18.12.11

"Primus circumdedisti me"


Tras un cierto tiempo sin ello, vuelvo a atacar con uno de mis temas favoritos: las hazañas olvidadas de españoles. Hacía tiempo que no daba la matraca con esto, ¿no?. Ahí vamos.
Ciertamente, este tema en concreto no es uno de los más marginales y constituye uno de los hechos más conocidos entre la colección de machadas patrias. Pero "conocido" no quiere decir siempre "reconocido". Como otras tantas proezas españolas, permanece en el cajón de las "cosas ocurridas hace mucho en tiempos muy pasados y reaccionarios, en desacorde con nuestra época", así que para qué recordarlas, ¿no?. Uno de los grandes fallos de España y de los españoles es no valorar en absoluto las épocas pretéritas, despreciarlas e incluso avergonzarse de ellas. En esto nos diferenciamos mucho de nuestros amigos los franceses o de los ingleses, quienes, además de no olvidar nunca quiénes son , de dónde vienen y a dónde van y respetar la memoria de los héroes de siempre, convierten en mito cada hecho insignificante, encumbran a personajillos de dudosa honradez o incluso glorifican masacres contra indígenas en territorio hostil. Por no hablar de los peliculeros estadounidenses. Para qué. 

Antes de nada, cojamos un mapa del mundo. Mejor, un globo terráqueo. Grande, pequeño, con lucecitas o aunque ponga todavía URSS en Rusia. Es igual, al recorrerlo con los dedos uno se da cuenta perfectamente de la cantidad preponderante de agua, con unos cuantos inmensos océanos. Y si eres español, te percatas inmediatamente de la insignificancia de nuestro territorio, la pequeñez de la Península, en comparación con el resto del orbe. Con un rápido giro, la mano se posa en una tremenda zona azul entre Asia y América, la cual por sí sola ocupa toda una cara de la bola: es el océano Pacífico. Este enorme mar de mares fue recorrido, en su vertiente sur y por vez primera (oficialmente) en el marco de la primera circunnavegación del globo.
 
La primera vuelta marítima del mundo estuvo originada por motivos comerciales. El principal objetivo era lograr una ruta más conveniente con Asia , en concreto con las Molucas y sus valiosas especias, pues había quedado manifiesta la existencia de otro continente entre Europa y el Lejano Oriente. Además, Núñez de Balboa había descubierto un nuevo océano en Panamá, al cual se denominó "Mar del Sur" (por llegar los exploradores desde el norte, es decir, desde Cuba) . La búsqueda de la ruta alternativa venía motivada por el control que de África tenía Portugal. Portugal y España, los colosos ibéricos y por entonces los colosos del mundo, se repartían el mismo desde las disposiciones del Papa Borgia.
Curiosamente, fue un portugués quien encabezó esa expedición de Castilla en contra de los intereses de Portugal. Fernando de Magallanes, experto marino veterano de África, de la India y de Malasia, lisiado con una característica cojera, contaba casi cuarenta años cuando llegó a Sevilla en 1517 para presentar su proyecto al rey Carlos, tras haber sido rechazado humillantemente por su monarca, Manuel I El Afortunado (en parte porque Magallanes era un hombre polémico que se había enemistado con varias personalidades de la corte)Ahora, como 25 años antes, se repetía la historia de Colón, quien también fue despachado en Portugal y tras varias tentativas, aceptado en la Corte castellana. Magallanes lo consiguió, gracias en parte al apoyo de su compatriota y socio Rui Faleiro, cosmógrafo e ideólogo de la empresa, y al poderoso obispo de Burgos, Fonseca. Nuestros vecinos lusos cayeron de nuevo en el mismo error, si bien en su favor se puede decir que quién en su sano juicio creería en estos navegantes visionarios cuando presentaban confusos mapas y contaban fantásticas historias, aunque estemos en la Era de los Descubrimientos y el mundo fuera mucho más amplio que ahora. Además, Magallanes se encontró con un Carlos de Gante recién llegado de Flandes, más ocupado en tomar el dinero y correr, instigado por su camarilla de rapaces flamencos en su frenético recorrido de la Península y con la mente puesta en la corona imperial. Por otra parte, Carlos siempre fue fantasioso e imbuido por ideales caballerescos y aventureros, y más aún de joven, por lo cual quedó impresionado con Magallanes. Así pues, lo mismo le daba aceptar que rechazar las proposiciones de ese mercenario portugués, quien además ya se había casado con una sevillana de acaudalada familia.
Con la rapidez propia de los asuntos de palacio, las capitulaciones no se firmaron hasta el 22 de marzo de 1518 en Valladolid, con Carlos sumergido en las Cortes y Castilla en plena ebullición pre-comunera. A Magallanes (quien ya había renunciado a la nacionalidad portuguesa) se le daban plenos poderes; además de comandante de toda la expedición, sería el Gobernador y Adelantado de todas las tierras descubiertas por él, y recibiría una veinteava parte de los posibles beneficios de la empresa.
 
