4.11.14

"Este país"





No es necesario ser un espectador habitual. Basta contemplar  10 minutos de uno de los -por desgracia- numerosos debates en TV para darse cuenta de cómo abusan  los/las tertulianos/as del "este país". "Este país" por aquí, "este país"  por allá, es su coletilla de sabio favorita. En muchos casos empleada como sustitutiva de la palabra  "España", el hablante suele emplearla para darle un toque más despectivo a su crítica pontificadora de la situación política, económica o social de la nación. Al ser  tan recurrida, ciertas personas la dicen ya de un tirón, "estepaís" . Sean de derecha, de izquierda o de centro, sean Eduardo Inda, Pablo Iglesias, Francisco Marhuenda, Esther Palomera, Tania Sánchez,  Ignacio Escolar, Jaime González , Juan Carlos Monedero, Alfonso Rojo o Íñigo Errejón.  "Lo que necesita este país es...", "En este país no se puede...",  "Nos sorprendemos porque en estepaís...", "Estepaís es tercermundista en...", "Las cosas de estepaís", "Cuando gobernemos en estepaís",  etc. Muy pocos se libran.

A este respecto resulta revelador  y muy interesante leer ya  en Mariano José de Larra, hace más de 180 años (1833), su protesta por el uso excesivo del palabro entre los  tertulianos y expertos -pues ya existían- de su tiempo:

(...) "En este país...esta es la frase que todos repetimos a porfía, frase que sirve de clave para toda clase de explicaciones, cualquiera que sea la cosa que a nuestros ojos choque en mal sentido.
-¿Qué quiere usted?- decimos- ¡en este país!
Cualquier acontecimiento desagradable que nos suceda, creemos explicarle perfectamente con la frasecilla: ¡Cosas de este país!, que con vanidad pronunciamos y sin pudor alguno repetimos.

¿Nace esta frase de un atraso reconocido en toda la nación? No creo que pueda ser éste su origen, porque sólo puede conocer la carencia de una cosa el que la misma cosa conoce: de donde se infiere que si todos los individuos de un pueblo conociesen su atraso, no estarían realmente atrasados. ¿Es la pereza de imaginación o de raciocinio que nos impide investigar la verdadera razón de cuanto nos sucede, y que se goza en tener una muletilla siempre a mano con que responderse  a sus propios argumentos , haciéndose cada uno la ilusión de no creerse cómplice de un mal, cuya responsabilidad descarga sobre el estado del país en general? Esto parece más ingenioso que cierto. 
(...)

