo, un libro dedicado especialmente a los que alguna vez, o siempre, creen que su existencia es una mierda, o podrían estar mejor, o es una queja constante.  Y si no te importa que Céline te desprecie porque en el fondo no sabes nada y no tienes ni idea de la vida, aún más lo apreciarás. 



"Me parecía haber llegado al momento, a la edad tal vez, en que sabes perfectamente  lo que pierdes cada hora que pasa. Pero aún no has adquirido la sabiduría necesaria para pararte en seco en el camino del tiempo, pero es que, si te detuvieras, no sabrías qué hacer tampoco, sin esa locura por avanzar que te embarga y que admiras durante toda la juventud. Ya te sientes menos orgulloso, de tu juventud, aún no te atreves a reconocerlo en público, que acaso no sea sino eso, tu juventud, el entusiasmo por envejecer.
Descubres en tu ridículo pasado tanta ridiculez, engaño y credulidad, que desearías acaso dejar de ser joven al instante, esperar a que se aparte, la juventud, esperar a que te adelante, verla irse, alejarse, contemplar toda su vanidad, llevarte la mano a tu vacío, verla pasar de nuevo ante tí y después marcharte tú, estar seguro de que se ha ido de una vez, tu juventud, y, tranquilo entonces, por tu parte, volver a pasar muy despacio al otro lado del Tiempo para ver, de verdad, cómo son la gente y las cosas". 

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