La expedición constaba de cinco naves, ninguna de más de 120 toneladas: la Trinidad (la capitana, de Magallanes), la San Antonio, capitaneada por Juan de Cartagena (veedor de la empresa e hijo natural de Fonseca, ahí es nada); la Concepción, dirigida por Juan de Quesada y donde como contramaestre iba un tal Juan Sebastián Elcano; la Victoria, cuyo capitán era Luis de Mendoza y la Santiago, al mando de Juan Rodríguez. Por tanto, pese al teórico mando supremo de Magallanes, el resto de jefes eran españoles. En cuanto al reclutamiento, fue dificultoso debido a lo misterioso del destino y del objetivo en concreto y al silencio del portugués. Finalmente, logró reunirse a la tripulación. Ésta constaba de unos 235 hombres de diversas nacionalidades y razas, no sólo castellanos y portugueses sino además italianos, griegos, alemanes, flamencos, franceses, moros y negros . Así pues fue toda una ONU en miniatura. Sólo una muy mínima parte de la expedición regresaría con vida.
 
La "Armada de las Molucas", como oficialmente se denominó, partió, tras muchos meses de demora, del puerto de Sevilla el 10 de agosto de 1519, tras haber superado otra intentona de sabotaje de Portugal, recorriendo el Guadalquivir para llegar a Sanlúcar de Barrameda, ya en el Océano Atlántico. Tras los últimos avituallamientos, puestas a punto, últimos retoques y testamentos , la expedición dejaba Castilla el 20 de septiembre . Faleiro, socio de Magallanes, se quedó en tierra, presa de ataques de locura; sin duda un presagio nada tranquilizador.
Ya en el Atlántico, se hizo escala en las Canarias una semana después, donde se unieron más tripulantes hasta alcanzar los 265 marineros, y se pasó de largo de las islas de Cabo Verde (los portugueses estaban allí) y de la costa africana, continuando hacia el sur. Esta primera parte del viaje fue tranquila y sin sobresaltos, si exceptuamos las consecuencias de las calmas chichas ecuatoriales, cuando la brea se derretía y los mástiles se dañaban por el calor intenso, y entonces comenzaron las primeras murmuraciones de la tripulación y la primera tentativa de motín, a cargo de Juan de Cartagena. Por fin se llegó a las costas del Brasil el 29 de noviembre, en una época en la cual el territorio brasileño era poco conocido aún y quedaba bajo la zona portuguesa. El 13 de diciembre Magallanes atracaba en la gran bahía donde se fundaría Rio de Janeiro en 1565. La llamó Bahía de Santa Lucía. Ya en ese 1519 contrabandistas franceses utilizaban la zona para trapichear (los franceses, siempre jugando tan limpio), por tanto parecía un buen lugar para descansar. Permanecieron dos semanas en tierra. Los indios, pese a su condición de caníbales, recibieron muy gratamente a los marineros, quienes disfrutaron como nunca, entre banquetes de carnes y frutas tropicales y atractivas nativas despreocupadas, correteando desnudas en la selva. Desde luego, aquí sí se cumplió el mito del "buen salvaje". Nuestros expedicionarios verdaderamente podrían haberse quedado lucrándose a la francesa, pero tenían órdenes que acatar y una expedición que culminar. Partieron el 27 de diciembre.
 
