21.1.16
"Los Odiosos Ocho": jodido y genial Tarantino
Quentin Tarantino, con tantos admiradores como detractores, es uno de esos directores de cine con los que no hay término medio: o lo amas o lo odias; con él no valen expresiones del tipo "no me gusta mucho Tarantino, pero..." o "hay ciertas cosas que me chiflan de él, pero...". O blanco o negro, esto es así, tan incuestionable como que Marsellus Wallace practicó el medievo con el culo de Zed.
El de Tennessee pegó un buen aldabonazo hace ya casi 24 años y el cine no volvió a ser el mismo. Ni para todos aquellos que tuvieron la enorme suerte de ver Reservoir Dogs en 1992, ni para el resto de mortales que éramos unos niños ese año y descubrimos al Señor Marrón con el tiempo. Una película hecha con cuatro dólares, brutal y rompedora, con un título perfecto, ante la que uno no puede sino tirar el arma y rendirse e hincarse de rodillas, y ante el mismo Tarantino.
Y no, no te da tiempo a levantarte, porque sólo dos años después, el bueno de Quentin entregó la bomba atómica. Pulp Fiction es aún mejor, más redonda, perfecta. Ya se ha dicho todo sobre ella así que no explayaré más con una película que aguanta todas las revisiones que le eches y que no envejece. Puro orgasmo de cine.
Tarantino ya era Dios sobre la Tierra, pero, ay. Los dioses también pueden ser humanos. Y comenzó a desconcertar al público, con Jackie Brown (1997), una película tan poco tarantiniana (o no) como melancólica, hermosa y extraña. Aparte de unas cuantas colaboraciones en otras películas entre varios directores, o guiones para otros largometrajes, hubo que esperar 6 años para un nuevo producto suyo, que fue Kill Bill: vol.1., un pastiche muy entretenido con algunos grandes momentos, pero un pastiche al fin y al cabo, con influencias del cine asiático de artes marciales y hasta un cómic en medio; una película "muy friki", como la definió un amigo. A partir de Kill Bill la gente se dividió en dos grupos, uno el de quienes iban a seguir adorando a Tarantino les echase éste lo que les echase, y otro, el de los que sólo iban a reconocer como películas de Quentin Reservoir Dogs y Pulp Fiction (y si eso, Jackie Brown), intentando olvidar el resto. Luego vinieron Kill Bill: vol.2 (para mí mejor que la primera, tal vez porque hay menos peleas y más sustancia) y Death Proof (2007), por lo que las diferencias fueron aumentando. Dos años después tenemos Malditos Bastardos y en 2012 Django Desencadenado, ambas unas películas interesantes y con momentos brillantes, con personajes memorables (especialmente los de Christoph Waltz) y con diálogos marca de la casa (si bien algo más lentos y romos que de costumbre), pero también adolecen de una excesiva violencia -aun teniendo en cuenta que hablamos del director estadounidense- pero aún más que en Kill Bill, con una tendencia a la desmesura y a la ausencia de elipsis, de ida de olla rayando el gore. En Reservoir Dogs y Pulp Fiction , diciéndolo llanamente, "había pocos tiros pero bien daos". Vuelves a ver Malditos Bastardos y ya no te parece tan buena como la primera vez. Algo había pasado. Tarantino estaba dejando de ser Tarantino.
Creo modestamente que no hace falta ser, ni un radical que sólo reconoce como películas de Tarantino sus dos primeras y desprecia directamente el resto, ni un fan borreguil que le va a alabar desmesuradamente hasta si presenta una mierda filmada. Únicamente se ha de asumir, con toda tranquilidad, que los años 90, por suerte o por desgracia, ya pasaron, y que no vamos a volver a escuchar intros con Misirlou ni a ver a unos perros callejeros trajeados avanzando a cámara lenta mientras se ponen sus gafas de sol y suena Little Green Bag, o una discusión por las propinas o sobre qué va Like a Virgin. No. También debemos ser justos y no exigirle a Tarantino que no cambie, pues todos los directores de cine van evolucionando, van experimentando, van madurando. No todas sus películas van a versar sobre drogas, las hamburguesas Kahuna, o sobre maletines de dorado e incierto contenido.
Simplemente, eso. Asumir que esas dos obras maestras de sublime montaje, sublime guión y sublimes personajes con su carisma y sus diálogos van a seguir estando ahí, nadie nos las quitará. Y que Tarantino hizo luego más películas, que no son tan redondas y no se pueden comparar con las dos primeras, pero tienen un puñado de grandes momentos y entretienen en mayor o menor medida. Las hermanas menores de las dos reinas. Todas siguen siendo de Tarantino, un director único.
Sirva toda esta parrafada a modo de introducción para hablar de su octava película, Los Odiosos Ocho (The Hateful Eight), que por fin pude ver ayer. Era uno de los estrenos más deseados desde hace más tiempo, y debo decir que acudí incluso con cierto nerviosismo por la expectación creada, primero por la temática, luego por los actores y por último por la música. Además, no por nada el estadounidense es uno de los hombres del cine más personales y característicos de la actualidad, y con un estilo tan concreto, que se entiende la liturgia casi religiosa por cada nueva película suya, pese a todo lo dicho anteriormente. Sabes lo que vas a recibir.
Y una vez vista, no sé si me expresaré correctamente, pero me ha cautivado por completo, como no lo hicieron, ni aun desde la primera vez que las vi, Django y Malditos Bastardos. Los Odiosos Ocho, por cierto con un título en España lamentable, incómodo, por tan literal (quizá hubiera sido mejor Los Ocho Odiosos, o Los Ocho Indeseables, si de verdad se quería traducir, pues no todos los títulos de sus películas se han transcrito), la película, repito, es una magnífica e hipnótica orgía de cine tarantiniano de 167 minutos de duración. Una locura encerrada en una casa de madera situada en un nevado Wyoming, con una puerta que, para salir o entrar, hay que clavar o arrancar los tablones a modo de "cerrojo".
La primera escena, impoluta, bella y sobrecogedora, aderezada con la solemne música de Morricone (¡vaya 87 años!) ya te mantiene pegado a la butaca. Pero no nos engañemos, Tarantino no se caracteriza por emocionar, ni por llegar al corazón de manera ñoña. Pues pronto la película se adentra en lo que se adivina por el título y por la sinopsis. Es un western, sí, pero enseguida se va orientando hacia una intriga criminal a lo Agatha Christie y mucho humor negro y sangre, con ocho despreciables personajes confinados en una parada para diligencias, refugio, cabaña o lo que sea, donde nadie confía en nadie y la vida no vale un carajo.
