21.9.15

La triste historia del "Mozart del fútbol"



Con el pulso que una parte de los catalanes está manteniendo con el gobierno central vuelve a resaltarse el papel que adquieran los deportistas de esa región  y el mayor o menor grado de implicación con el procés; hay de todo, desde los que intentan pasar desapercibidos y no mojarse a los que se declaran muy favorables, pasando por los que dicen algún "pero" e intentan salirse de la pretendida unidad de opinión. Huelga decir quiénes son considerados como "héroes" y quiénes no, obviándose además la inconveniencia y la peligrosidad de mezclar deporte y política, ya sea a diestra o a siniestra, y  la notable hipocresía que hay en todo este asunto.

Digo todo esto por el Caso Piqué  (realmente son varios) y porque me he puesto a reflexionar de nuevo sobre la relación, en ocasiones intensa, entre la política y la situación exterior y el deporte, pero en concreto el fútbol, verdadero juego de masas con gran éxito en el siglo XX,  pero que ha adquirido una desaforada dimensión especialmente después de la II Guerra Mundial, sobre todo a partir de los años 60. 

Pero, obviando esta época nuestra de heroicos deportistas cuyo compromiso viene dado por la cantidad de dinero que reciban, hoy quería hablar de un personaje en concreto, que vivió en una época muy particular, donde implicarse en según qué cosas no resultaba tan gratuito como ahora, pues no se saldaba con una simple y sonora pitada.  Hablemos de uno de mis ídolos:  Matthias Sindelar. 

Matěj Šindelář nació el 10 de febrero de 1903 en Kozlov, pequeño pueblo situado en la actual República Checa, país que por entonces formaba parte del variado y decadente Imperio Austrohúngaro. Era miembro de una humilde familia morava de religión católica.  Su padre, un herrero, emigró a Viena en 1906 en busca de mejores condiciones de trabajo y de vida para los suyos. En la gran capital e instalados en un barrio industrial,  sería donde el pequeño Matěj comenzaría a jugar al fútbol con otros chicos de muy diversa procedencia.

Poco después de la I Guerra Mundial (en la cual murió su padre),  arrancaría el checo su carrera profesional, siendo muy joven, ya con el nombre de Matthias Sindelar. Primero en el Hertha  y luego en el  Austria Viena  (éste y el Rapid son los dos clubes más exitosos del país).  El hijo del herrero destacó muy pronto por sus goles y su habilidad regateadora, siendo apodado Der Papierene ("El hombre de papel") dado su ligereza y físico enclenque; no era de baja estatura, pero sí nada corpulento. En los años 20 y 30, Sindelar se convirtió en toda una estrella en su país, realizando incluso anuncios publicitarios (de yogures, por ejemplo) o apareciendo en películas  y fue tentado por varios equipos ingleses, pero él nunca quiso dejar su club ni su país. Recordemos que ser jugador de fútbol no estaba tan sobredimensionado en estos tiempos y los sueldos eran mucho más corrientes que en la actualidad. De hecho, no han sido pocos los grandes jugadores que, tras una vida profesional exitosa, han fallecido en la miseria porque después de dejar la competición a una edad muy lejana de la jubilación habitual para un trabajador  (muy pocas veces un futbolista, al igual que ahora, se retiraba con más de 36 años) no encontraron un trabajo o un buen negocio que les garantizase una madurez y una vejez con el dinero suficiente para no pasar apuros.

Aunque ganó una liga y cinco copas con el Austria Viena,  sería a nivel internacional donde Sindelar alcanzaría aún más trascendencia. Debutó con 23 años con la selección de su país  y pronto iba a convertirse en el líder y capitán de uno de los mejores combinados, si no el mejor, que ha tenido Austria, el Wunderteam ("Equipo Maravilla") entrenado por Hugo Meisl. Si hablamos  de deporte en este país, destaca histórica y actualmente en los de invierno, pues por ejemplo en fútbol hace tiempo perdió su sitio (sólo ha estado en 7 mundiales  con una última presencia en 1998, y en cuanto a Eurocopas sólo ha acudido en 2008 y porque era anfitriona, aunque la semana pasada consiguió clasificarse para Francia 2016), pero hubo una época, en estos años 30, en la cual Austria asombró al mundo. 

Y vaya si lo hizo. Con un fútbol ofensivo protagonizaron sonoras goleadas ante escuadras consideradas de solera en ese momento, como Escocia, Yugoslavia o  Alemania, obtuvieron victorias contra potencias del calibre de Italia, Francia y  Hungría  y estuvieron invictos 14 partidos. Llegó el Mundial de 1930 en Uruguay, el primero de la historia, y al igual que muchas selecciones europeas que renunciaron a viajar al Cono Sur por lo costoso y lejano del trayecto, Austria no acudió. Pero 4 años después, la Copa del Mundo se celebró en Italia y allí sí estuvo el Wunderteam de Sindelar, ya considerado el mejor delantero centro del mundo.

