Realmente
llevo ya unas cuantas,por no decir bastantes entradas sobre ella. Temo
repetirme, para lamento de los lectores de este blog, quienes, al cabo de tres años ya, sean
muchos, pocos o ninguno, pueden tomarme por un monotemático.
Porque, además, se trata de otra combinación de amor y odio, de ilusión y desencanto, de buena fe y de mala leche, hacia y sobre ella.
Porque, además, se trata de otra combinación de amor y odio, de ilusión y desencanto, de buena fe y de mala leche, hacia y sobre ella.
Pero me
sentía con la necesidad de escribir de nuevo sobre mi tierra,
especialmente a raíz de mis últimos paseos y descubrimientos. O
re-descubrimientos.
En su
momento comparé a Almería con Nápoles, salvando unas cuantas
distancias. Pero, cuando hace unas semanas subí por primera vez al
cerro de San Cristóbal, esta vez la ciudad se me antojó con mucha más fuerza Atenas, un
caso que conozco de primera mano; pues no he estado en la urbe
italiana pero sí en la capital de Grecia.
Bien, pues
cuando contemplé Almería encaramado a esas modestas alturas, tuve una
sensación parecida a la panorámica desde la roca de la Acrópolis, en aquel viaje de estudios de 2010. Salvando
ciertas distancias de nuevo (pues Atenas ronda en total los 4
millones de habitantes mientras que Almería no supera aún los
200.000, y el patrimonio de la capital griega, aunque maltrecho, es
muy superior al almeriense) las impresiones eran las mismas:
Abajo
estaba la misma ciudad sucia, ruidosa, caótica y canalla, hecha a jirones, expandida
rápidamente y de mala manera y donde a duras penas pueden
distinguirse los escasos vestigios del pasado. Las mismas torres de
hormigón blancas y de otros colores plantadas al lado de edificios
mucho más antiguos, aquí y allá, salidas como de repente.
Abajo
estaba el mismo mar mítico, tan frecuentado desde hace tres mil
años, con esa brisa que contiene ecos de civilizaciones antiguas y
ese azul tan particular. El mar está mucho más cercano en Almería
que en Atenas -además el puerto es otra ciudad, la vieja El Pireo-
pero las sensaciones son comparables.
A lo lejos,
tras dejar con la vista el interminable blanco de los edificios (Atenas tiene un buen tamaño, pero en Almería, siendo pequeña, el color se prolonga por los invernaderos),
las montañas, tan parecidas en ambos casos, por más que aquí sean mucho más ocres y desnudas, pero las cuales en las dos ciudades las
rodean por todos lados. Y la nubecilla de tierra flotando en la
atmósfera, pesada y ventosa.
Una parte de Almería desde el cerro de San Cristóbal.
Atenas desde la Acrópolis. El monte Licabeto al fondo.
Seguramente
más de uno me tome por exagerado al comparar dos ciudades en
principio tan distintas como Almería y Atenas, pero yo les encuentro
ciertas similitudes, inquietantes algunas. La capital griega,
además, es una metrópoli de casi 4 millones de habitantes, sí.
Pero algunos de sus barrios más populares y bohemios, caso de Plaka,
Monastiraki o Anafiótika, te pueden transportar a un pueblo, con sus
casitas blancas e irregulares y otras de tejados rojos. Son como
pequeños pueblos dentro de una gran capital. En el caso de Almería,
quien se dé un paseo por la no del todo bien conocida Almedina de la
ciudad, a los mismos pies de la Alcazaba, puede llevarse una sorpresa
pues se encontrará un barrio de preciosas, estrechas y complicadas
calles de inspiración musulmana con construcciones que para nada
desentonan con el entorno (al contrario que las de otras partes de
Almería) .
Llevaba ya
tiempo deseoso de subir a este cerro de San Cristóbal, pese
a que los alrededores sean poco halagüeños (me acordé de Gerald
Brenan, cuando se acercó en los años 20 y había más miseria aún),
pero la panorámica merece de verdad la pena. La contemplada desde la
Alcazaba es también apreciable, pero está mucho más vista y
desde luego desde la fortaleza árabe se pierden algunos matices que
sí se notan desde este mirador a los pies de la estatua blanca de Cristo.
Siempre que
subo, ya sea a la Alcazaba o a San Cristóbal, me maravillo por las
estupendas imágenes y por la panorámica, pero a la vez me invade la
tristeza y el pesimismo. Y me hago preguntas. Por ejemplo, cómo sería esta ciudad si en las décadas
de 1950, 1960 y 1970 no se hubieran dedicado a plantar torreones por
doquier del peor estilo funcional, me pregunto. Por poner un
ejemplo, la catedral es pequeña (y además apenas tiene torre, pero esto se debe a que cuando se construyó, no era recomendable levantarlas por el acoso de los piratas berberiscos, quienes desde el mar podían ver dónde se encontraban las iglesias) pero más insignificante parece aún
al tener varios horribles bloques de viviendas a un solo palmo de sus
achacosos pero firmes muros.
