16.2.15

Tiempo





Es viernes y el patio, cuando el reloj va a dar las once de la mañana,  se muestra semidesierto, tranquilo, muertecino. Lógico.  Buena parte del alumnado está de resaca. O camino de sus casas, si viven en un pueblo o en otra región. O, aquellos que han tenido menos suerte con las asignaturas o no han sabido montárselo bien con las optativas, están en clase. Es viernes. 

El sol del febrero murciano caldea un tanto el ambiente fresco, produciéndose un  curioso microclima al abrigo de la verticalidad del ladrillo.  Por otra parte, ya sea invierno  o verano,  los enormes árboles siguen ofreciendo su sombra, como desde hace décadas. Las copas de los troncos y las palmeras casi sobresalen de la recoleta plaza encajada entre los compactos edificios de la Merced. Es viernes en la universidad.

Por cuestiones que no vienen al caso, aún no había recogido el título de la licenciatura, el cual me estaba aguardando desde hace un tiempo en la remozada secretaría. Cuando cerré la puerta, sobre en mano, volví a caer en uno de mis temas recurrentes: el tiempo pasa fugazmente  y, aunque parezca mentira,  ya han transcurrido casi 10 años (¡una década!)  desde que en septiembre de 2005 comenzara la carrera. Aún puedo verme, expectante, ilusionado, bisoño y nervioso, cruzando la puerta, adentrándome en otro mundo.  Y esa imagen aparece tan cercana y  tan lejana a la vez...

Como tan lejano y cercano es el tiempo pasado. El tiempo es eso que se te escurre entre los dedos, antes siquiera de que puedas acariciarlo. 

También me asaltan los otros pensamientos de siempre. El reverso festivo, desaforado y feliz, de vida alegre, de la universidad. Esa sensación de primero de carrera, esa euforia, ese todo por hacer,  ese abrirse de mente, esa disposición a conocer gente, a hacer amigos rápida y ansiosamente, con esa atmósfera irrepetible, de iniciación y  de sentimiento de fraternidad que sube y baja tan rápido como la gaseosa. Esos primeros compases donde hasta el más tímido se vuelve tan extrovertido como un relaciones públicas, y donde te encuentras conversando con alguien que hasta hace poco ni se te hubiera pasado por la cabeza hablarle, o que te hablara.

En esos tiempos de gloria, tan despreocupados como imprudentes, seguía (o seguíamos)  a rajatabla el tópico del carpe diem, pues lo que importaba, en vez del futuro, era el momento más inmediato, con el único horizonte del fin de semana; si acaso, el de los exámenes.

Por eso no caes en la cuenta de la brevedad de estos tiempos de Saturnalia, tan efímeros como las pompas de jabón. Un día estás brindando por la juventud, ebrio de ignorancia, y al otro estás todavía sin lugar en el mundo, en una tierra de nadie que aún no llega a ser plenamente la adulta pero tampoco es ya la eufórica y fresca post-adolescencia. Adiós al Gaudeamus igitur.

Aunque hay poca gente, sí pueden verse algunos grupos de estudiantes. Por sus caras y maneras de muchachada, se deduce fácilmente que son de primer curso, como mucho de segundo. Gente de entre 18 y 23 años, nacida, calculo,  entre 1992  y 1996, que se dice pronto; hay algunos y algunas más mayores, pero son franca minoría.  Los observo con una mezcla de indiferencia y simpatía, pues me reconozco en el que habla tranquilamente y de manera cómplice con una amiga, o en ese corro de 3 o 4 pipiolos ruidosos que conversan acaloradamente y no precisamente sobre la caverna de Platón,  o en aquel que va en busca de cierto profesor, al edificio de enfrente, acometiendo la inmensa escalera, convertida en una metáfora hacia el futuro.  

Pues la universidad en sí,  además de ser un anquilosado ente endogámico donde los catedráticos y catedráticas campan a sus anchas como hidalgos, es por otra parte una fábrica de proyectos y sueños, muñidora de porvenires y transformadora de caracteres.

Pero, mientras voy mirando discretamente aquí y allá, voy cayendo en la cuenta de lo distinta que está la vieja universidad. Y no ya sólo porque los planes de estudio hayan cambiado, por el triunfo de Bolonia, y ya no existan ni las licenciaturas, o porque buena parte de mis profesores estén ya jubilados o próximos a ello (e incluso, por desgracia, algún fallecido).  No. Fundamentalmente es por el lavado de cara, la mano de pintura y la presencia de los adelantos electrónicos, los cuales están transformando a la facultad (como a la sociedad en general), dándose una extraña pervivencia entre lo viejo y lo nuevo.