Si en Malditos Bastardos los diálogos se me hacían lentos y pesados y no me quedaba en el recuerdo ningún bastardo, y en Django el tan ansiado western con trazos de spaghetti se quedaba en una historia sureña de venganza con mucha morralla y sangriento no, lo siguiente, final, donde el tono de película "del Oeste" sólo se veía en ciertos personajes y en la música, aquí el aroma a western es mucho más intenso, pese a que tampoco sea un western clásico. Pero el de Tennessee, gran cinéfilo y amante de estas películas, denota de nuevo su admiración por grandes como Sergio Leone, John Ford, Howard Hawks o Sergio Corbucci, como puede verse en unas cuantas escenas (algo que si te gusta ese tipo de cine agradecerás enormemente).
El gran fuerte es sin duda la situación de agobio, de bomba a punto de estallar con esos ocho indeseables metidos en cuatro paredes, donde la tensión se palpa más que sobradamente y donde te esperas cualquier cosa. Nada es predecible, y eso es lo desconcertante y lo glorioso.
¿Y los diálogos? Tiene mucho diálogo, sí, pero tampoco tanto como había leído, y personalmente el metraje se me ha pasado volando, llegando al final con ganas de más. Se habla de muchas cosas y se dice bastante, con temas que van desde el racismo a la justicia pasando por la guerra y el nacimiento de una nación, todo convenientemente salpimentado con expresiones soeces y/o tronchantes. Pero, desde luego, lo que la diferencia de Django y sobre todo Malditos Bastardos (por citar de nuevo sus dos más recientes), son sus personajes.
Se trata de un reparto bastante ajustado y compensado, donde inevitablemente unos actores tienen más peso que otros, y más o menos acierto. Sin duda los dos más destacables son Samuel L. Jackson (Mayor Marquis Warren) en un memorable personaje, pese a que ya no recite versículos de la Biblia a punta de pistola, es para quien escribe el mejor de los suyos con Tarantino después del Jules Winnfield de Pulp Fiction, y una Jennifer Jason Leigh como nunca (por cierto nominada al Oscar), en una increíble actuación desempeñando de manera totalmente creíble su rol de criminal pirada. Su Daisy Domergue verdaderamente da miedo.
También tiene su sitio Kurt Russell como La Horca Ruth; se ha dicho que Tarantino ha "resucitado" de nuevo a este veterano actor, y no sería extraño; ya lo hizo con Travolta o Pam Grier en su momento, como descubrió a otros como el mismo L. Jackson, Waltz o Tim Roth. Éste último vuelve a trabajar con el estadounidense después de Pulp Fiction y, aunque el contexto sea otro, casi emociona verlo de nuevo compartir una mesa con Samuel, 21 años después de su mítica conversación en la cafetería del atraco. O repartirse planos con otro de Reservoir Dogs, Michael Madsen, quien también repite con Tarantino, ahora como misterioso vaquero. Roth resulta igualmente inmenso en su papel de (aparentemente) educado y atildado inglés, Oswaldo Mobray. Luego, el anciano Bruce Dern como el racista general confederado Smithers tiene su miga. Completan el grupo de odiosos Walton Goggins como Mannix, un renegado sureño que dice ser el nuevo sheriff, y Damián Bichir como un cierto mexicano. A partir de ahí, muchas sorpresas...
La situación de tensión y la sensación de "joder, ¿qué pasará ahora?" no se va en toda la película, salpicada por los eventuales estallidos de violencia marca de la casa; es de destacar también que, pese a que abundan sus típicos planos contrapicados y etcétera, en general la cámara parece bastante clásica, teatral, de tan quieta.
Capítulo aparte merece la banda sonora. Desde el momento que se supo que el legendario Ennio Morricone (88 años en noviembre) iba a volver a colaborar con él, sus fanáticos dimos gracias al cielo. El genio romano, disgustado en su momento por lo excesivamente sangrienta que fue Django desencadenado, declaró que no trabajaría nunca más con Tarantino. Pero parece que surtieron efecto los ruegos del norteamericano, y el italiano finalmente cedió. El director lleva desde Kill Bill empleando viejas canciones suyas, pero esta vez ha querido música original. Cuatro décadas después de su último western, el eterno compositor ha entregado una banda sonora excelsa, la otra nominación al Oscar de la película junto a la la de la fotografía y a la de Jason Leigh. Hay varias melodías importantes, que constiyuyen los leitmotivs del film, como ese órgano casi fúnebre que evoca los copos de nieve cayendo, o unos sones más acelerados y violentos con unos coros masculinos que recuerdan sus trabajos con Sergio Leone. Maravillosa.
En definitiva, una película extraordinaria, una obra maestra que sin alcanzar la excelencia total de las dos primeras de su director, me parece modestamente la más redonda, disfrutable y de mayor calidad de toda su carrera después de las mencionadas. Y eso incluye la aclamada Django, que a mí no me acabó de entusiasmar pese al King Schultz de Waltz. Sin más, demos gracias al incorregible Quentin por seguir haciendo películas.
Lo mejor:
- La imagen. Una fotografía (Robert Richardson) bella e hipnótica, rica , jugosa y fascinante. Desde luego si algo ha ido a mejor en el cine de Tarantino es en la imagen. Además, gran mitómano, quiso rodar con Ultra Panavision 70, como Ben-Hur y otras. Hubo de desempolvar viejas máquinas para rodar en ese formato. Lamentablemente en España sólo hay un cine donde es posible verlo como en EEUU, a la antigua usanza, y está en Barcelona.
- El sonido. En todo momento escuchamos los sorbos de café de los protagonistas, la ventisca ahí fuera, los lamentos, los disparos, las respiraciones, las botas...como si estuviéramos con ellos en la cabaña.
- La banda sonora. Ennio Morricone. No hace falta decir más.
- Los diálogos. Tarantino conserva esa capacidad para que te parezcan interesantes conversaciones donde se dicen tonterías o aparentemente, asuntos irrelevantes.
- Los personajes. Todos son ruines, despreciables, mezquinos, violentos y odiables. Pero también memorables y perduran en el recuerdo.
- Los actores. Todos rinden a buen nivel, si bien Samuel L. Jackson y Jennifer Jason Leigh están por encima, seguidos algo más abajo por Tim Roth y Kurt Russell.
- La sensación de situación impredecible y desquiciada, agobiante y llena de tensión, que no desaparece nunca.
- Tarantino y su habilidad para combinar una canción, ya sea moderna o de la banda sonora, con alguna imagen violenta y/o hermosa.
- Hay violencia , tanto verbal como física, mucha violencia y sangre, bastante sangre, pero curiosamente no se llega a las orgías sádicas y cargantes de sus últimas películas, con esos tramos finales tan excesivos.
Lo peor:
- Prácticamente nada. Siendo exhaustivo, algún fallo en la trama, que sorprende por la meticulosidad de Tarantino.