                                         "Wunderteam" austríaco. Sindelar es el cuarto desde la derecha. 



Matthias, que fue apodado por los periodistas extranjeros "el Mozart del fútbol" por su nacionalidad y su virtuosismo, lideró a esa magnífica selección austríaca, temida por europeos y americanos. Parecía que Sindelar se iba a romper en cualquier momento, pero ahí estaba, corriendo como un rayo y marcando goles con facilidad. Finalizaron en cuarto lugar al perder contra Italia, y probablemente hubieran llegado más lejos de no ser por los descarados favores del árbitro hacia el equipo anfitrión; no en vano se considera este Mundial de 1934 como el más fraudulento de todos, con los partidos jugados bajo la atenta mirada de Benito Mussolini en el palco, presencia que intimidaba hasta a los propios jugadores italianos.  El Duce, muy futbolero él, consiguió per coglioni que su Italia fuera campeona, en medio de las tenues y  estériles protestas  de las selecciones perjudicadas.  Eran otros tiempos. 

Der Papierene era ya todo un ídolo de masas en su país, y Matthias no podía ser más feliz: aclamado por todos, disfrutaba haciendo lo que más le gustaba y  había encontrado también el amor , con una italiana de religión judía, y es difícil imaginar algo mejor. Pero la desgracia comenzó a planear sobre sus cabezas y por cuestiones ajenas al deporte.

Marzo de 1938. Ante la pasividad de las principales potencias europeas, la Alemania de Hitler se anexiona Austria con escandalosa facilidad y con la ayuda de los nazis austríacos: el Anschluss ("Unión"), tras una invasión y un plebiscito controlado totalmente por la Wehrmacht mediante el cual el país centroeuropeo, una triste sombra del antiguo Imperio Habsburgo, pasaba a llamarse Ostmark ("Marca del Este"), un protectorado alemán. Todo iba a cambiar. 

Para empezar, en el deporte. Hitler, al igual que Mussolini, se había cerciorado de la importancia a nivel internacional que estaba cobrando el deporte y en particular el fútbol y, para hacer extensible el poderío alemán al mundo y resarcirse de las derrotas en las Olimpiadas de 1936,  tuvo la brillante idea de hacer acudir a Alemania  al Mundial de ese año con un combinado de los mejores jugadores germanos y gran parte del temido Wunderteam, a quienes quería reclutar por la fuerza.

Para "festejarlo", el 3 de abril de ese año se celebró en el Prater de Viena (estadio de numerosas finales y partidos míticos, entre ellos, el del triunfo de España en la Euro de 2008) un partido entre las selecciones de Austria y Alemania, a modo de despedida y bienvenida al Reich de la primera. Pese a que los jugadores austríacos habían recibido la consigna de dejarse ganar, y lo sensato era hacerlo, o al menos un empate amistoso,  el experimentado Wunderteam (que además jugó con los colores rojo y blanco de la bandera nacional, en vez del uniforme tradicional blanco y negro, similar al alemán) dominó claramente el encuentro y falló numerosas ocasiones a propósito. Cuando quedaban 20 minutos para el final, los austríacos apretaron el acelerador y marcaron dos goles, uno de Sesta y el otro, de Sindelar. Quién si no. 
"El hombre de papel", lejos de amilanarse o de hacer el saludo brazo en alto, festejó alegre y jocosamente, con un bailecito,  el gol delante del palco nazi, para ira germana. Ahí estaba el vals del orgullo de Austria, el viejo y culto imperio, imponiéndose a los advenedizos  y  dementes  nazis. 

Sindelar, pese a que ya contaba con 35 años, era aún un excelente jugador y  su sola presencia podía impresionar a los rivales; había disputado 43 partidos con Austria, marcando la estupenda cifra de 26 goles.  Por ello, pese a su actuación en el partido de hermanamiento con los nazis, no dejaron éstos de hacerle ofertas , amistosas y no tanto, para que acudiese al Mundial en las filas del equipo alemán. 

Mas el capitán distaba mucho de aceptar aquello. Totalmente contrario a la ideología racista y pangermana de los nacionalsocialistas, se negó en repetidas veces, alegando ficticias lesiones de rodilla, mientras seguía jugando con su equipo y con otros amigos. Si Austria, ya clasificada para el Mundial, había  además perdido su independencia como nación, él no iba a defender los colores de Alemania y menos a los nazis, quienes incluso  habían expulsado a los trabajadores judíos de su club vienés.

Otros compañeros del Wunderteam, ya fuera por ideología, por presión o por simple pragmatismo, sí se integraron en ese combinado austro-alemán que pretendía arrasar en Francia...pero lo cierto es que ese Mundial de 1938 supuso un fracaso para Alemania, pues cayó en la primera fase y aún hoy sigue siendo la peor posición de la selección teutona en los mundiales. 