Este es acaso nuestro estado, y éste, a nuestro entender, el origen de la fatuidad que en nuestra juventud se observa: el medio saber reina entre nosotros; no conocemos el bien, pero sabemos que existe y que podemos llegar a poseerle, si bien sin imaginar aún el cómo. Afectamos, pues, hacer ascos de lo que tenemos, para dar a entender a los que nos oyen que conocemos cosas mejores, y nos queremos engañar miserablemente unos a otros, estando todos en el mismo caso.
(...)
Don Periquito ((un supuesto amigo suyo)) es pretendiente, a pesar de su notoria inutilidad. Llevóme, pues, de ministerio en ministerio. De dos empleos, con los cuales contaba, habíase llevado el uno otro candidato que había tenido más empeños que él.
-¡Cosas de España!- me salió diciendo, al referirme su desgracia.
-Ciertamente- le respondí, sonriéndome de su injusticia- porque en Francia y en Inglaterra no hay intrigas; puede usted estar seguro de que allá todos son unos santos varones y los hombres no son hombres.
El segundo empleo que pretendía había sido dado a un hombre con más luces que él.
-¡Cosas de España!- me repitió.
-Sí, porque en otras partes colocan a los necios- dije yo para mí.
(...)
-Desengáñese usted: en este país no se lee- prosiguió diciendo.
-Y usted que de esto se queja, señor don Periquito, usted ¿qué lee?- le hubiera podido preguntar. Todos nos quejamos de que no se lee, y ninguno leemos.
-¿Lee usted los periódicos? - le pregunté, sin embargo.
-No, señor; en este país no se sabe escribir periódicos.
Es de advertir que don Periquito no sabe francés ni inglés, y que en cuanto a periódicos, buenos o malos, en fin, los hay, y muchos años no los ha habido.
Pasábamos al lado de una obra de esas que hermosean continuamente el país, y clamaba:
-¡Qué basura! en este país no hay policía.
En París, las casas que se destruyen o reedifican, no producen polvo.
Metió el pie torpemente en un charco.
-¡No hay limpieza en este país!- exclamaba.
En el extranjero no hay lodo. 
Se hablaba de un robo:
-¡Ah! ¡País de ladrones!- vociferaba indignado.
Porque en Londres no se roba; en Londres, donde en la calle acometen los malhechores a la mitad de un día de niebla a los transeúntes. 
Nos pedía  limosna un pobre:
-¡En este país no hay más que miseria!- exclamaba horripilado.
Porque en el extranjero no hay infeliz que no arrastre coche. 
Íbamos al teatro y:
-¡Oh, qué horror!- decía mi don Periquito con compasión, sin haberlos visto mejores en su vida- ¡Aquí no hay teatros!
Pasábamos por un café:
-No entremos. ¡Qué cafés los de este país!- gritaba.
Se hablaba de viajes:
-¡Oh, Dios me libre! ¡En España no se puede viajar! ¡Qué posadas, qué caminos!

¡Oh, infernal comezón de vilipendiar este país que adelanta y progresa de algunos años a esta parte más rápidamente que adelantaron esos países modelos, para llegar al punto de ventaja en que se han puesto!
(...)
Cuando oímos a un extranjero que tiene la fortuna de pertenecer a un país donde las ventajas de la ilustración se han hecho conocer con mucha anterioridad que en el nuestro, por causas que no es de nuestra impresión examinar, nada extrañamos en su boca, si no es la falta de consideración y aun de gratitud que reclama la hospitalidad de todo hombre que la recibe; pero cuando oímos la expresión despreciativa que hoy merece nuestra sátira en bocas de españoles, y de españoles, sobre todo, que no conocen más país que este mismo suyo, que tan injustamente dilaceran, apenas reconoce nuestra indignación límites que contenerse.
(...)
Borremos, pues, de nuestro lenguaje la humillante expresión que no nombra a este país sino para denigrarle; volvamos los ojos atrás, comparemos y nos creeremos felices. Si alguna vez miramos adelante y nos comparamos con el extranjero, sea para prepararnos un porvenir mejor que el presente y para rivalizar en nuestros adelantos con los de nuestros vecinos: sólo en este sentido opondremos nosotros en algunos de nuestros artículos el bien de fuera al mal de dentro.

Olvidemos,  lo repetimos, esa funesta expresión que contribuye  a aumentar la injusta desconfianza que de nuestras propias fuerzas tenemos . Hagamos más favor o justicia a nuestro país, y creámosle capaz de esfuerzos y felicidades. Cumpla cada español con sus deberes de buen patricio, y en vez de alimentar nuestra inacción con la expresión de desaliento ¡Cosas de España! contribuya cada cual a las mejoras posibles. Entonces este país dejará de ser tan maltratado de los extranjeros, a cuyo desprecio nada podemos oponer, si de él les damos nosotros mismos el vergonzoso ejemplo". 

("En este país", La Revista Española, abril de 1833)


Pese a algunas diferencias, de rabiosa actualidad están estos escritos, pues. Admito que en nuestros días es muy difícil sumarse al cierto optimismo que desprende Larra. Por no pensar en cómo reaccionaría ante la corrupción o el enchufismo, pero a grandes rasgos puede decirse que su crítica no está muy lejos de los  famosos mesías televisivos (y unos cuantos anónimos de la calle y de la red) quienes se recrean en la decadencia y en lo negativo de la nación. Desde luego, en numerosas ocasiones ya he declarado mi odio y mi amor por España, pues no soy un chovinista ciego y admito sus trabas y rémoras; por otra parte, conozco poco de primera mano el extranjero, pero tampoco considero que mi país sea lo peor de lo peor. 

