9.10.11

País de charanga y pandereta

El otro día se casó una mujer mayor. Con otro hombre 24 o 25 años más joven. El asunto no pasaría a mayores si no fuera por la identidad de la dicha anciana, una noble de rancio abolengo con innumerables títulos y hectáreas y hectáreas de tierra por toda España, amén de un vasto patrimonio arquitectónico y artístico sin parangón. Descendiente de uno de los mejores y más temidos hombres de armas de la historia española y entroncada esta familia con la aristocracia inglesa. Bueno.

Dejando de lado dichos supuestos, a lo que venía yo hoy era a despotricar un poco contra varias cosas, cosas que me alteran sobremanera:

-Primero, la sangrante atención dedicada por las televisiones españolas a la boda de marras. Esa mañana, aunque no quisieras ver nada de la boda y quisieras ver algo en la tele, no podías, simplemente. Con la legión de comentaristas y comentaristos opinando sobre cómo va el novio, la novia, la madrina o qué se come en el banquete. Y las revistas salieron el viernes, a todo color y con cientos de páginas, faltaría más.

-Segundo, la algarabía de la gente por la boda. Fue en Sevilla, la amada Sevilla de la noble, ciudad de señoritos, curas, flamenquitas y capillitas donde la recién casada tiene hasta estatuas. Qué ha hecho ella para tener estatuas aparte de poseer Tizianos y otras obras de arte es otra pregunta que me hago. Pero dejemos eso. En Sevilla, como digo, donde la gente se echó a la calle para ver, saludar y aclamar a la recién casada, o hasta llorar con devoción. Algunos hasta se disfrazaban de ella, del Rey o de cualquier otro, o llevaban camisetas conmemorativas. Y gente no sólo de Sevilla, también de poblaciones cercanas o incluso desde provincias vecinas quienes se decidieron a hacer acto de presencia a ver a la anciana noble por ejemplo, "porque ya tenían la comida hecha en casa" (sic). Gente muy contenta toda, porque se les casaba. Que haya gente que paralice su vida y se eche a la calle por temas como éstos, cuando realmente los recién casados son gente que se encuentra muy por encima del pueblo llano y les importa una higa lo que piensen, sientan o padezcan los vecinos de a pie, es otra pregunta que me hago. En Sevilla, cómo no. Claro que es injusto etiquetar sólo a los sevillanos. Hay muchos sevillanos contrarios a estas muestras de fervor. Y por supuesto, en toda España, como en toda España hay gente dispuesta a ponerse una camiseta y pintarse a esperar en la puerta del palacio.
Gente cotilla y churrasquera capaz de esperar horas y horas hasta que salga su idolatrada anciana. Para ver "cómo va" o contemplar su vestido y dar su opinión. Gente que forma parte de esa España de charanga y pandereta que creíamos (creía) olvidada y superada. Escenas como las muestras de alegría y fervor por la anciana, unidas al bailecito de la pobre misma, son las que provocan la carcajada general de todo el mundo y de los europeos en particular. Muchos europeos se divierten mucho al comprobar que, en muchos aspectos, seguimos siendo ese país folclórico y con ídolos de barro, con un populacho voluble dispuesto a aclamar a nobles y personajillos, antes y ahora. España debió de dejar de adorar a sus nobles y superiores a partir de 1808, o en 1788. el caso es que así seguimos.

Esa España de charanga y pandereta, de señoritos, caciques, toreruchos y folclóricas, amén de otros personajillos más freaks, la cual buena parte de los europeos se complacen en comprobar que sigue vigente (de ahí su atención en los periódicos. Muchos extrajeros siguen creyendo que en España somos así) es la misma que cadenas televisivas como Telecinco (aunque no sólo Telecinco) quieren seguir manteniendo. No ya sólo por sus especiales y reportajes (y eso que no hablo ahora de su legión de monstruos tipo Esteban o los de Acorralados) si no también cuando programan series biográficas edulcoradas-mitificadas con personajes de dudoso mérito aún vivientes, caso de La Duquesa, Los Príncipes, La Pantoja, La Baronesa y más y más. Donde, oh tragedia, les ocurren dramones como la muerte de un marido o las fuertes discusiones con un hijo o familiar. Asuntos que, como sabemos, no les ocurre a la gente normal, de la calle. Sólo a ellos, seres superiores, en sus dramáticas vidas.

Así nos va en nuestro bonito país de charanga y pandereta.

He dicho. Por fin.

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