Mientras, Sindelar, ya forzosamente retirado,   seguía con su vida en Viena, pues pese al ambiente crecientemente adverso, también se negó a abandonar el país. Nada colaborador con los alemanes ni con el partido de éstos, tampoco renunció a mostrarse en público con amigos judíos, a quienes seguía ayudando, lo que le convirtió en alguien despreciable para los nazis. Éstos empezaron a odiarle, pronto se pasó a los hechos y el futbolista comenzó a ser vigilado paso por paso. Él y su familia. La Gestapo y sus informes entraban en escena. 

Algunos compañeros judíos de Sindelar intuyeron el peligro  a finales de 1938 con la hostilidad nazi en aumento, y  por ello huyeron a Suiza.  Sindi  ya no podía; era de todo menos alguien anónimo, y si ya era controlado al máximo por la policía, por si fuera poco se le prohibió salir de Austria. La situación se tornó insostenible, dramática y asfixiante para él y para su novia Camilla. Su país ya no era el mismo. No había escapatoria. 

El 23 de enero de 1939 el futbolista apareció sin vida en su domicilio vienés, junto a su pareja.  Matthias aún no había cumplido los 36 años, mientras ella entró en un coma irreversible.  Por  la disposición de los cuerpos y el panorama de la casa todo parecía indicar  un suicidio, acaso efectuado por la inhalación voluntaria de monóxido de carbono, pues no se halló defecto alguno en la estufa. Los amigos de Sindelar lograron convencer a las autoridades nazis de que había sido un accidente, pues no se permitían los funerales públicos de suicidas. Los alemanes aceptaron, en parte porque tampoco deseaban un homenaje numeroso del pueblo al no haber exequias;  Matthias era un ídolo para esa parte de Austria que no quería unir su destino al del Partido Nacionalsocialista. Aún así, cerca de 20.000 personas asistieron al funeral de Der Papierene. Del hijo del herrero. Del enclenque y digno  austríaco que había preferido perecer  a continuar con una existencia sin ilusiones ni esperanza. 

Con todo,  dadas las extrañas circunstancias de la muerte y  la destrucción de los documentos del caso, no se averiguó del todo (y no se ha averiguado) si Sindelar se quitó la vida o se la quitaron, pues no faltaron en su momento rumores sobre el sabotaje de la estufa de su casa por parte de los nazis, o incluso un envenenamiento por parte de éstos.  Ocho meses después de su entierro, estallaba el Apocalipsis de la II Guerra Mundial, muchos amigos de Sindelar fueron enviados a los campos de concentración y una parte de Europa iba a quedar devastada.  La pesadilla hitleriana fue finalmente derrotada, como es sabido, en 1945. 

Austria, tras una difícil posguerra (¿alguna no lo es?), estuvo ocupada por los ejércitos aliados hasta 1955, año en el que recuperó la plena independencia.  Progresivamente se erigió como uno de los países más prósperos y con mejor nivel de vida de Europa y del mundo. En cuanto a su selección, volvió a un Mundial en 1954 (el primero que ganó precisamente Alemania) alcanzando un tercer puesto,  superando al Wunderteam de 1934. Sigue siendo su mayor hazaña. Pero el país centroeuropeo no ha olvidado a su otro Mozart. En 1998 fue elegido el mejor futbolista nacional de todos los tiempos, y en 2000, el mejor deportista austríaco del siglo XX. En la nación de los grandes esquiadores y los deportes de montaña (Austria es sexta en la clasificación histórica de los Juegos de Invierno, con más de 200 medallas,  y  líder con diferencia del Campeonato de esquí alpino) y de míticos pilotos de carreras como Niki Lauda, el rey es un jugador de fútbol que no levantó muchos títulos: Der Papierene. Y sin duda no es únicamente por su extraordinaria calidad con el balón y sus goles; también se debe al gran valor que demostró en unos tiempos tan adversos, bailando un vals por la libertad frente al III Reich. Por eso Austria lo sigue recordando y honrando casi 80 años después de su muerte; no en vano su tumba en el cementerio de Viena es de las más visitadas del país.

Así fue la extraordinaria y triste historia de Sindelar, ese pequeño gran héroe que no salvó ninguna vida pero hizo felices a otras muchas, exhibiendo una firmeza de espíritu que,  a la postre, le costaría la suya.

In memoriam. 


2 comentarios:

  1. Toda una historia la de este as del balón, del que no sabía absolutamente nada. Dices que conmigo se aprenden cosas, pero tú tampoco te quedas corto, ^^*. Bien narrado y elaborado. Me alegro de haberlo leído!

    Un beso!

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    1. Muchas gracias, como siempre!!! Hay ciertas historias que no debemos olvidar nunca.

      Un abrazo! :)

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