A comienzos del nuevo año, llegaban al enorme estuario del Paraná y del Paraguay donde años después se fundarían Buenos Aires y Montevideo, entre otros núcleos. Aunque ya había sido descubierto por Solís en 1516, Magallanes lo creyó en un principio el paso entre mares (a ese Mar del Sur visto por Balboa en Panamá en 1513) y se internaron en él, pero pronto se dieron cuenta, por la corriente y el sabor del líquido, que era agua dulce. Supuso un duro golpe para todos, empezando por Magallanes, que comenzó a renegar de los mapas. Así pues se hubo de continuar hacia el sur, entrando en territorio desconocido, considerado mítico y peligroso. Fueron bordeando la inmensidad de la estéril Pampa argentina. Entre los marineros comenzaba a cundir la desesperación y el miedo, ya que circulaban por mares oscuros y huracanados, bajo el ambiente del granizo y el hielo, el cual comenzaba a trabar los instrumentales. Pese a lo heterógeneo de la tripulación y a unos cuantos marineros experimentados, entre ellos muchos vascos, navegar cerca de la Antártida era otra cosa. Magallanes siguió adelante. Mercenario era un rato, pero también valiente y arrojado, temerario como todo explorador.
 
Hacia el 31 de marzo de 1520, la Armada llegaba a una bahía que Magallanes denominó de San Julián, ya culminando el Cono Sur. Era un recodo abrigado y fue en este punto donde ordenó por fin un desembarco.
El paisaje era poco halagüeño, muy alejado del pasado edén brasileño; además, ningún nativo les dio la bienvenida. Nada ni nadie se les acercó. Todo era un páramo gris con montañas elevadas, y después de seis meses en el mar, la búsqueda del paso hacia el Mar del Sur parecía cada vez más lejana. Una quimera. A miles y miles de millas del último puerto amigo y del más cercano pedazo de tierra conocida, los capitanes se erigieron como portavoces de la marinería y pidieron a Magallanes un regreso a la patria, o al menos al "Río de Solís" para pasar allí el invierno. Tras las tercas negativas del portugués, estalló el motín, dirigido por los capitanes y principales oficiales. El cabecilla era Juan de Cartagena, evidentemente. Controlando tres de los cinco barcos, intentó abandonar aquella bahía, pero Magallanes había reaccionado colocando hombres leales en esos navíos, por lo que pudo recuperar el control, inexplicabe y sorpresivamente. El Comandante fue implacable; con la violencia y contundencia propia de esos tiempos, uno de los capitanes fue decapitado por su propio sirviente, y su cuerpo luego descuartizado junto con el de otro capitán , ya fiambre , muerto en la refriega. Elcano fue indultado, acaso por su valía como hombre de mar y experimentado soldado (llevaba casi 30 años subido a un barco y había estado en Italia con el Gran Capitán y luego en la conquista de Argel en 1509, con Cisneros). En cuanto a Cartagena, sería abandonado en tierra junto con un clérigo amotinado cuando llegase el momento de partir. Su destino final es una completa incógnita.
 
