27.7.16

"El sabio español"



Siempre es buen momento para reivindicar figuras olvidadas o, cuanto menos, poco conocidas, especialmente por el gran público.  Hoy quería ocuparme  de un personaje que, si fuera inglés, francés o alemán sería honrado mediante universidades, cenotafios y verdaderos monumentos a su nombre (y no únicamente con un par de pequeñas estatuas), a un nivel más popular y mundano, con películas y series,  y, si hubiera nacido a finales del XIX, tendría en su haber varios premios Nobel; pero, para su honra y desgracia, fue español. Rindámosle tributo a Jorge Juan, marino, intelectual ilustrado y uno de los puntales de nuestro poco valorado siglo XVIII.

Jorge Ramiro Juan y Santacilia nació el 5 de enero de 1713 en El Hondón, una finca situada entre las localidades de Monforte del Cid y Novelda. Hijo del alicantino don Bernardo Juan y la ilicitana doña Violante Santacilia, ambos viudos y casados en segundas nupcias, siempre se considerará monfortino, en cuya iglesia fue bautizado, aunque no será en la hacienda de su padre donde empezará a vivir sino en la casa familiar de la capital, Alicante.  Por tanto, sus primeros pasos,  sueños y proyectos los realiza a la sombra del castillo de Santa Bárbara y frente al viejo mar Mediterráneo; el líquido elemento marcaría su fecunda vida. 
  

Queda huérfano muy pronto pero es bien educado por su tío don Antonio Juan, canónigo de la colegiata alicantina, y posteriormente por otro de sus tíos, don Cipriano Juan, caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, un hombre culto y bien relacionado, bailío en Caspe, quien se lo lleva  a Zaragoza para continuar sus estudios. Siendo adolescente ya siente la llamada del mar y es enviado a Malta como paje del Gran Maestre de la Orden; en la isla permanece varios años participando en las "caravanas" que persiguen a los piratas moros, obligatorias para ingresar en la organización. Es nombrado caballero de la Orden y de vuelta a España, en 1730 ingresa en la escuela de Guardias Marinas de Cádiz (la escuela naval militar fundada por Patiño) y se emplea en diversas acciones victoriosas por el Mediterráneo, en las cuales tuvo como superiores, entre otros, a un tal Blas de Lezo. 

En la academia pronto ganó fama de alumno aplicado, recibiendo de sus compañeros el apodo de Euclides. Con sólo 21 años es elegido, junto a otro joven de impecable expediente,  Antonio de Ulloa (1716-1795),  como integrante de la expedición hispano-francesa (patrocinada por la Academia de Ciencias de París, y que necesitaba del lógico permiso de la Corona española para transitar por sus dominios) que mediría un grado terrestre por debajo del ecuador, es decir, la longitud del meridiano, demostrando el lugar exacto por donde discurre y, además, que la Tierra está achatada por los polos. Es ascendido a teniente de navío y permanece en Quito  9 años, donde realiza, aparte de importantes estudios científicos, labores de defensa del Virreinato del Perú, todo ello influenciado por las duras condiciones andinas, con largas caminatas  a más de 5.000 metros, que causaron la muerte de varios compañeros y la locura del médico de la expedición.  Los españoles tenían instrucciones muy precisas: cálculos de longitud y latitud, levantamiento de planos y cartas, descripción de puertos y fortificaciones, análisis de costumbres, estudios de botánica y mineralogía, además de la elaboración de un informe secreto sobre la situación política y social de los virreinatos, sin olvidarse del  cierto control sobre los académicos franceses, dado que su paso por las colonias suponía obtener datos que caerían en manos de los ministros del rey Luis XV. Con todo, la empresa , una de las primeras científicas modernas de ámbito internacional de la historia, constituyó todo un éxito y es una muestra más de que pocos periodos de la historia de España han visto tantas ansias de progreso y modernización como los 55 años que van desde los mediados del reinado de Felipe V al comienzo del de Carlos IV.  