- También añadir que debes tener muy claro que esto no es Reservoir Dogs, ni Pulp Fiction. Ni quiere serlo, aunque haya ciertos homenajes a la primera y algún destello de la segunda. Alguien ha dicho que Tarantino siempre hace una película distinta cada vez, que no se parecen entre sí, y probablemente sea cierto. Los Odiosos Ocho es otra historia, otro nivel. Y sigue siendo puro Tarantino. Si esperas volver a los años 90, volverás sólo a medias y te decepcionará. Si simplemente te dejas llevar y cautivar, disfrutarás como un enano. O como un canalla.
18.1.16
"Hombres buenos": un canto a la amistad y a la Razón
A estas alturas de la vida no voy a descubrir ni a Arturo Pérez-Reverte ni a sus libros; me acompañan desde los 12 años, cuando empezara a leer el primero de sus Alatristes, saga a la que dedicara más de una entrada en este blog. Cautivado, fue cuestión de tiempo que abordase el resto de sus obras, así como sus peculiares artículos de opinión en prensa (también recopilados en varios libros). Siendo como soy fundamentalmente un lector de clásicos, o por lo menos de autores que murieron hace algunas décadas, Pérez-Reverte es prácticamente el único escritor vivo que leo asiduamente.
Con todo, aún no he leído toda su obra y de los últimos 10 años, tengo pendientes (algún día serán míos) El pintor de batallas, Un día de cólera o El tango de la guardia vieja, si bien me regalaron El asedio, cuyo final me decepcionó, al igual que, admito, me dejó frío Cabo Trafalgar. El cartagenero está especialmente activo el último sexenio y si añadimos el séptimo de Alatriste, va a libro por año. Hombres buenos, publicado en marzo de 2015, es el más nuevo.
En él, basándose en el acontecimiento real que supuso la adquisición de la famosa Encyclopédie de los ilustrados franceses por parte de la Real Academia de la Lengua Española a finales del siglo XVIII, Pérez-Reverte construye un relato imaginario sobre cómo pudo ser esa hazaña, pues al París pre-revolucionario viajan dos académicos españoles, con la misión, casi clandestina (estaba prohibida en España y en Francia no era fácil de conseguir) de adquirir los 28 grandes tomos de la magna obra.
Desde el primer momento la novela es un constante juego entre realidad y ficción, entre imaginación y veracidad. Pues paralelamente a la reconstrucción de Madrid y París en 1781 y su notable ambientación, un autor en primera persona constantemente notifica cómo investigó y cómo fue edificando su obra, ya fuera con la lectura de fuentes, con viajes in situ o con entrevistas a tal o cual amistad, por lo general personalidades reales: no en vano aparecen los académicos Francisco Rico, José Manuel Sánchez Ron, Carmen Iglesias o Gregorio Salvador, e incluso el que fuera director, Víctor García de la Concha. Ese autor que nos habla de vez en cuando guarda un asombroso parecido con el propio Pérez-Reverte, por más que éste negase en una entrevista que fuera él; desde luego, el cartagenero juega con nosotros, pues cuando el narrador menciona como obras "suyas" El enigma del Dei Gloria y La estocada se refiere claramente a (estas sí son reales) La carta esférica y El maestro de esgrima, respectivamente.
Este juego se mantiene también en los personajes ficticios, propiamente dichos. Los dos académicos protagonistas, el almirante don Pedro de Zárate y el bibliotecario don Hermógenes Molina, ambos sesentones y tan respetables como antagónicos, se prestan a toda clase de interpretaciones, pues el primero, marino, fatalista y escéptico, no deja de tener ciertos rasgos del propio Reverte y resulta evidente quién le cae más simpático. La pareja de "académicos malos", por así decirlo, pues pondrán toda clase de trabas para que la Encyclopédie no llegue a Madrid, puede entenderse como una alegoría de las dos Españas: Manuel Higueruela es cerril, clerical y reaccionario, y Justo Sánchez Terrón es igual de radical pero en su vertiente más rompedora, progresista. Ambos se odian mutuamente pero se alían por necesidad.
"Usted y yo, don Justo, estamos abocados a darnos noticias mutuas durante un par de siglos, por lo menos...Y no todas serán en papel impreso".
Francisco Vega del Sella, marqués de Oxinaga, el gentil y bien relacionado director de la Academia, es un obvio alter ego del mencionado García de la Concha, también asturiano y de buen talante. El peculiar abate Bringas, pese a que el autor lo presente de manera convincente como real (inventándose fuentes y una detallada biografía) , es un trasunto del abate Marchena (1768-1821). Y así con buena parte de los personajes ficticios.
Pues también desfilan históricos, como el mismísimo rey Carlos III (1716-1788), el conde de Aranda (1718-1798), embajador en París, o los intelectuales Benjamin Franklin (1706-1790), Buffon (1707-1788) , D´Alembert (1717-1783) Condorcet (1743-1794) Marat (1743-1793) o el autor de Las amistades peligrosas, Choderlos de Laclos (1741-1803). Todos ellos se dan cita en el castizo y tímidamente ilustrado Madrid de los últimos años del reinado de Carlos y en el bullicioso, descocado y deslumbrante París de las Luces.
El cartagenero conserva su buen hacer en la detallista recreación de ambientes y en la caracterización de personajes, uno de sus fuertes; desde luego, el malvado Pascual Raposo tiene un perfil bastante revertiano, uno de esos hombres soeces, putañeros y de pasado turbio con algún trauma, tan habituales en su obra. Lo sórdido de su lenguaje y los ambientes barriobajeros donde se mueve contrastan con la exquisitez y elegancia del de los académicos. Académicos que estarán ayudados por el arriba mencionado abate Bringas Ponzano, otro personaje típico de su autor, que dice cosas bastante serias pero revestido todo de humor y escatología, algo muy común en su narrativa.
Lo que hace aún más interesante a Hombres buenos son esas constantes alusiones al mundo y a la sociedad actuales, o a la historia de España, por medio de las conversaciones entre don Pedro y don Hermógenes (ateo, desencantado y soltero el uno, creyente, bonachón y viudo el otro) o los debates entre ilustrados en los cafés y salones del París de 1781. Muchos de sus párrafos son fácilmente interpretables a hoy día, y en cierto sentido, si el lector está familiarizado con los artículos que Pérez-Reverte publica desde 1993, puede sonarle a ya visto, pues algunos pasajes son idénticos a cuando el escritor saca el sable a paseo los domingos.
"- Apatía y resignación, son las palabras nacionales- dice al cabo de un momento- Ganas de no complicarse la vida...A los españoles nos resulta cómodo ser menores de edad. Términos como tolerancia, razón, ciencia, naturaleza...nos pertuban la siesta. Es vergonzoso que, como si fuéramos caribes o negros, seamos los últimos en recibir las noticias y las luces públicas que ya están esparcidas por Europa.
- Estoy de acuerdo.