Pero aún quedaban unos cuantos meses para partir. Después de dos meses fondeados en San Julián, vieron por fin gente nueva. La primera imagen fue ver a uno de ellos bailando, cantando y echándose polvo en la cabeza. Estos indígenas, de fuerte musculatura, pelo blanquecino y piel pintada de rojo, eran, según cuentan los testigos, verdaderos gigantes ya que los expedicionarios les llegaban por la cintura. Los indígenas fueron amistosos y hospitalarios, llegando incluso a bailar con ellos. Al parecer, rellenaban con hierbas secas las pieles usadas como calzado, de manera que, si ya de por sí eran altos, los pies parecían aún más grandes. Magallanes los llamó "Patagâo" (Pie grande), y la tierra descubierta se quedó con Patagonia.
Llegó el momento de partir y el comandante portugués mandó a la Santiago para explorar la costa, pero se fue al garete en una tormenta, salvándose casi todos sus tripulantes. Como la impresión de la costa vista por éstos fue favorable, los cuatro navíos zarparon, después de cinco meses, a finales de agosto. Llegaron a un fondeadero más acogedor y allí permanecieron hasta el 18 de octubre. 3 días después y cien millas al sur, alcanzaron y superaron un cabo arenoso (llamado por Magallanes de las Once Mil Vírgenes) tras el cual se encontraron navegando por una vasta ensenada que se iba adentrando tierra adentro. ¿Era el paso?. El portugués dividió la Armada y envió a la Concepción y a la San Antonio en búsqueda de ese hueco. Estos dos barcos se perdieron casi enseguida en una tormenta, mientras los dos restantes les seguían el rastro. Dos días después fueron encontrados, disparando cañoñazos: habían navegado casi 100 millas por un canal angosto y profundo, sin gota alguna de agua dulce. Era el ansiado paso. Por ser 1 de noviembre, Magallanes lo llamó estrecho de Todos los Santos. Con el tiempo, su nombre pasó al de Magallanes.
Es éste un verdadero desfiladero con multitud de canales y fiordos; entre altas montañas, a algunos marineros les parecía el estrecho más hermoso del mundo. Todo un laberinto líquido con incluso callejones sin salida. El estrecho varía en ocasiones de anchura, oscilando entre 3 y 30 kilómetros. Nuestros expedicionarios recibieron una curiosa visita en forma de canoa con nativos, quienes desaparecieron misteriosamente en la noche.  A mí me da miedo pensar cómo serían las noches en esos abismos, al otro lado del mundo y rodeado de agua, sintiéndote casi más cercano a la luna que a tu casa.
En su navegación, los marineros observaron hacia el sur multitud de fogatas humeantes, notando su presencia con sus luminarias y parpadeos tanto de día como de noche (¡qué imagen!), por tanto de nuevo constataron que no estaban solos. Otra vez quedó demostrada la tenacidad del hombre, quien se ha adaptado prácticamente a todos los hábitats posibles. Este lugar, muy frío, muy húmedo, extremadamente ventoso, inhóspito y con innumerables ríos con buenas truchas, fue llamado por Magallanes Tierra de los Fuegos (actual Tierra del Fuego).
 
Atrapados en este laberinto pétreo y aguado y bloqueados en una isla grande, el portugués mandó a la San Antonio por el sur mientras los otros tres seguían por el norte. El paisaje cambiaba, y eran abundantes los árboles y los arbustos con montañas cubiertas de nieve. Encontraron además un fondeadero con un buen río y proveerse de ricas sardinas para salar. Próximos ya a la salida y en lo más angosto del paso, Magallanes envió un esquife a explorar. Fue entonces cuando le confirmaron la certeza del extenso mar cercano. Pero, a 8 de noviembre de 1520, la San Antonio nunca regresó. Temiendo el posible naufragio, el comandante buscó a la nave infructuosamente durante casi 3 semanas, cuando hubo de aceptar con realismo la deserción de sus tripulantes, como efectivamente ocurrió. Con los cobardes de la San Antonio se fueron buena parte de las provisiones para la travesía.
El 27 de noviembre, tres barcos dejaban el estrecho. Magallanes llamó al último cabo Deseado, y la expedición se adentró en la inmensidad de un nuevo océano. Por fin el Mar del Sur. Éste se mostraba tranquilo y sosegado, y el portugués, después de la ceremonia de acción de gracias, llamó al océano Pacífico, con la esperanza de que ese vasto mar desconocido les fuera grato en su viaje.
Ahora Magallanes optó en principio por la prudencia, ya que siguió por el norte, pegado a la costa de una tierra desconocida, bastantes años después conquistada con dificultad, llamada Chile. Las temperaturas se elevaron, aliviando los cuerpos de los marineros. Así estuvieron tres semanas, hasta que Magallanes dió la orden de virar hacia el noroeste, adentrándose de lleno en la enormidad del Pacífico. Lo que el portugués no sabía era que con esos primeros movimientos iba a evitar las innumerables islas del Pacífico Central y pasaría de largo, a veces muy cerca, de tierra alguna, durante dos meses.
 