Me pregunto
también cómo sería esta ciudad si de verdad se tuviera conciencia
del buen patrimonio existente. No sé si se debe al crónico complejo
histórico (estar situada tan cerca de ciudades extraordinarias como
Granada se nota, y mucho), al simple desinterés, a la desgana o
porque de verdad aún no se ha concienciado a la gente. ¿Cómo se
explica si no, el hecho de la existencia de edificios y monumentos
poco publicitados cuando no directamente cerrados de forma indefinida más de una década? ¿Cuántas ciudades
cuentan con una estación de tren de notables formas y estilo
francés con más telarañas que el castillo de Drácula y ni
siquiera iluminada? ¿O un cargadero de mineral que “ya
quisieran para sí muchas ciudades inglesas”? (Le escuché
ésto a un profesor). Por no hablar de la Alcazaba, la mayor
fortaleza musulmana de la Península Ibérica; no en vano ahí está
el dicho “Alcazaba tenía Almería cuando Granada era sólo
alquería”. O de su
catedral-fortaleza, ejemplar único , si bien, aunque pequeña y
modesta, no merece tener sus recios muros pintarrajeados desde hace
años y no precisamente por piratas berberiscos, sino por gentuza de
la ciudad. Tampoco creo que haya muchas ciudades en las que el
edificio de siempre, de mediados del XIX, de su Ayuntamiento lleve
cerrado y en estado lamentable años y años, con fragancia a orines,
mientras el alcalde parezca feliz en el emplazamiento provisional, el
cual tiene pinta de ser ya definitivo. Eso sí, a llenar la maltrecha Plaza Vieja de gastrobares y restaurantes para puretas y pijos. Eso sí importa.
Me pregunto
cómo sería esta ciudad y dónde llegaría si no estuviera siempre
tan sucia y degradada. Ya lo dije también una vez, de acuerdo. Pero
se me cae el alma a los pies sin remedio. España es un país sucio,
sí. O por lo menos buena parte de él. Pero no son de recibo las
calles llenas de desperdicios e inmundicias, los destrozos aquí y
allá y la sensación de abandono general.
Aunque es
curioso, pues por una parte odio y me entristece que Almería sea
tan sucia y degradada, pero por otra, diríase que me gusta
regodearme en esa sensación de abandono y falta de pulcritud, como
si en el fondo la amase tanto que lo hago con todas las
consecuencias. O porque verdaderamente mi tierra ha sido siempre así,
es así y será así, como todas las viejas ciudades mediterráneas.
Si fuese una urbe al estilo de las de Suiza, por ejemplo, ni sería Almería
ni sería mediterránea. Como todos sabemos, la cultura mediterránea
tiene tantos aspectos maravillosos como otros no tanto; pero eso
forma parte del paquete.
Con
todo, la cuestión de lo remota que sigue estando Almería del resto
de España y el “oasis de tranquilidad” que en el fondo es aún
no es un aspecto típicamente mediterráneo. En este caso es
particular de mi provincia, y dura, más que años, siglos. Pero,
sinceramente y por más que me duela este tema, en el fondo prefiero
que siga más o menos así; puestos a que nos degraden las costas y
espacios naturales, ya lo hacemos los propios almerienses. Y puestos
a que nos invadan legiones de madrileños y extranjeros, mejor seguir
teniendo las playas poco frecuentadas (aunque esto cada vez sea menos habitual, todo sea dicho) y ciertos rincones sin trillar.
Aún así, Almería tiene un extraño encanto. No sólo lo digo yo, al fin y al cabo hijo orgulloso de ella, o parte de mis paisanos. Deben decirlo, o al menos pensarlo, todos aquellos turistas llegados desde hace más de 50 años, los que han repetido y los que han venido aquí por su propia voluntad, buscando su clima benigno, su sol generoso y sus limpias aguas mediterráneas. O simplemente tranquilidad, al ser Almería y su provincia un lugar relativamente aislado, con un aeropuerto pequeño y de poco tráfico, una deficiente comunicación por vía férrea (el escritor "Azorín" consideraba el avance del tren como signo claro de progreso. Prefiero no pensar qué diría de Almería hoy) y unas poblaciones pequeñas y tranquilas, como los pueblos alpujarreños con verdadero encanto, además de sus reverenciadas playas y vírgenes fondos marinos, claro está, o sus paisajes cinematográficos cientos de veces filmados.
Volviendo a la ciudad, debe de haber una suerte de lirismo en su descarnada fisonomía, en su eventual suciedad y desprendimiento. Esa sensación de abandono debe relajar y tranquilizar, supongo. Por más que los vientos huracanados puedan ser perpetuos en ocasiones y por más que Almería no sea una ciudad silenciosa. También debe de haber un gusto innegable por sus modestas características. Modestas y honestas, por otra parte. Aquí no se vende la moto como en otros sitios.