- Y encima, lo poco de dentro lo convertimos en arma arrojadiza, de discordia: tal autor es extremeño, aquél es andaluz, éste valenciano...Nos falta mucho para ser nación civilizada con espíritu de unidad, como las otras que con justo motivo nos hacen sombra...Creo que no es el mejor medio recordar siempre, como solemos, la patria de cada cual. Antes convendría sepultarla en el olvido, y que a ninguna persona de mérito se le considere otra cosa que española (...) No tenemos Erasmos, por no decir Voltaires. Lo más que llegamos es al padre Feijoo.
- Que ya es algo.
- Pero ni siquiera él renuncia a su fe católica o a su devoción monárquica. No hay en España pensadores o filósofos originales. La omnipresente religión impide florecer. No hay libertad...Cuanto llega de fuera se acepta con la punta de los dedos, para no quemarse".
Pero ello no quita interés, desde luego. Además, sin duda he disfrutado enormemente estos fragmentos, pues Hombres buenos ha llegado cuando tengo ya 30 años y mi pensamiento, mi experiencia, mi concepción del mundo y de la vida y mi idea de España y de su historia son muy distintas a cuando era un quinceañero. He crecido con Pérez-Reverte, por así decirlo, y si él gasta ya 64 castañas, yo he ido madurando a su vera.
La novela es muchas cosas y puede interpretarse de diversas maneras, así como se caracteriza por explotar temas habituales en la obra de este escritor, como son el honor, el pasado, la guerra o el estoicismo, pero desde mi modesto punto de vista, fundamentalmente el libro es un canto doble:
Por un lado, a la amistad; la amistad entre los dos académicos protagonistas, los "hombres buenos", quienes si en Madrid no se habían tratado mucho, en el azaroso viaje se descubrirán mutuamente, pese a sus constantes discusiones intelectuales donde el clerical don Hermógenes suele escandalizarse. Viene a demostrar que la ideología o el pensamiento no es impedimento para hacer amistad con una persona. Además, como tiene un cierto aire a road movie, a rito iniciático (Molina es inocente y torpe, mucho menos bragado que el marino), el sentimiento de hermanamiento es algo indisoluble. También hay más amistades, pues los académicos hacen buenas migas con el fascinante y estrafalario Bringas en su periplo parisino, y personalmente, al igual que los protagonistas, acabé cogiéndole cariño al abate.
"- Alguna vez llegará el amanecer. Vendrá el nuevo día. Habrá hombres que le gocen, entornando los ojos, agradecidos, al recibir los primeros rayos del sol...pero los que hicimos posible ese amanecer ya no estaremos allí. Habremos sucumbido a la noche, o asistiremos al alba pálidos, exhaustos, deshechos por el combate.
Cuando calla el abate, tras un largo silencio, suena la voz del almirante.
- Le deseamos a usted ese amanecer, querido amigo.
- Ah, no. Deséenme solo que, cuando llegue el momento de sostener mi fe, muera bien, sin que me avergüence del canto del gallo...Sin renegar de ella.
(...)
- Fue un honor ayudarles, señores -dice, seco.
Después vuelve la espalda y se aleja en la oscuridad hasta fundirse con ella, como una sombra trágica que llevara sobre los hombros el peso excesivo de la lucidez y de la vida".
Por otro lado, un canto a la cultura, o si se prefiere, a la fuerza de la Razón, con mayúsculas, entendida ésta como la libertad del hombre para escoger la certeza y la cierta infabilidad de la ciencia frente a la imprecisión mistérica y oscura de la religión, en esos tiempos de luces donde poco a poco, los intelectuales europeos, con los franceses a la cabeza, se estaban liberando de la cerrazón de mente y la negación de la realidad presente en el continente, donde en buena parte olía aún a feudalismo y a sacristía. Reverte siempre ha sido muy crítico con Trento y durante años ha repetido que fue a partir de ese concilio de mediados del siglo XVI, con la Contrarreforma, donde todo se fastidió y España empezó la cuesta abajo, mientras los países protestantes emprendieron el ascenso. Volviendo al libro, es un hermoso alegato por todos aquellos hombres, de antes y ahora, que rompieron más de una lanza, a veces en vano, por que la razón triunfase sobre el misticismo y la tiranía. No debe confundirse el lector, pues no es un simple libelo anticlerical; de hecho, es una de las obras más compensadas y optimistas de Pérez-Reverte, pese a sus habituales dosis de ironía y mala leche, y desde luego, como siempre, reparte a diestra y a siniestra; no se libra nadie. También el de Cartagena rinde orgulloso homenaje a la RAE y hacia todo lo que representó y representa, y a todo lo que hizo y hace. Por último, el narrador se reconoce deudor de tres grandes de nuestras letras como son Cadalso, Jovellanos y Moratín, y la influencia de éstos es grande en el texto. Pero, desde luego, con la mente puesta en los recientes atentados en París, Hombres buenos es un buen punto de partida para todos aquellos que se preguntaron entonces qué le debemos exactamente a Francia, o para reflexionar por qué España es así, siendo como somos un país que lleva desde la Ilustración en permanente conflicto entre atraso y modernidad (baste recordar el debate de los toros, que también aparece en la novela, por cierto).
Sociedad, cultura, religión, ilustración, enciclopedias, librerías, debates, tertulias, cafés, libertinaje, amor, duelos y ambientes tan fascinantes como dispares, todo se da la mano en un libro magnífico que muestra lo mejor de su autor, a quien se le empieza a notar la edad (y es un halago), con un estilo más evocador y profundo, más si cabe que ciertas novelas suyas precedentes. Personalmente, de los de toda su obra, es uno de los que más he disfrutado y entra directamente en el Olimpo de los favoritos, junto a la serie de Alatriste y a La piel del tambor, El maestro de esgrima y La carta esférica (sin olvidarse de esa pequeña maravilla llamada La sombra del águila), por lo cual de nuevo me rindo ante don Arturo. Un libro intenso y con repartidas dosis de emoción, que mantiene en vilo hasta la última página de sus 583, por más que de antemano sepas buena parte del desenlace. Podría dar para una buena adaptación al cine, pero viendo la irregular suerte que han corrido las obras de Pérez-Reverte a este respecto, mejor seguir viendo a don Pedro y a don Hermógenes, a esos hombres buenos, dentro de sus adorados libros.
"-¿Son esos libros tan valiosos como para morir por ellos? - pregunta.
El otro lo piensa un instante, o parece hacerlo.
- No es por ellos, sino por lo que tienen dentro- responde, al cabo.
-Vaya...¿Y de qué se trata?
- De la Razón. Lo que hará que un día no existan hombres como usted".
11.1.16
12 canciones para recordar siempre a David Bowie
Esta mañana me he levantado, de sopetón, con la triste e inesperada noticia. Bowie, David Bowie, El Duque Blanco, Ziggy Stardust, uno de los mayores iconos del rock, toda una leyenda, ha muerto.