Así pues 1521 comenzó sin ninguna novedad; los días pasaban y pasaban y el agua no parecía tener fin. Si bien el tiempo era mucho más benévolo que en el Cono Sur, las provisiones comenzaban a escasear de verdad y el escorbuto hacía estragos. Quien no tenía las encías inflamadas a tal extremo que los dientes quedaban ocultos, directamente no tenía mucho que echarse a la boca. Ahora aparecen las sórdidas y horribles escenas típicas de estas hazañas heroico-dramáticas, agravadas en tiempos donde no existía el GPS o el teléfono, la comida enlatada ni las unidades de salvamento en las costas. Nuestros lanzados y felices marineros comían galletas plagadas de gusanos y con sabor a orín de rata o bebían un agua amarillenta de dudosa potabilidad. Se llegó al extremo de remojar cuero en el mar para cocerlo y comerlo, así como el serrín. Por último, las ratas llegaron a ser un bocado preciado, ya que se pagó en ducados por ellas. Día tras día, noche a noche, fueron cayendo marineros. Éstos estaban tan debilitados que no había fuerzas ni para amotinarse. Magallanes demostró gran entereza y despertó admiración entre sus hombres.
 
Al fin, un 24 de enero se avistó tierra; ésta no era sino un pequeño atolón deshabitado, digno de Robinson Crusoe. La expedición pudo reponerse algo alimentándose de aves marinas, huevos de tortuga y aprovisionándose de agua dulce. La llamaron Isla de los Tiburones (tranquilizador nombre. Hoy es Puka-Puka, sin duda más turístico), y poco había para hacer allí, así la marcha se continuó. Dos semanas después se contempló otro islote, pero el viento los apartó rápidamente, evitando el desembarco.
 
Tras más días y días de desesperación, muerte y superación inhumana, llegó el 6 de marzo. Ese día tocaron de nuevo tierra, pero una tierra más grande que la anterior parada. Apenas se acercaron a la playa, los expedicionarios fueron rodeados por multitud de canoas repletas de nativos amistosos, pero emocionados a tal extremo, que comenzaron a apropiarse de todo lo existente a bordo. La paciencia de los agotados marineros fue colmada y dispararon sus armas, dispersando a los aborígenes. Magallanes no tiró esta vez de calendario ni de santoral para bautizar a la nueva isla y la denominó elocuentemente Isla de los Ladrones. En sucesivos viajes (como el de Legazpi en 1565) se llamó Guaján, cuando España tomó el control del conjunto de las islas Marianas. Como tal permaneció en poder de nuestro país hasta 1898, cuando pasó a la misma vez, con Filipinas, a EEUU. Desde entonces es Guam, más abreviado y fácil para el idioma inglés.

Pero volvamos a 1521. Tras el efusivo recibimiento de aquellos nativos, Magallanes procedió a la quema de sus chozas para poder saquear con tranquilidad. Los expedicionarios (o lo que quedaba de ellos) volvieron a disfrutar, después de tantas penalidades sórdidas, de comida medianamente aceptable (en esos momentos les importaba un pimiento qué animal o fruto era devorado) y agua dulce. Pocos días después una nueva parada en otra isla mejoró sobremanera su cargamento, su cuerpo y su espíritu. Pero seguían estando en medio de la nada, así que sólo era posible seguir incansablemente hacia el oeste.