En 1745 regresa a Europa vía Francia y es nombrado miembro de la Academia de las Ciencias de París. Un año después vuelve a España, recibe la noticia de la muerte de Felipe V y publica junto a Ulloa los notables resultados de su empresa americana, que incluyen varias obras de distinto calado, entre otras, una de tema político  referente al meridiano de demarcación entre España y Portugal, en torno al Tratado de Límites  (asunto tratado en la película La misión, de 1986); pese a su ascenso a capitán de fragata,  no es tan aclamado como se debiera, pero  llama la atención de importantes personalidades.  Por su excelente educación y su dominio de la lengua anglosajona, el Secretario de Estado, el  marqués de la Ensenada (1707-1781), a la sazón hombre de confianza del nuevo rey, Fernando VI,  le envía a Inglaterra donde actuará como espía en lo referente a la organización y el funcionamiento de la Marina Británica; su mimetización con los ingleses es tal que logra ser admitido como miembro de la hermética Royal Society de Londres, bajo la identidad de "Mister Josues". Con instrucciones secretas muy precisas, se comunicaba con Madrid mediante un código cifrado para enviar mensajes, y  obtuvo importante información técnica acerca del funcionamiento de las llamadas máquinas de fuego (máquinas de vapor), del trabajo en las fábricas de velas y jarcias, de todo lo referente a los arsenales ingleses y de los progresos contemplados en el diseño y construcción de barcos. Hizo llegar a Ensenada planos completos de todas las piezas de los buques así como los de una máquina para blanquear cera y otra para la draga de los puertos, compró matrices para elaborar tipos de imprenta, tuvo en sus manos la fórmula del lacre y detalles técnicos de la fabricación de los paños ingleses, entre otros asuntos nada baladíes. Por último, adquirió libros e instrumental científico con destino al Colegio Imperial de Madrid, a la Academia de Guardias Marinas y al Colegio de Cirujanos  de Cádiz, y a otras instituciones españolas.

Excelente espía, se codea con el almirante Anson  (1697-1762) y el mismísimo primer ministro, John Russell (1710-1771), compartiendo mesa con ellos,  pero tras año y medio es finalmente descubierto por lo que huye a Francia escapando de milagro, disfrazado de marinero  (el mismo Russell que hace poco brindaba con él dictó furioso órdenes de prisión contra su persona) . De vuelta en España es ascendido a capitán de navío y Fernando VI, guiado por el ambicioso plan de modernización de Ensenada, le encarga la dirección de la construcción de arsenales y buques, aunque el alicantino no se ceñirá únicamente a la Marina;  es entonces cuando comienza su intensa y variada actividad, en un total de 24 viajes por toda la Península, que van del enorme trabajo en Ferrol, Santander, La Carraca de Cádiz y Cartagena (en cuyo arsenal construlos dos primeros diques de carenar en seco del Mediterráneo) ,   a los inventos del nuevo sistema de ventilación de las minas de mercurio y plomo de Almadén y Linares o a los proyectos del trasvase de agua de la sierra de Alcaraz a Lorca. Minucioso en extremo, supervisaba hasta la tala de árboles, pues había observado que los ingleses no gastaban tanta madera como los españoles.   

Visionario, supo darse cuenta que en el futuro Gran Bretaña gobernaría  las olas  y no Francia, y con lo aprendido en Inglaterra y con los obreros irlandeses , familias incluidas, provenientes de Londres, comienza la profunda renovación de la Marina española, desterrando el vetusto sistema Gaztañeta, de navíos lentos y pesados;  en 1751 es nombrado ximo jefe de la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz, institución de la cual fue alumno en su juventud, y cuya academia modernizará sobremanera, incorporando a los mejores docentes en una enseñanza realmente completa.  En 1753 crea junto al astrónomo francés Louis Godin, compañero de la expedición a Ecuador, el Observatorio Astronómico gaditano, donde, con libros e instrumentos traídos de Inglaterra (lo que da una idea del cosmopolitismo de Jorge Juan) se dispone al adiestramiento e instrucción de los jóvenes. 

Por desgracia Ensenada cae en 1754 (por intrigas en las que tomaron parte los diplomáticos ingleses, aliados con rivales españoles del marqués, considerado curiosamente francófilo en política exterior) y se impone la doctrina francesa en lo referente a la construcción naval, que acarreará funestas consecuencias, como se verá en Trafalgar. Con todo, el buen trabajo de Jorge Juan, el Secretario de Estado y todas las personas que arrimaron el hombro (en los dos sentidos del término) era lo suficientemente sólido para no mandarlo todo al garete pidamente, así que hasta 176 no puede darse por implantado el sistema de Gautier, también llamado francés, que primaba la velocidad en detrimento de la estabilidad; así, fue esta lenta asimilación de las ideas francesas por lo que la marina española mantuvo el tipo de manera notable en el siglo XVIII (el XIX, por desgracia, sería otra historia).  Mientras tanto, el monfortino, ya sin Ensenada, exiliado, no pudo ver cumplido otro de sus sueños, la creación de la Real Academia de Ciencias de Madrid.  También se desechó su proyecto de mapa de España con modernas técnicas topográficas y geodésicas, y bastante relacionado con el Catastro;  hasta 1980 , ha leído bien, en el siglo XX no se concluirá correctamente el Mapa Topográfico Nacional. Con ello queda todo dicho.