Hay, porque lo hay, una gran belleza en sus eternas puestas de sol. Tanto desde la playa con las luces de la ciudad al fondo y la mole ocre de la sierra de Gádor sobre ella, y más alto aún el impoluto cielo, una bóveda perfecta. O mirando en otra dirección, con las gradas de las estribaciones montañosas de Sierra Alhamilla y los Filabres detrás , cuando delante sólo tienes los farallones de Cabo de Gata, a veces invisibles por la calima y la niebla, en ocasiones tan nítidos que parecen poder tocarse con la punta de los dedos. O desde las estrechas calles de la Chanca o Pescadería, con las almenas y torreones de la Alcazaba mutando de color y dominando la postal oriental. Ciertamente, aun a riesgo de caer en el tópico, Almería en ocasiones es mucho más africana y oriental que europea. Eso no es negativo; simplemente es así. Oriental, y volviendo a Grecia y al viaje de estudios, es la ciudad de Corfú, capital de la isla del mismo nombre, la cual a mí me pareció perfectamente Almería. En sus desconchadas calles cercanas al puerto me sentí como en casa.
Aún así, Almería tiene un extraño encanto. No sólo lo digo yo, al fin y al cabo hijo orgulloso de ella, o parte de mis paisanos. Deben decirlo, o al menos pensarlo, todos aquellos turistas llegados desde hace más de 50 años, los que han repetido y los que han venido aquí por su propia voluntad, buscando su clima benigno, su sol generoso y sus limpias aguas mediterráneas. O simplemente tranquilidad, al ser Almería y su provincia un lugar relativamente aislado, con un aeropuerto pequeño y de poco tráfico, una deficiente comunicación por vía férrea (el escritor "Azorín" consideraba el avance del tren como signo claro de progreso. Prefiero no pensar qué diría de Almería hoy) y unas poblaciones pequeñas y tranquilas, como los pueblos alpujarreños con verdadero encanto, además de sus reverenciadas playas y vírgenes fondos marinos, claro está, o sus paisajes cinematográficos cientos de veces filmados.
Volviendo a la ciudad, debe de haber una suerte de lirismo en su descarnada fisonomía, en su eventual suciedad y desprendimiento. Esa sensación de abandono debe relajar y tranquilizar, supongo. Por más que los vientos huracanados puedan ser perpetuos en ocasiones y por más que Almería no sea una ciudad silenciosa. También debe de haber un gusto innegable por sus modestas características. Modestas y honestas, por otra parte. Aquí no se vende la moto como en otros sitios.
Hay, porque lo hay, una gran belleza en sus eternas puestas de sol. Tanto desde la playa con las luces de la ciudad al fondo y la mole ocre de la sierra de Gádor sobre ella, y más alto aún el impoluto cielo, una bóveda perfecta. O mirando en otra dirección, con las gradas de las estribaciones montañosas de Sierra Alhamilla y los Filabres detrás , cuando delante sólo tienes los farallones de Cabo de Gata, a veces invisibles por la calima y la niebla, en ocasiones tan nítidos que parecen poder tocarse con la punta de los dedos. O desde las estrechas calles de la Chanca o Pescadería, con las almenas y torreones de la Alcazaba mutando de color y dominando la postal oriental. Ciertamente, aun a riesgo de caer en el tópico, Almería en ocasiones es mucho más africana y oriental que europea. Eso no es negativo; simplemente es así. Oriental, y volviendo a Grecia y al viaje de estudios, es la ciudad de Corfú, capital de la isla del mismo nombre, la cual a mí me pareció perfectamente Almería. En sus desconchadas calles cercanas al puerto me sentí como en casa.
Pero, desde luego, no deja de
asombrarme el hecho de que la gente venga, de fuera quiero
decir, a visitar la ciudad. No porque Almería no lo merezca, por
supuesto, me refiero a la gran cantidad de lugares para admirar
cerrados, de difícil acceso o complicada visita. ¿Qué se le ofrece
al viajero, cuando ya ha subido a la Alcazaba, ha pasado si acaso por
la catedral y se ha dado una vuelta al sol de la Rambla y en el
ajetreo del Paseo? Pues a tapear. No queda otra. En eso sí somos
punteros. En mantener limpias y presentables las calles y lugares
públicos, no. En eso el turista ha de tener cuidado, en sortear
mierdas de perro y manchurrones de vete a saber qué. Tampoco somos
líderes en respetar el patrimonio de la ciudad y el mobiliario
urbano.
Ojo, el
turismo de restauración atrae a mucha gente, como el de sol y playa,
y no me parece mal si eso beneficia a Almería, por supuesto. Pero me
vuelvo a preguntar cómo sería esta ciudad y esta tierra si no
estuviera por tres veces abandonada. Sí, tres. Tanto por la Junta de
Andalucía, como por el Gobierno de España, pero también por ella
misma. Almería no se aprecia ni a sí misma.
Nunca he visitado Almería, así que no puedo opinar mucho, pero estoy segura de que tiene muchas cosas que ver y las que quedan por descubrir. Algún día me gustaría visitarla! Aunque no envidio el verano andaluz, pero espero que la cercanía del mar temple el clima.
ResponderEliminarBonita entrada!! Dan ganas de ir a Almería!
Un beso!
Muchas gracias Lalachan!! ^^ Sí, debes bajar alguna vez hasta estas ventosas tierras, te gustaría!! La verdad es que puede hacer mucho calor pero siempre se nota algo la brisa del mar...
ResponderEliminarUn beso!