Al fin, un 16 de marzo dieron con otra isla, esta vez más grande que ninguna otra anterior, Samar, la cual Magallanes llamó San Lorenzo. En ese momento nadie lo sabía, pero acababan de descubrir las Filipinas. En días sucesivos fueron encontrando más islas, habitadas por nativos variados, como indomalayos o pigmeos de piel oscura. Ya en ésta época había llegado el Islam a las islas, además del hinduismo. Magallanes se iba dando cuenta de a dónde había llegado, máxime cuando su esclavo malayo negro, Enrique, también veterano de la India, habló a los isleños en malayo, lingua franca de la zona. Éstos les contestaron y el comandante portugués comprendió definitivamente que había dado la vuelta al mundo.
Con las Molucas en un plano secundario, un feliz Magallanes se puso ahora en plan misionero, predicando elocuentemente sobre altares playeros y convirtiendo a los curiosos nativos. El 14 de abril en la isla de Cebú fue productivo , al llevar al rebaño cristiano a más de una docena de jefes locales, entre ellos al rajá y a centenares de siervos. Al rajá se le bautizó con el nombre de Carlos, por el emperador. Con la típica fragilidad de los acuerdos firmados en tales territorios y circunstancias, como otros tantos momentos de la historia, Magallanes firmó una “Santa Alianza” con el rajá Carlos, mediante la cual los isleños reconocían la autoridad de España y su rey.

Pero en Mactán, pequeña isla vecina, los musulmanes dijeron que nanay. Magallanes y los demás, después de un tiempo reposados y hastiados de actuar como apóstoles, sacaron las herrumbrosas espadas , las carcomidas armaduras y los vacilantes arcabuces. Desembarcaron en la isla el 27 de abril, donde esta vez no iban a recibirlos con una guirnalda de flores en una mano y un cóctel en la otra. Confiando en su superioridad y excesivamente seguro, Magallanes descendió con 48 hombres, con el agua hasta los muslos. Los isleños, unos 1.500, acaudillados por el califa Pulaka (Lapu-Lapu) cayeron sobre ellos, echándoles encima una nube de lanzas, flechas y piedras. Tras una hora de desesperado combate, Magallanes, malherido en piernas y brazos, se vio rodeado por un grupo de isleños armados con cimitarras y se desvaneció para siempre en una orgía de sangre. Debieron ser de todo menos placenteros estos últimos momentos de vida.
Muerto Magallanes, desprovistos de su comandante, los expedicionarios se hubieron de enfrentar a los nativos de Cebú, que de repente no eran tan simpáticos ni tan cristianos. Aun así, unos 30 oficiales aceptaron un banquete del rajá. Tras haber sido saciados por completo, fueron asesinados a traición.

Con 114 hombres, no se podían gobernar tres barcos, así que se procedió a vaciar y a quemar la Concepción. Los supervivientes se marcharon apresuradamente de Cebú en los otros dos navíos. Ahora, una muestra más de lo variado del viaje, la Armada se puso a piratear un tiempo por el laberinto de Indonesia hasta que tocaron en la isla de Tidore, una de las malditas Molucas, el 8 de noviembre. Allí pudieron cargar una enorme cantidad de especias, pero, ay, la Trinidad empezó a hacer agua y hubo de quedarse en puerto con 55 hombres, para ser carenada y, en principio, volver a Panamá por el Pacífico, sentando el precedente del temerario viaje del “Galeón de Manila”.
Así pues quedó una última nave, la Victoria. Apoyado en los oficiales españoles sobre los portugueses surge ahora de nuevo la figura de Juan Sebastián Elcano, quien toma el mando del barco y de la expedición. A comienzos de 1522 sale desde Timor la Armada al Océano Índico, bastante cerca de Australia, por cierto. Parecía una locura regresar a España por el Pacífico, así que eligió la ruta del Índico, por rutas más conocidas.
Elcano era un hombre de mar bastante experimentado, en la línea de grandes marinos vascos de la historia española, como Andrés de Urdaneta, Blas de Lezo o Cosme Churruca. Pero no resultó tan popular como capitán comparado con Magallanes, y hubo varios conatos de motín. Vascongado de Guetaria, sin duda conocía (y había experimentado) las historias de los marineros de su tierra en relación con las ballenas y los temporales, el temible Cantábrico y el oscuro Atlántico. Pero acercándose a África en mayo vino otra dura prueba, el Cabo de las Tormentas (nombre puesto por los portugueses, sustituido por el de De Buena Esperanza), promontorio que, haciendo honor a su nombre, se tornó esquivo para doblarlo bajo tremendas tempestades.
La etapa final del viaje no estuvo exenta de duros dramatismos. La remontada de la costa africana (sin hacer escalas por temor a los portugueses, quienes habían mandado varias flotas en su persecución) no significó un cese de las muertes de los marineros, que iban cayendo como chinches víctimas del hambre y del escorbuto...