Aún así, Jorge Juan siguió siendo un personaje destacable pese al triunfo de sus enemigos; es nombrado Jefe de Escuadra en 1760 y no dejó de publicar importantes obras y ensayos sobre la navegación, las matemáticas, la astronomía, la historia, la etnografía, la geografía o la arquitectura. Su sapiencia se extendía a campos como la numismática, pues estudió y mejoró el peso, la liga y la afinación de los metales empleados para la fabricación de monedas. Azares del destino, su efigie figuró, siglos después, en los billetes de 10.000 pesetas (año 1992):



Como caballero de la Orden de Malta era por tanto religioso (y como miembro no pudo contraer matrimonio ni tener descendencia), pero se negó a cerrar los ojos, como hacía la Iglesia, ante ciertas evidencias científicas que él pudo observar en el cielo y sobre el mar; convencido copernicano y newtoniano, tuvo lógicos problemas con la Inquisición, y algunas de sus obras apenas vieron la luz, mientras que en otras tuvo que maquillar un tanto su devoción por Copérnico. Sólo algún jesuita le mostró su apoyo, si bien su prestigio fuera de España seguía incólume, pues estaba en contacto con otros notables intelectuales europeos, quienes le conocían como "el sabio español".  No en vano el eminente astrónomo inglés John Bevis (1693-1771),  descubridor de la Nebulosa del Cangrejo y considerado el primer avistador del lejano planeta Urano, le dedicó una de sus obras. Tampoco era un extraño para el rey Federico II de Prusia, el mismísimo Federico el Grande (1712-1786), quien le honró como miembro de la Academia de Berlín. 

En 1767 es nombrado por Carlos III embajador en Marruecos, país enemigo,  y, después de viajar a Marrakech, obtiene  la firma de un importante Tratado de Paz y Comercio con notables ventajas para España.  Poco después se encuentra enfrascado en uno de sus últimos proyectos, la expedición que mediría la distancia de la Tierra al Sol, la cual recorrió California entre 1769 y 1770, y que fue un éxito, de la cual participó desde la distancia, en su casa de Madrid, por problemas de salud. Ese mismo año es nombrado director del Real Seminario de Nobles de la capital, un colegio para educar a los hijos de la nobleza. En 1771 publica su, para muchos autores,  obra cumbre, el Examen Maritimo Theórico Practico, ó Tratado de Mechanica aplicada á la Construccion, Conocimiento y Manejo de los Navios y demas Embarcaciones , conocido en su manera abreviada, Examen Marítimo, y considerado generalmente como el mejor trabajo europeo del XVIII sobre construcción naval. Unos severos cólicos biliares impidieron que el incansable marino  continuara con sus fértiles vida y obra, cortadas de manera algo temprana el 21 de junio de 1773, a los 60 años. Fue enterrado en la madrileña iglesia de San Martín, aunque sus restos serían exhumados durante la Guerra de la Independencia y ocultados para evitar daños. Finalmente, en 1860 fueron trasladados al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, Cádiz, donde reposan desde entonces.
 

Así fue el peculiar y extraordinario Jorge Juan, caballero de una Orden religiosa de origen medieval, pero de mente e ideas más avanzadas que la mayoría de sus contemporáneos; una especie de cruzado-ilustrado, diríamos tomándonos una licencia. Estaríamos ante el clásico pensador que no goza demasiado de las bondades del oficialismo (aunque sirviera a tres reyes y se moviera siempre en las altas esferas), pero pese a ello, no dejó de idear, ni de estudiar ni de aprender en su vida. Si bien de carácter agradable, su trato con la gente, como no pocos genios en la historia, era distante y algo frío, que contrastaban irónicamente con su férreo humanismo.   

Marino, espía, científico, inventor, diplomático y sobre todo intelectual,  el alicantino es uno de esos personajes que te reconcilian con la historia de España, aunque, como por desgracia es habitual en estos casos, fue una víctima más y en el momento de su muerte sus grandes teorías y novedosos proyectos estaban ya en un cajón con llave, por no decir en la hoguera. Razón de más para considerarlo un héroe. Algo desdichado, pero héroe. 

Ilustre alicantino.

Orgullo del Mediterráneo. 

Sabio español.  


2 comentarios:

  1. Me avergüenza admitir que no sabía absolutamente nada de este ilustre personaje. ¡Menos mal que tengo tu blog para enterarme de cosas tan interesantes! ¡Contigo siempre se aprende, ^^*!

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    1. Vaya, muchas gracias! Contigo sí que se aprende :)
      Pero seguiremos luchando para que la historia y muchos de sus personajes, conocidos o anónimos, no caigan en el olvido ;)

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