Parece increíble, pero es así. El cáncer, auténtica pandemia de nuestro tiempo, ha acabado con su vida después de año y medio de lucha y apenas dos días después de cumplir los 69 años, cuando había lanzado su último disco, que casi ha sido póstumo.
Personalidad osada, peculiar y excéntrica donde las haya, con su apariencia andrógina y su voz de marciano ha sido uno de los mayores showman de la música y su influencia sigue siendo mayúscula. Reinventado innumerables veces, además se desempeñó como actor en cerca de 30 películas, incluyendo el papel de Poncio Pilatos en La última tentación de Cristo o el más reciente de Nikola Tesla en El truco final.
Nacido David Robert Jones en Londres el 8 de enero de 1947, el británico, tras emplear en un principio el pseudónimo de Davy Jones, adoptaría en 1967 el de David Bowie en honor de Jim Bowie (1796-1836), el inventor del famoso cuchillo que lleva su nombre. Extraño, huraño y de costumbres cuanto menos muy particulares, apenas concedió entrevistas a lo largo de su carrera ni se supo mucho de él, pero lo suficiente, como la causa de su ojo de distinto color (por un puñetazo recibido a los 15 años en una pelea) su miedo a los aviones (jamás tomaba uno, y de hecho cruzaba el Atlántico en barco), su bisexualidad declarada o el infarto sufrido, que le obligó a dejar ciertas "sustancias" predilectas (sus juergas con Lou Reed fueron salvajes) y adoptar una vida más relajada alejada de la cocaína.
Personalmente la muerte de Bowie me afecta más que la de otros mitos de la música, pues en mi casa lo llevo escuchando desde pequeño, al ser mi padre, no diría un fanático suyo, pero sí un notorio devoto del inglés desde los lejanos 70. Sus viejos discos y casettes aún pululan por ahí, y sus canciones nos siguen acompañando, ya sea en el coche, en el comedor o en nuestras conversaciones. Por así decir, es como si se hubiera muerto, un conocido, casi un amigo.
Así, me gustaría rendirle un pequeño homenaje por todo lo que significó y significa, pues si bien para mí no tiene el ascendente que tiene para mi sesentón padre, si debo reconocer a todo un icono de la cultura popular y a un mito de los últimos 45 años, responsable de algunas canciones atemporales que no envejecen, verdaderos himnos de más de una generación y de un tiempo muy concretos.
Ahí van 12 canciones para recordarlo siempre y no olvidarlo. Hay muchas más, por supuesto. Pero sirvan, a modo de particular antología:
12- Modern Love (1983)
Tema bastante ochentero y muy representativo de la década, con un aire a lo Stevie Wonder, y aunque parezca una canción romanticona comercial tan típica de esos tiempos new wave, contiene una letra relacionada con el cinismo de la sociedad de los 80.
11- Blackstar (2016)
La canción que da título a su último disco, lanzado hace sólo unos días, y según la opinión de los críticos, su mejor trabajo en 35 años, lo que indica que Bowie no es una de esas estrellas que viven décadas y décadas de sus viejos éxitos. En este caso es una larga composición de casi 10 minutos, varios estilos, unos cuantos arreglos electrónicos, tono oscuro y desasosegante (tanto como el videoclip) y regusto clásico. Bowie en estado puro, hasta la muerte.
10- China Girl (1983)
Eran los 80, la new wave estaba muy en boga y Bowie tuvo mucho que ver en ello. China girl es una romántica y pegadiza canción compuesta junto a Iggy Pop y con un estribillo muy reconocible. Tiempos de gloria, cuando ya había dejado atrás el glam y era un símbolo de la elegancia.
9- Cat People (1982)
Canción compuesta junto a Giorgio Moroder (el de El precio del poder) para la banda sonora de la película Cat People (El beso de la pantera en España) de ese mismo año. Una gran canción en la línea de los 80, donde la voz de Bowie surge poderosa. Tarantino la empleó recientemente en Malditos Bastardos.
8- Ashes to ashes (1980)
Bowie retomó el personaje de Major Tom en esta onírica canción que tanta importancia tuvo para el auge de "eso" que se llamó new wave, de moda entre los veinteañeros, demostrando la capacidad del londinense para reinventarse una y otra vez, aquí ya con 33 años. El meritorio videoclip es otro ejemplo más de su talento visionario, en estos tiempos pre-MTV.
7- Let´s Dance (1983)
Una de sus canciones más reconocibles, está a caballo entre la música disco (ya de capa caída y demodé) y los ritmos más ochenteros. Una de sus canciones más bailables, tiene un tono erótico-festivo a más no poder.
6- Changes (1972)
Composición glam-rock profusamente empleada en anuncios publicitarios y películas, lo que la ha desvirtuado un tanto, pues es una de las canciones más autobiográficas y profundas de Bowie. Es otro tema que no ha quedado desfasado, desde luego.
"Ch-ch-changes
Don't want to be a richer man
Ch-ch-ch-ch-changes
Turn and face the strain
Ch-ch-Changes
Just gonna have to be a different man"
5- Under Pressure (1981)
Era cuestión de tiempo que dos personalidades tan rotundas y excesivas como Bowie y Freddie Mercury se unieran, y el resultado fue esta enorme canción, lanzada en el disco de Queen Hot Space y que rápidamente formaría parte del repertorio imprescindible de la banda. En 1992, en el concierto en honor de Mercury (fallecido un año antes) en Wembley, Bowie la cantó con Annie Lennox.
"Cause love's such an old fashioned word
and love dares you to care for
the people on the edge of the night
and love dares you to change our way of
caring about ourselves
this is our last dance
this is ourselves
under pressure
under pressure
pressure".
4- Starman (1972)
Verdadero hito de su carrera, forma parte de su tal vez disco más conocido, The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, icono del glam-rock. En la canción cuenta cómo Ziggy, un extraterrestre y verdadero alter ego del británico, contacta con la juventud de la Tierra por radio para prometerles la salvación, pero, sin embargo, o eso dijo Bowie, sólo contiene mentiras para engatusar a los terrícolas.
3- Heroes (1977)
Uno de sus mayores éxitos de crítica y público, cuenta la historia de amor de dos personas con el Muro de Berlín de por medio. Canción imborrable y todo un himno que transmite de manera extraordinaria; personalmente es de mis tres o cuatro favoritas de Bowie.
"We can be heroes
just for one day"
La más conocida del album homónimo junto a Starman, aquí cuenta la historia del tal Ziggy y contiene uno de los riffs más famosos de la historia del rock. Sin duda es la ostia, por decirlo en plata, y desde luego legendaria. No pasan los años por ella.
"So where were the spiders
While the fly tried to break our balls
Just the beer light to guide us
So we bitched about his fans
And should we crush his sweet hands?"
1- Life on Mars (1971)
Otra de sus canciones superiores y de las más renombradas, es una hermosa composición de inolvidable melodía, con un estribillo contundente y una letra abstracta pero evocadora, que versa en torno a la decadencia de la sociedad y el materialismo.