Enchufes y sillones aquí y allá, con rendijas para el ordenador portátil, supuestamente, pero a nadie se le escapa que lo más necesitado es el móvil. Sentarse, recargar el aparato y seguir conectado, pues va en ello la supervivencia.  En esto se ha convertido la universidad. Además, todo repleto de comodidades, con puertas automáticas y sensores, pantallas en alta definición , e incluso fotocopiadora propia (aunque esto lo implantaron en mi quinto curso) , cuando durante mucho tiempo hubo que buscarse las habichuelas en cualquiera de las  caóticas papelerías de las calles vecinas. Establecimientos que actualmente se han convertido en bares y bocaterías, dentro de un barrio aún más bullicioso y repleto de ofertas que antaño.

Tal vez mi promoción fuera de las últimas antes de la tecnologización, del  smartphone y de la conexión continua. Antes había móviles, por supuesto, pero obviamente sin internet (cuando tenerlo era un lujo o aún no se había democratizado) y desde luego nuestra vida no dependía de un enchufe. Había portátiles, claro, aunque aún no habían desembarcado las tablets y apenas existía algo táctil, exceptuando los folios y las páginas de los manuales. La web era importante, desde luego, pero no podía compararse a la actualidad.  Era una generación híbrida, donde por una parte disfrutábamos y abusábamos de la informática, pero por otra aún no había invadido por completo nuestras vidas; durante un tiempo el extinto Messenger fue nuestro mayor adelanto, y  era donde se hablaba, cuando no directamente y a la cara.  Aún quedaban años para el WhatsApp y su tiranía de los grupos.

No, es mi universidad pero ya no es mi universidad. Ya pinto poco aquí. Todo ha pasado ya. Miro, en una repentina casualidad,  el sobre,  y me percato de nuevo de mi situación: en el título aparece el rey anterior, con lo que parezco de otra época, y además de verdad. Soy de otro tiempo.  Desubicado, sin sitio,  como un viejo gruñón, o esos veteranos zumbados del Vietnam que deambulan por los desfiles, y repiten mecánicamente:  Semper fidelis.  Simbólicamente, pero por razones no tan livianas,  ésta ya ha dejado de ser la universidad que existe en mi recuerdo. Así, sin más,  me fui, cansado. 

Recorriendo lentamente la plaza, bajo el rumor de las ramas, me asaltaron por última vez los pensamientos, surgiendo de una nube de recuerdos. Lo que pude hacer  y no hice. Lo que pude decir y no dije. Lo que pude obtener y no obtuve. Lo que pudo ser y no fue. 

Me alejé de los muros de la Facultad de Letras mía, si un tiempo ideales, ya desvirtuados,  por una de las aberturas más pequeñas.   No quise volver la vista y anduve hacia adelante, emprendiendo el camino del destierro sin rumbo fijo. 

2 comentarios:

  1. Si algo se te da bien es escribir entradas basadas en el recuerdo, en la nostalgia. No he estado nunca en Murcia. Nunca he visto la Facultad de Letras de ese lugar (aunque asumo que se trata de la foto que has puesto), pero me has hecho acordarme de mi facultad, porque es mía, porque la considero mía a pesar del tiempo que ha pasado sin visitarla. La última vez que pasé por los pasillos de mi facultad me invadió una sensación parecida a la que describes, aunque confieso que no estaba tan "actualizada" (somos más chapados a la antigua). Me he sentido muy identificada con los materiales táctiles que todavía manejábamos en 2005, cuando tener un portátil era un lujo y poseer un MP3 era la hostia, y era frecuente hacer peregrinaciones en busca de copisterías donde te fotocopiaran libros enteros al mejor precio. Qué tiempos aquellos, ^^*.

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    1. Muchas gracias Laura. Supongo que se notará una de mis características, el ser nostálgico y el volver constantemente al pasado y acordarme de momentos y sensaciones...

      Y qué le vamos a hacer, si la universidad, como todo, cambia, y ya vamos camino de los 30 años...jeje.

      Qué tiempos aquellos sí. Un abrazo :)

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