También conviene aclarar que su  leve actitud positiva (pese a su habitual estilo irónico, agrio y certero) se explica porque, en el momento que publica,  Fernando VII ya estaba agonizando  y se venía ejerciendo un relajamiento de la censura y el poder absolutista, en la Regencia de María Cristina; posteriormente en 1834 parecía abrirse un nuevo e ilusionante período constitucionalista, aunque pronto iba a quedar inaugurada la época de los "espadones", los pronunciamientos militares y la pugna entre moderados y progresistas que caracterizaría buena parte del siglo.  Poco vivió el madrileño algo de todo esto pues una noche de febrero de 1837,  amargado  por un fracaso amoroso irreversible (su amante Dolores de Armijo cortó la relación, teniendo en cuenta que estaba separado de su mujer y con tres hijos) se volaría la tapa de los sesos de un pistoletazo. Aún no había cumplido los 28 años, tiempo suficiente para experimentar también contratiempos  y desilusiones políticas, según algunos estudiosos (entre ellos uno de sus descendientes) la verdadera causa del suicidio.

Con su  tempranísima muerte se secaba la pluma de uno de los más grandes maestros españoles de periodistas  y articulistas, verdadero pionero de ese reformismo antiabsolutista que tanto tuvo que bregar  con las lacras hispánicas en todo el siglo XIX y parte del XX. Sus Artículos de costumbres (unos doscientos)  siguen siendo interesantísimos y altamente disfrutables, y en los cuales nos percatamos, pese al tiempo transcurrido,  que en ciertos aspectos poco o nada hemos cambiado en España. Tal vez el más famoso y uno de los que siguen teniendo plena vigencia es el titulado "Vuelva usted mañana".

Sería todo un lujo, con la que está cayendo en la actualidad y cómo seguimos siendo, contar con la acerada prosa de Larra, pues dispararía a todos los niveles, sin olvidarse de la sociedad.  Además, estoy seguro que don Mariano José tendría aún peor opinión que la mía acerca de los tertulianos; les acribillaría sin compasión, y más cuando se enterase de las vergonzosas cifras que se llevan  esta caterva de bienpagaos.

La mayoría de los políticos actuales no nos representarán, no. Pero los tertulianos tampoco. Más Larras y menos "expertos" cantamañanas  es lo necesario en nuestro tiempo.

4 comentarios:

  1. Los tertulianos están para divulgar su opinión. En función de la cadena en que trabajen. Lejos de ser espíritus críticos o racionales.

    Miedo da.

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    1. Sí, desde luego que dan miedo. Pero así está España, que se han convertido en opinadores y pontificadores de todo, y en representantes del...¿pueblo?.
      Sólo espero que algún día cambie la situación...

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  2. Yo es que a los tertulianos no los puedo ni ver, porque me cabrean cuando empiezan a decir sandeces. Se habla muy bien desde la mesa, cobrando el sueldo de tertuliano pluriempleado, denunciando cómo se pudre el país pero sin hacer nada por mejorarlo. Al leer esto me ha venido a la mente tu otro artículo sobre los tertulianos, que no habría desagradado a Larra si hubiera tenido la oportunidad de leerlo ^^*.

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    1. Ya sabes que en el fondo soy masoca porque aunque les odie, no les dejo de ver, aunque sí es cierto que hace tiempo ya sólo los veo cuando zappeo un poco o cuando estoy en la cocina antes de comer.

      Jeje,no sé si a Larra le hubiera gustado el otro artículo, pero gracias por tus palabras, como siempre ^^.

      Un beso Laura!

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