11.11.15

El señor de la lupa



Un lugar. Aunque es indiferente, se trata de una de esas cafeterías veteranas y distinguidas, con sabor antiguo, de barra añeja, clientes fieles y un trato más que correcto, como el café servido. Un establecimiento de los de toda la vida 

Entre el leve rumor de la gente y el ajetreo de los camareros, el rechinar de cucharillas y el golpeo de vasos, el  tintineo de las monedas y el fondo musical, una figura anónima me llama poderosamente la atención. 

Se trata de un anciano. Un vejete cualquiera, podría decirse. Sentado, con un café y una tostada en la mesa.  Mas una ojeada rápida induce a error, y no basta. Pues no estamos ante uno de esos abuelos vigorosos con zapatillas deportivas y gafas de sol; se trata de un hombre vetusto pero mucho peor tratado por el paso del tiempo, los achaques y las circunstancias. 

Sus movimientos, pausados en extremo, provocan que tarde una eternidad en coger el periódico. Pero lo agarra, y aquí llega lo conmovedor. Pues el anciano, pálido y débil, se acerca las hojas hacia su ajado rostro, de pajarico, donde apenas resaltan unos ojos vidriosos; en un último gesto, coloca una lupa entre su deteriorada vista y las páginas. ¡Una lupa!

Entonces dejo la taza, pasmado de admiración, y, siempre con respeto y discreción, lo observo de reojo, maravillado, y pienso. Ese admirable viejo, no precisamente ágil ni pletórico  de salud, partícipe de un viaje que está llegando al final del camino, no renuncia a sus aficiones. A mantenerse informado y despierto, para no convertirse en un jarrón inerte como querrían otros. 

¿Cuál será la historia de este anciano? Su aspecto denota cierta cultura y altura intelectual; no sólo por su vestimenta, o su expresión inteligente,  sino por el  revelador detalle de la lupa, a escasos centímetros del papel y a la vez de sus ojos, muy abiertos ahora, interesados. Prácticamente tiene su rostro sobre el periódico. Un trabajo de chinos, leer así. ¿Quién será? ¿Acaso uno de tantos abuelos cuyos ingratos familiares lo consideran un mueble, siempre en medio y creando problemas, y a modo de evasión se da su pequeño paseo matutino, desayuno y periódico incluidos? ¿Tal vez un nonagenario trabajado y cansado de vivir, que enviudó  hace años y para quien leer a ese columnista tan bueno es una de las pocas cosas que le queda? ¿Por qué no un periodista ya jubilado, que no se quiere despegar de su antiguo trabajo, aunque su vista no sea la de antaño?  O simplemente un señor con inquietudes, y uno más, de los muchos viejos, sobrevivientes de los lejanos y lozanos tiempos, solos cual coyotes en el último tramo de su vida, acompañados de una reducida pensión. 

Pero ahí siguen, resistiendo la cuchilla de la edad, haciéndole frente al reloj, implacable, cuyas agujas no tardarán en marcar la hora señalada. Y ahí continúa este anciano admirable, tembloroso y medio ciego, quien en principio induce a lástima, pero que en vez de hundirse derrotado en un sillón, mirando sin ver la tele mientras espera  a la Parca, sale en busca de información, de cultura, armado con su lupa y su intelecto, desafiando a todo y a todos, dando batalla hasta el final y burlándose del reloj en su momento crepuscular.  Si ya no puede hacer gimnasia física, será mental. Pues, desde luego, nadie le ha dicho que su hora haya llegado ya. 


Dedicado a usted, señor, con todo mi respeto y admiración. 

2 comentarios:

  1. Has pintado un retrato de un hombre muy curioso que podría inspirar un dibujo o un relato corto. Sería muy interesante saber algo más del hombre de la lupa, ^^*

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    1. Desde luego! A mí me conmovió, ver a un hombre tan mayor afanándose por leer su periódico pese a las dificultades :)

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