"Take a look at the Lawman
Beating up the wrong guy
Oh man! Wonder if he'll ever know
He's in the best selling show
Is there life on Mars?"
Mención especial:
- Space Oddity (1969)
Para mí sin embargo, un poco por encima de todas, está esta Space Oddity, un himno influenciado por los viajes espaciales, por la llegada a la Luna y por películas como "2001: una odisea del espacio". Compuesta cuando Bowie tenía sólo 22 años, es un tema precioso y evocador, no exento de tristeza y melancolía. Una canción eterna, que hace gravitar.
"Here am I floating round my tin can
Far above the moon
Planet earth is blueAnd there's nothing I can do".
David Bowie ya ha regresado a Marte. Descanse en paz (1947-2016).
25.12.15
"El Despertar de la Fuerza": galáctica nostalgia
Unos días después de su multitudinario estreno, pude ver, por fin, la primera película de la nueva trilogía (que en realidad es el episodio número VII de la saga) de Star Wars (también conocida en nuestro país como La Guerra de las Galaxias; los españoles aún nos preguntamos por qué no se tradujo como Las Guerras de la Galaxia, más correcto). El film, dirigido por J.J. Abrams, lleva el título de The Force Awakens (El Despertar de la Fuerza) y arranca 30 años después de los acontecimientos relatados en El Retorno del Jedi (1983). Casi nada.
El Episodio VII es otro capítulo más de la inevitable sarta de largometrajes producidos desde que George Lucas tuvo la idea (genial para algunos, discutible e incluso odiosa para una mayoría) de perpetrar dos trilogías más sobre su aclamada franquicia, una sobre los hechos ocurridos antes de Una Nueva Esperanza (1977) y otra sobre los de después de El Retorno del Jedi, como hemos dicho. Para las tres películas centradas en el joven Anakin Skywalker (La Amenaza Fantasma, El Ataque de los Clones y La Venganza de los Sith) Lucas decidió tomar plenas responsabilidades, teniendo como resultado una trilogía deslumbrante visualmente, pero con graves deficiencias de guión y de argumento y carente del espíritu de las tres primeras. De hecho, no pocos fanáticos suelen obviar esta segunda trilogía y en su imaginario emocional sólo hay espacio para las viejas películas.
No me considero un devoto de Star Wars y de hecho siempre he preferido otras trilogías o sagas cinematográficas, pero con el tiempo me he ido cautivando por esta ópera espacial de influencias clásicas e históricas e imborrables imágenes y diálogos, por el reverso tenebroso de la Fuerza, la mitología jedi o por las particularidades del universo lucasiano; en definitiva, he acabado valorando como se merece a todo un mito del celuloide; sin La Guerra de las Galaxias no se entienden un buen número de películas, su influencia en la cultura popular es enorme, y las tres antiguas siguen, inalterables, en el lugar donde habitan los sueños. Aguantan una y muchas revisitaciones, al contrario que la reciente trilogía (1999, 2002 y 2005) mencionada antes, cada vez más intrascendente, donde la más redonda es La Venganza de los Sith.
Así, tal vez escaldado por las malas críticas, o tal vez forzado a apartarse (Disney compró Lucasfilm en 2012) George Lucas dio un paso atrás y para estas nuevas entregas de la saga su papel quedaría relegado al de productor y supervisor. Desde luego volverá a ganar sacos y sacos de dólares, pero esta vez se han querido hacer las cosas bien, y se nota. Por ello, como emulando lo que se hizo con El Imperio Contraataca y El Retorno del Jedi, las cuales no estuvieron dirigidas por él sino por Irvin Kershner y Richard Marquand, respectivamente, él no iba a cortar el bacalao. El elegido fue J.J. Abrams, un director reconocido por su solvencia y buen hacer, y quien, además, es un friki, dicho en el mejor sentido de la palabra. Un fanático de las viejas películas que no está dispuesto a herir de muerte a Star Wars, como casi hizo el multimillonario Lucas.
Y esa es una de las señas de identidad de El despertar de la fuerza. La devoción y el respeto por la historia galáctica es notoria, hasta tal punto que buena parte de la película gravita sobre el homenaje hacia las películas de hace 35 años, y en cierto modo el argumento es casi calcado por momentos; cabría achacarle poca originalidad imbuida por ese enorme respeto, pero también puede decirse que se prefiere eso (muchos lo preferimos) a una profanación de los mitos (hay muchos) en 2015.
No deja de ser curioso, que en nuestros modernísimos tiempos, tan digitales e informatizados ellos, estemos experimentando un sentimiento de paraíso perdido, de eterno retorno, a varios niveles. Un ejemplo sería el libro electrónico, bien implantado ya pero que no acaba de dar el salto definitivo que muchos le auguraban; en cuanto al cine, hoy día es mucho más fácil realizar una película y prácticamente no se necesita rodar en exteriores ni en decorados, e incluso sin actores reales. Esto puede agilizar mucho las cosas, pero repercute negativamente en la calidad, sin duda; para la gente a quien le gusta el cine de verdad, siempre será más genial y entrañable un largometraje donde la realidad pueda palparse, el paisaje pueda sentirse, y la piel casi tocarse. En 2015 aún seguimos considerando clásicas y mejores las películas realizadas hace décadas y décadas, aun con sus rudimentos y gazapos, que vemos con cariño.
Se podrán hacer muchos remakes de películas míticas con tropecientos y molones efectos digitales, que siempre consideraremos superiores a las antiguas. En los últimos años no dejan de proliferarse, y en algún caso sólo el rumor causa escalofrío (como Blade Runner, por la presumible profanación). Estas modernas revisiones sólo sirven para que se luzca el actorzuelo quince minutos en una película cuyo metraje es básicamente un videojuego. Un ejemplo es el bodrio reciente de Desafío Total, a años luz de la película de Verhoeven. Con todo, en los últimos tiempos parece que se están imponiendo la revisión de películas míticas hechas desde el respeto, la admiración y la devoción, como Jurassic World, ya comentada aquí y dirigida por Colin Trevorrow, por cierto ya director confirmado de la continuación de El Despertar de la Fuerza.
Y si en Jurassic World el equilibrio entre lo real y lo informático, entre la nostalgia y los píxeles, por así decirlo, era más que correcto, en la película de Abrams es notorio, y ésa es otra de sus virtudes: en El Despertar de la Fuerza los efectos digitales son excelentes, de los mejores de los últimos años, pero también es admirable el esfuerzo realizado y el tono a película clásica que se le ha querido dar; la proliferación de escenarios naturales y decorados reales es muy palpable, y de hecho, contradiciones de la vida, parece una película más antigua que la regulera y moderna trilogía de Lucas. Allí donde éste naufragó, en el exceso de lo digital, en la grandilocuencia pixelera, para que todos viésemos lo que molan sus CGI, Abrams ha tomado nota y ha sabido contenerse; en su película éstos son un recurso, nunca un abuso.