Se alcanzaron las islas de Cabo Verde el 9 de julio, y Elcano hubo de ceder ante la tripulación para desembarcar para aprovisionarse de víveres, pero, efectivamente, los portugueses estaban con cierto resquemor y apresaron a 12 de los mermados expedicionarios, por lo cual la Victoria se marchó con viento fresco, más apropiadamente que nunca.
Allí Elcano descubrió que en su cuenta del tiempo llevaban un día de menos, ya que habían dado la vuelta al mundo. Aunque eso era lo menos importante en esos fatídicos momentos...

El 6 de septiembre de 1522, una nao llegaba a Sanlúcar de Barrameda, acercándose lentamente. Era la Victoria, tres años después. Pero se siguió río arriba.
Dos días después, atracaba en el puerto de Sevilla una maltrecha y oscilante nave. Entre un respetuoso silencio y un asombro sin parangón, se produjo el desembarco de 18 marineros. 18 esqueletos andantes (véase el célebre lienzo de Elías Salaverría) regresaban a casa tres años y 78.000 kilómetros -unas 40.000 millas náuticas- después. Sus nombres quedaron para la historia:

Juan Sebastián Elcano, de Guetaria, Guipúzcoa.
Francisco Albo, de Axio (actual Macedonia)
Miguel de Rodas, de Rodas (Grecia)
Juan de Acurio, de Bermeo, Vizcaya.
Antonio Lombardo (Pigafetta), de Vicenza (Italia)
Martín de Yudícibus, de Savona (Italia)
Hernando de Bustamante, de Mérida, Badajoz.
Nicolás el Griego, de Nauplia (Grecia)
Miguel Sánchez, de Rodas (Grecia)
Antonio Hernández, de Huelva.
Francisco Rodríguez, portugués, de Sevilla.
Juan Rodríguez, de Huelva.
Diego Carmena, de Bayona, Pontevedra.
Hans, de Aquisgrán (Alemania).
Juan de Arratia, de Bilbao.
Vasco Gómez Gallego, de Bayona, Pontevedra.
Juan de Santandrés, de Cueto, Cantabria.
Juan de Zubileta, de Baracaldo, Vizcaya.

Si bien semanas después regresarían los 12 prisioneros de Cabo Verde, y en el año 1525 conseguirían retornar 5 supervivientes de los 55 de la Trinidad dejada en Tidore, han sido los 18 anteriores los únicos en alcanzar cierta fama, como consta en la placa del ayuntamiento de Sanlúcar. Por otra parte, en mayo de 1521 habían llegado a Sevilla los desertores de la San Antonio, que fueron luego juzgados como tales. En cuanto a los espectros de la Victoria fueron al día siguiente de su llegada, con velas encencidas y descalzos, a dar gracias a Dios al templo predilecto de Fernando de Magallanes, la Iglesia de Santa María la Antigua.
La expedición, pese a perder casi todas las naves y un enorme porcentaje de tripulación, constituyó un éxito por el triunfo de la vuelta a casa y porque se había demostrado la redondez de la tierra (asunto éste que aún tardaría un tanto en ser considerado verdadero), pero además, por el cargamento en especias , el cual hizo rentable la Armada. Justo es reconocer el enorme mérito de estos marineros y hombres del XVI. Resulta realmente sorprendente que lograran terminar la empresa, no ya sólo por las terribles penalidades padecidas, sino además por hacer la travesía en auténticas cáscaras de nuez. Pero España, en ésta época irrepetible, había cosechado un nuevo éxito y había ampliado de nuevo el mundo. El aprovechamiento o no de estos logros es otra historia; al quite estuvieron desde siempre ingleses, franceses y holandeses, sacando grandes beneficios económicos de manera sibilina y por territorios primeramente descubiertos y explorados por marineros españoles.