Toda El Despertar de la Fuerza en sí es un ejercicio de nostalgia, especialmente valorado por los devotos y aficionados de la saga, pero también a estimar por el simple espectador de cine con buen gusto. Los homenajes y leitmotivs hacia (y de) las viejas películas son recurrentes y evidentes. Y la sensación de encontrarse ante un film con cierto espíritu es notoria. A ello contribuyen varios aspectos; sin duda, la música del maestro John Williams, con su legendaria partitura orquestada de la manera más clásica posible. Pero también el guión, en el cual esta vez tampoco Lucas ha podido meter la mano, pues está escrito entre J.J. Abrams y Lawrence Kasdan, guionista de El Imperio Contraataca y El Retorno del Jedi. En El Despertar de la Fuerza no tenemos tanta hojarasca y diálogos vergonzantes como en las de las aventuras y desventuras del joven Anakin.
En cuanto a los actores, el mayor atractivo radica sobre todo en la reaparición de mitos como Han Solo, Chewbacca, Luke Skywalker o Leia, y bien y ajados que los vemos, pero tampoco podía hacerse una película centrada únicamente en la última cabalgada de viejas glorias. El tirón y el carisma son patrimonio del canoso Harrison Ford, desde luego, pero la película no es sólo de él y le acompañan varios jóvenes.
Y no ha estado mal del todo el casting. Para mí destaca especialmente la desconocida Daisy Ridley en el papel de la chatarrera Rey, destinada a convertirse en toda una heroína. La joven británica ha sido todo un descubrimiento, desde mi punto de vista, favoreciendo que se siga con mayor interés la película; me ha fascinado, lo reconozco. Adam Driver como el misterioso Kylo Ren tampoco desentona, en un personaje que, como el de Rey, aún irá a más. O el de Oscar Isaac (el estelar piloto Poe Dameron). Por contra, me ha gustado menos la actuación de John Boyega (Finn), aunque para ser sinceros su recurrente papel de torpe no daba para mucho más.
Este equipo de pipiolos protagonistas es en ocasiones como la conexión entre el fan espectador y los mitos de la antigua trilogía, pues no pocas veces podemos verlos fascinados ante Han Solo, la Fuerza, o el recuerdo de Luke, o cuando mediada la película pronuncian por primera vez "Darth Vader" (si eso te estremece, eres cautivo de la nostalgia). Además, también los contemplamos en la tesitura iniciática de verse por fin en aventuras arriesgadas jugándose la vida, en plan "qué nervios, estoy ante ellos", "yo puedo hacerlo", por lo que sin duda es como si el devoto de Star Wars, 38 años después de la primera entrega, pudiera hacer realidad sus sueños. La conexión emocional está garantizada. Y ahí se implican tanto los jóvenes protagonistas (ni habían nacido en 1983) como el espectador y, desde luego, J.J. Abrams.
También debe reconocerse que construir un relato mirándose en el espejo de los mitos del pasado, es más fácil, emocionante y productivo que hacerlo desde "antes de" y con personajes desconocidos y con menos tirón. Me refiero con esto último a la segunda trilogía dirigida por Lucas.
Pero, en definitiva, El Despertar de la Fuerza es una película notable que sin ser una obra maestra, está destinada a hacer olvidar definitivamente el disgusto causado por las tres últimas de hace una década, y a establecerse en un nivel intermedio, entre aquellas y las de la trilogía original. El Imperio Contraataca , unánimemente reconocida como la mejor de todas, seguirá estando ahí, inalcanzable. Podrá decirse, como se dijo en perspectiva , que no había necesidad de hacer una nueva trilogía después de El Retorno del Jedi, pero una vez Lucas se pegó el costalazo (de crítica, que no económico) con sus tres películas-videojuego, era cuestión de tiempo, y algo ineludible, que se cerrara el círculo con tres largometrajes más; pero, ya puestos, y como sabían que iban a vender hasta preservativos de Star Wars, se habrán dicho "por lo menos hagamos algo decente". Se debía hacer bien. Y por Vader que se ha hecho.
Lo mejor:
- El respeto y devoción hacia la trilogía original, así como el sentido homenaje.
- El tono nostálgico, sin duda un recurso empleado para atraer a los fanáticos, pero que también ha de saber efectuarse correctamente y no quedarse en un remake.
- El excelente equilibrio entre los efectos digitales y lo real, así como el aspecto de película de verdad.
- J.J. Abrams no se ha limitado, como Lucas, a tirar de píxel. Sigue teniendo ganas de usar la cámara, y en algunas bellas imágenes puede verse la influencia de Coppola o David Lean.
- Él. Han Solo.
- Algunos jóvenes, futuras promesas, especialmente Rey. Un descubrimiento, Daisy Ridley.
- 135 minutos de puro ritmo, sin decaimiento.
- La banda sonora, aunque John Williams siempre sea sinónimo de garantía.
- La conexión emocional con el espectador.
Lo peor:
- Más allá de alguna sorpresa no tan sorprendente, puede achacarse demasiada falta de originalidad. Tan respetuosa y tan calcada que por momentos suena a ya visto, a copia actualizada.
- Podría ser mejor a nivel narrativo.
- El personaje de Finn, que sin duda irá a más.
21.12.15
Una reflexión después de las elecciones
Con estas elecciones navideñas, se ha vuelto a despertar en mí el sentimiento de analista y me pongo, al menos por hoy, y espero que sólo por hoy, el traje de tertuliano. Mis 30 años son bastante incompletos pero suficientes para tener algo
de perspectiva y entendimiento (poco, pero algo, creo). Sólo quería
dar mi modesta reflexión de "experto" después de las elecciones:
- Desde luego que el PP ha ganado las elecciones, pero ni de lejos puede estar eufórico y cantar victoria, pues ha perdido casi 4 millones de votos y 63 escaños. Una sangría, volviendo a los niveles que tenía en el lejano 1990. No le ha funcionado ni centrarse en su gestión económica ni el echar basura sobre Ciudadanos, el único que de verdad podía ayudarle. Las caras nuevas y "guays" tampoco tienen el empuje que han perdido los veteranos, quienes ya no ilusionan a mucha gente, por más que no todos estén manchados por la corrupción. Con todo, es el que tiene mayor legitimidad para formar gobierno, aunque si Rajoy tuviera honor, dejaba que otro de su partido fuera el candidato.
- El PSOE pierde casi 1,5 millones de votos y se queda con 20 escaños menos, sacando los peores resultados de su historia. Pedro Sánchez hace bueno a Rubalcaba e incluso a Almunia, pero saca pecho porque el pellizco que le han pegado ha sido menor que al PP. Además del PSOE cabe esperarse que pacten con quien sea para gobernar, son capaces de vender a su madre y ya lo han demostrado otras veces. Debería tener presente que si no fuera por Andalucía, Podemos le hubiera superado; de hecho en Madrid ya son irrelevantes. Tal vez es mucho pedirle al PSOE que tenga la decencia de adoptar, como otras veces, sentido de Estado, pero quién sabe.
- En Podemos iban tan sobrados últimamente que podría decirse que se esperaba algo más, pero 69 diputados es un resultado espectacular para un partido que hace poco más de un año no era nada, y sus más de 5 millones de votos es algo a tener muy en cuenta. Son los que más pecho pueden sacar. También debe decirse que un 8% de de ese 20,4% que han sacado corresponde a otros partidos con los que Iglesias ha ido en coalición, y no son Podemos, como Compromís en Valencia, las Mareas en Galicia o el de Ada Colau en Cataluña. En puridad, Podemos como tal ha sacado "sólo" 42 diputados. Por otra parte, han triunfado en regiones tradicionalmente separatistas, dato significativo. Aún así, no conviene menospreciar su realidad.
- Ciudadanos también esperaba más, pero por otra parte en los últimos tiempos le habían inflado desmesuradamente las encuestas y le daban una posición demasiado alta. Con todo, es bastante meritorio que un partido que partía de cero y en soledad obtenga de golpe 40 diputados, contando además con una campaña que se les ha hecho larga y donde han pesado tanto algunos errores de Rivera como el acoso de cierta derecha e izquierda mediática; a Ciudadanos se le ha exigido y se le ha mirado el diente más que a ninguno. Con todo, pese a la decepción a medias, es esperanzador que haya aparecido un partido que represente a los centristas desencantados con el PP-PSOE que no renuncian, entre otras cosas, a la unidad de España.
- Hay otras cuestiones como las tremendas injusticias de la ley electoral, que beneficia a los "dos partidos grandes" y a los independentistas. Permite que un partido como Coalición Canaria, con apenas 80.000 votos, obtenga 1 escaño, o que el PNV, con 300.000, llegue a 6, mientras que Izquierda Unida, con 923.000, se quede en 2 míseros diputados. Triste es también la desaparición de UPyD.
Así pues, en general algo ha cambiado como se venía palpando en la sociedad desde hace algunos años, si bien no puede decirse que la explosión sea tan rotunda como algunos esperaban. La mayor reflexión y autocrítica debe corresponder al PP y al PSOE; que se dejen ya de mamandurrias, reconozcan por qué siguen perdiendo votos y asuman que no pueden seguir actuando cual caciques, recogiendo prebendas, nombrando jueces y etc. No sé si puede decirse que es tiempo de otro modo de hacer política, entre otras cosas porque el Senado sigue teniendo mayoría del PP, pero parece claro que se va a tener que dialogar más por el bien de nuestro país.
Aunque lo nuevo haya llegado, lo viejo no termina de irse.
- Desde luego que el PP ha ganado las elecciones, pero ni de lejos puede estar eufórico y cantar victoria, pues ha perdido casi 4 millones de votos y 63 escaños. Una sangría, volviendo a los niveles que tenía en el lejano 1990. No le ha funcionado ni centrarse en su gestión económica ni el echar basura sobre Ciudadanos, el único que de verdad podía ayudarle. Las caras nuevas y "guays" tampoco tienen el empuje que han perdido los veteranos, quienes ya no ilusionan a mucha gente, por más que no todos estén manchados por la corrupción. Con todo, es el que tiene mayor legitimidad para formar gobierno, aunque si Rajoy tuviera honor, dejaba que otro de su partido fuera el candidato.
- El PSOE pierde casi 1,5 millones de votos y se queda con 20 escaños menos, sacando los peores resultados de su historia. Pedro Sánchez hace bueno a Rubalcaba e incluso a Almunia, pero saca pecho porque el pellizco que le han pegado ha sido menor que al PP. Además del PSOE cabe esperarse que pacten con quien sea para gobernar, son capaces de vender a su madre y ya lo han demostrado otras veces. Debería tener presente que si no fuera por Andalucía, Podemos le hubiera superado; de hecho en Madrid ya son irrelevantes. Tal vez es mucho pedirle al PSOE que tenga la decencia de adoptar, como otras veces, sentido de Estado, pero quién sabe.
- En Podemos iban tan sobrados últimamente que podría decirse que se esperaba algo más, pero 69 diputados es un resultado espectacular para un partido que hace poco más de un año no era nada, y sus más de 5 millones de votos es algo a tener muy en cuenta. Son los que más pecho pueden sacar. También debe decirse que un 8% de de ese 20,4% que han sacado corresponde a otros partidos con los que Iglesias ha ido en coalición, y no son Podemos, como Compromís en Valencia, las Mareas en Galicia o el de Ada Colau en Cataluña. En puridad, Podemos como tal ha sacado "sólo" 42 diputados. Por otra parte, han triunfado en regiones tradicionalmente separatistas, dato significativo. Aún así, no conviene menospreciar su realidad.
- Ciudadanos también esperaba más, pero por otra parte en los últimos tiempos le habían inflado desmesuradamente las encuestas y le daban una posición demasiado alta. Con todo, es bastante meritorio que un partido que partía de cero y en soledad obtenga de golpe 40 diputados, contando además con una campaña que se les ha hecho larga y donde han pesado tanto algunos errores de Rivera como el acoso de cierta derecha e izquierda mediática; a Ciudadanos se le ha exigido y se le ha mirado el diente más que a ninguno. Con todo, pese a la decepción a medias, es esperanzador que haya aparecido un partido que represente a los centristas desencantados con el PP-PSOE que no renuncian, entre otras cosas, a la unidad de España.
- Hay otras cuestiones como las tremendas injusticias de la ley electoral, que beneficia a los "dos partidos grandes" y a los independentistas. Permite que un partido como Coalición Canaria, con apenas 80.000 votos, obtenga 1 escaño, o que el PNV, con 300.000, llegue a 6, mientras que Izquierda Unida, con 923.000, se quede en 2 míseros diputados. Triste es también la desaparición de UPyD.
Así pues, en general algo ha cambiado como se venía palpando en la sociedad desde hace algunos años, si bien no puede decirse que la explosión sea tan rotunda como algunos esperaban. La mayor reflexión y autocrítica debe corresponder al PP y al PSOE; que se dejen ya de mamandurrias, reconozcan por qué siguen perdiendo votos y asuman que no pueden seguir actuando cual caciques, recogiendo prebendas, nombrando jueces y etc. No sé si puede decirse que es tiempo de otro modo de hacer política, entre otras cosas porque el Senado sigue teniendo mayoría del PP, pero parece claro que se va a tener que dialogar más por el bien de nuestro país.
Aunque lo nuevo haya llegado, lo viejo no termina de irse.
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