He dicho antes fama por decir algo, ya que, excepto dos de ellos (Elcano y Pigafetta) , poco o nada se sabe de los otros 16 desgraciados. Pigafetta, siempre sospechoso de ser un espía veneciano, escribió un libro, un vívido relato con todas las experiencias, acontecimientos y vicisitudes de la expedición, el cual constituye la mejor fuente de primera mano para conocer la historia de la primera vuelta al mundo. En cuanto a Elcano, fue recibido por el rey Carlos I, como habitualmente reciben los reyes a los hombres corrientes, bragados y de una sola pieza: Efusividad hueca, palmadita en la espalda y andando, que es gerundio. El César le concedió una pensión vitalicia que nunca llegaría a cobrar por falta de fondos de la Corona (la misma  historia de siempre). No había gran cosa que hacer en Castilla y  moriría en  1526, con  50 años, en el transcurso de una enorme expedición, exitosa en cuanto a descubrimientos geográficos pero fallida en conjunto, a las Molucas. Al menos falleció como buen marino, en el mar. Carlos le había otorgado también un escudo personal con la leyenda “PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME” (“El primero que me dio la vuelta”). Qué tiempos tan fabulosos, cuando el mundo era aún más inmenso, casi infinito, siempre había tierras por dar a conocer y todo era posible, como ser el primer hombre de la Historia en realizar una hazaña mítica.
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Para saber más y mejor:
Antonio Pigafetta, Primer viaje alrededor del mundo.
Hugh Thomas, El Imperio Español: De Colón a Magallanes.
Stefan Zweig, Magallanes. El hombre y su gesta.

5 comentarios:

  1. Uno descubre con tristeza cuando accede a la wikipedia en euskera y vislumbra que, aquel que desde que nació y de toda la vida se había llamado tal cual le habían bautizado, ahora tiene por nombre Elkano.

    Siempre nos quedarán, a los pocos a los que todavía nos conmueve el rigor y la verdad, las fuentes de primera mano; los libros.

    Me apunto cualquiera de los que recomiendas con el deseo de que, cuando me sumerja en ellos, el aire me huela a aventura.

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  2. Yo también tomo nota, excelente artículo y recomendación asegurada.

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  3. - Sí, querido Klaiver, me dí cuenta yo también hace poco. Jon Elkano suena casi a abertzale, y a este paso lo harán pariente de Sabino Arana.
    Y sí, los libros siempre estarán ahí. Siempre han estado y siempre lo estarán. Y si quieres aventura en primera persona, tienes el de Pigafetta. Un fuerte abrazo.

    - Y muuuchas gracias señorita Juka. ¡¡No es para tanto!!

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  4. Todo lo que no sean serecillos feisbuqueros odiosos y obstinados merece una recomendación. Además, qué coño, me engancho cuando explicas las cosas, es como si te contaran un cuento. Like it!

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  5. Qué triste esta España ignorante y analfabeta, que olvida las mayores gestas realizadas jamás en los mares, los ingleses a cualquier batallucha le hacen un monumento, y aquí en cambio, Blas de Lezo, Elcano, etc. cayeron en el olvido, a pesar de haber conquistado más de medio mundo... ah, claro, me olvidaba, eran vascos y no interesa que se conozcan... qué país...

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